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8/6/2025

"Las Marías de Los Toldos", el libro de Aurora Venturini con ecos de Eva Perón

Publicado en 1991 por la editorial del historiador Fermín Chávez, segundo esposo de la escritora, esta reedición no es, por supuesto, lo que tanto le pidieron desde Las primas en adelante, pero su genealogía fantasma funciona como respuesta alucinada. 

Aurora Venturini
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La novela de la escritora platense acaba de ser reeditada

"Las Marías de Los Toldos", el libro de Aurora Venturini con ecos de Eva Perón

Publicado en 1991 por la editorial del historiador Fermín Chávez, segundo esposo de la escritora, esta reedición no es, por supuesto, lo que tanto le pidieron desde Las primas en adelante, pero su genealogía fantasma funciona como respuesta alucinada. 

Le pidieron que escribiera una biografía de Eva Perón. Dijo que no. Se lo volvieron a pedir y se volvió a negar. En 2011, cuando por fin su obra circulaba en librerías –y no solo en las del país–, Aurora Venturini se presentaba, además, como una de las pocas personas con vida y memoria capaces de decirnos algo nuevo sobre Eva Perón. Desde el día en que recibió su premio por Las primas en diciembre de 2007 hasta su muerte en 2015, se había ocupado de ostentar una relación muy cer­cana con quien había sido su jefa, no solo espiritual. También había mantenido un trato de amistad con la madre, doña Juana Ibarguren, y con las hermanas, especialmente con Blanca.

Efectivamente, durante casi tres años, una joven Aurora, recién salida de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de La Plata, trabajó como psicómetra en institutos, peniten­ciarías y orfanatos, aplicando una batería de test de inteligencia y personalidad en niños, niñas y adoles­centes, a las órdenes de Eva Perón. Detectaba lumina­rias a rescatar de la pobreza extrema mediante becas y educación superior. Luego de la muerte de su jefa, fue una de las pocas que demostraron una lealtad casi suicida hacia deudos y caídos bajo la dictadura del ’55, que sostuvo durante los años que duró la proscrip­ción del General. Afinidades políticas, de duelo y de espanto la emparentaban con las hermanas Duarte. Había sufrido la persecución antiperonista en cuerpo y cátedras. Mientras el cadáver de Eva era afanado y profanado, a ella la torturaban en una comisaría, le robaban sus cargos en la Facultad y la dejaban cesante con un sumario completamente injusto.

En las numerosas entrevistas que fue dando durante sus últimos años, revelaba detalles, impresiones y anécdotas sobre su relación con Evita. Pero cuando le pidieron que las convirtiera en un libro, se negó. ¿Por qué?

Dijo que ya lo había escrito, ese libro que le estaban encomendando ya existía y se llamaba Las Marías de Los Toldos. Lo había publicado en 1991 en la editorial que dirigía quien poco después se con­virtió en su esposo. Prácticamente nadie, salvo Fermín Chávez, había leído esa novela. No había reseñas críticas y solo podía hallársela en las biblio­tecas públicas de La Plata, destino idéntico al de sus otros cuarenta libros publicados y costeados por ella antes de 2007. También es cierto que guar­daba algunos ejemplares en su casa esperando este momento mágico, así fue que regaló uno de ellos a sus editores y otros tantos a cada posible interesada que pasara por allí.

Quienes pasamos nos encontramos con una ficción de una ingeniería poética magistralmente escrita, que, a su vez, no manifiesta señales de paren­tesco tan directo como el que se reconoce entre Las primas, sus cuentos reunidos en El marido de mi madrastra y Cuentos secretos, y la novela Nosotros, los Caserta, publicada en la misma década del noventa. En aquellas, lo fantástico y lo deforme se alimen­taba del fiasco familiar, la vida cotidiana platense, un costumbrismo grotesco y rebelde, su contacto profesional con las “minusvalías”. Aquí lo fantástico y lo deforme emerge de otra de sus grandes obse­siones: el reino de lo oculto. El saber ancestral de los habitantes originarios del desierto bonaerense, magia blanca y magia negra dominan la gramática de un proyecto que podríamos definir como “la gran fan­tasía política de Aurora Venturini”, análisis histórico en modo mágico, donde por encima de los datos se eleva la fe que Venturini deposita en la telepatía, la vida después de la muerte, la comunicación entre vivos y muertos. Un sistema de creencias original y muy documentado que vuelve a hacer de las suyas en Los rieles, su última novela, donde una narradora que identificamos como Aurora Venturini se ufana de haber vencido al diablo y a la muerte gracias a los exorcismos de un sacerdote.

