Las entrevistas en cuarentena, que ya podrían ser un género periodístico en sí mismas, logran, curiosamente, que la gente se abra en el encierro. Como un efecto causa-consecuencia. Juan Minujín es de esos artistas que siempre que están del otro lado del grabador se entregan sin agenda. Sin relojes. Sin condiciones. Y en esta época de pandemia, sin obra, ni programa ni película por promocionar, su estilo de “aquí estoy” se celebra en medio del aislamiento. Y es desde ahí que cuenta lo mal que le va jugando al Scrabble en familia o lo bueno que es “reversionando brownies”.
Los Minujín están su casa de Villa Ortúzar, con actividades individuales, con responsabilidades bien definidas, con rituales compartidos. Ahí, con verde para el esparcimiento y mínimas salidas “al supermercado chino o a sacar la basura”, conviven Juan, su mujer (Laura, psicóloga) y sus dos hijas, Carmela y Amanda, figuras clave de Las buenas intenciones, la entrañable película de Ana García Blaya en la que él también actúa.