UN TEXTO DESQUICIADO

Si bien es imposible ubicar Las Marías de Los Toldos, como ella insistía ante sus editores, en el espectro de la biografía, es evidente que propone una genealogía fantasmática y una respuesta aluci­nada a las principales preguntas que la figura de Eva Perón provoca entre seguidores y detractores. ¿De qué estaba hecha esa mujer? ¿Qué materia la llevó a convertirse en lo que se convirtió? ¿Qué fuerza la movía a ser todo lo que fue? ¿Por qué daba tanto miedo su cadáver? ¿Volverá?

No encontraremos en esta trama ninguno de los episodios biográficos elementales que exigen tanto una biografía como una novela histórica, ni siquiera aparece el nombre de Eva Duarte o Evita Perón. Tampoco su marido presidente de la Nación, ni su pasado de actriz, ni su relación con los amigos o enemigos, ni su renunciamiento, ni nada de lo que sabemos. Para Aurora, escribirla revelando escenas privadas en gran medida habría sido un acto de profanación. Su imaginación no parte de una per­sona real, sino de una idea –hito y mito– que, más allá de quiénes fueran madre y padre, más allá de cada una de las peripecias de su vida, constituye un ente diabólico y santo que se posa, le guste o no a cada quien, sobre la identidad nacional. No hay nada sólido en esta letanía de sangre y sexo, todo es polvo. Menjunjes, humores, un aliento que se enca­denan trágicamente en el marco de un pueblo chico. Las Marías de Los Toldos narra la gestación de una fuerza sobrenatural, que destruye, incendia, se venga y mata. Una fuerza que protege, revive, construye y multiplica. El juicio moral se ha suspendido y, como en toda la obra de la autora, resulta imposible encon­trar una postura en contra o a favor, una defensa o un ataque. Eva, la protectora de los desamparados, también es fruto de los sueños casamenteros de una mestiza que busca un matrimonio como Dios manda y un ascenso de clase. Texto desquiciado, aunque premeditado y alevoso, con una capacidad de conjugar la opresión de los blancos con las tretas vengadoras de los oprimidos y la poesía más visio­naria con el gore más radical que no se detiene ante las tripas de lo asquerosamente imposible.

En esta “santa Evita” escrita un par de años antes de que la novela con ese nombre se volviera un éxito de Tomás Eloy Martínez, Venturini propone his­torizar la esencia de un alma generosa e inmortal. Busca su origen en sucesivos partos en los que las madres mueren, coitos que terminan en embarazos y abandonos, calenturas de caciques impotentes, un saber que cura y mata y que sabe como nadie distin­guir entre hierbas buenas y hierbas malas.

Por supuesto, en el camino va dejando pistas donde anclar la alegoría. Mojones de bronca y referencias irónicas, incluso burdas burlas cuando se trata de señalar a villanos y gorilas en esta historia. Ya desde el título desliza la hipótesis de que no es una mujer, sino una secuencia: María Eva fraguada por sucesivas Marías con base en un pueblo –Los Toldos– que a duras penas crece a la sombra de otro –Junín–.

En las primeras páginas aparece la palabra “Coliqueo” en el apellido de la protagonista, una anciana sabia, médica, bruja, asesina, maternal. El dato de la vida real que nos obliga a reponer ese ape­llido es que Evita, según cierto consenso biográfico, había nacido en la estancia La Unión, de don Juan Duarte, que quedaba justo enfrente de la toldería del cacique mapuche Ignacio Coliqueo en Los Toldos, localidad llamada así justamente por el asenta­miento indígena. El personaje, parece estar diciendo Venturini, se ha construido en ese aire, empobrecido y sabio, más que en un vientre.

GOYA EN LA PAMPA

Las Marías de Los Toldos aparece por primera y única vez en 1991 dentro de una colección auto­ proclamada “Biblioteca de Novelistas Modernos”, que parece haber sido creada para este libro por la Distribuidora y Editora Theoría, a cargo de Fermín Chávez. Esta novela inicia una década de gran pro­ducción, o más precisamente, de edición numerosa en la trayectoria de Venturini. Se casa con el recono­cido historiador, ambos en segundas nupcias, y com­parten, como mínimo, tres pasiones: la peronista, la documentalista y la católica. Chávez, tanto o más prolífico que ella, le facilita la llegada a imprentas y distribuidoras, aunque no llega a conseguir el salto a las librerías del centro o al campo intelectual. Esta edición lleva un prólogo suyo donde comienza disculpándose por no haber reparado en el valor de la obra de Aurora durante tantas décadas y adelanta una impresión de lectura que compartimos: “La trama está cargada de contenido superorgánico, pero sin eludir la historia reciente de los argentinos. Sí, porque María Eva es ‘La Abanderada de los Humildes’ y también ‘La Capitana’ que termina descansando en la iglesia de San Francisco de La Plata, cerca del Parque Saavedra. Sí, porque la nieta de la curandera María e hija de Isidra crea una Fundación para ocuparse de los desvalidos. Y el libro es, a la postre, un canto a ‘La Vuelta de María Eva’ al mundo de los cabecitas negras y de los descamisados. Digo naturalmente un canto y debiera decir más bien una metáfora o una alegoría. O no, mejor un grabado de Goya, con un escenario pampeano, en homenaje a la María Eva de Los Toldos. En ese fresco goyesco están los gusanos y sus aliados, dispuestos a comerse todo fruto que camina. Por allí aparece un Francisco Manrí preocupado porque este país, en manos de los cabecitas, ‘no vale una mierda’. Y están también Leonard e Isaac. Y, además, andan varios Juanes haciendo de las suyas, como ocurre en la historia de verdad”.

Eva es para Aurora Venturini una inspiración que supera los límites de la humanidad y que, como tal, no puede ser resucitada desde una sumisión a hechos y cronos. “Volveré y seré millares”, dice su personaje, dejando en evidencia, en esta modificación de ceros, el corrimiento entre cita y recuerdo, entre verdad y reescritura. Es más, durante la mayor parte del relato, la abanderada de los humildes ni siquiera ha nacido. Nace y muere y revive en muy pocas páginas.

La autora insiste, aquí está todo lo que sabe de su antigua jefa. Y eso, sospechamos, es cierto y no.

Obviamente, esta novela no cumplía con la con­signa de sus editores, así es que volvieron a insistir: querían un libro donde contara su relación con Eva Perón. Sus célebres ansias de escribir y publicar la lle­varon a acceder, y así, por suerte, nace Eva, Alfa y Omega, editada en 2013 y reeditada en esta colección. Fiel a sí misma, construye allí una primera persona que por momentos recuerda, por momentos recons­truye lo que pudo haber pasado, pero siempre bajo la protección de la ambigüedad. Se las arregla magní­ficamente para cumplir con el encargo construyendo otro artefacto extraño sin traicionar las convicciones que la llevaron a escribir Las Marías de Los Toldos, una narración afiebrada sobre una criatura mace­rada en el mal, en la injusticia, en la comunión de creencias y de sangre entre nativos e inmigrantes con ínfulas de conquistadores.

La edición de esta novela en 2025, cuando se cumplen diez años de su muerte, viene a con­firmar que Aurora Venturini una y otra vez lo hace de nuevo: libertad sin fin para salirse de las coordenadas literarias; independencia total de la capacidad de vuelo de lectores y lectoras; fidelidad a la palabra que rumia en la angustia nacional. Conclusión: esta es su novela peronista escrita en tiempos de un pero­nismo menemista y neoliberal. Refugio molesto, sacrificio de las contradictorias versiones oficiales en el altar de la imaginación. 

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Fuente: https://www.pagina12.com.ar/831570-las-marias-de-los-toldos-el-libro-de-aurora-venturini-con-ec