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Nile Rodgers es alto, pero su ego lo es todavía más. Al punto de que se pierde de vista, así como el árbol del cuento de Juanito y las habichuelas mágicas. No le faltan razones para presumir: se trata de uno de los grandes arquitectos de la música pop, bien sea en el rol de compositor, guitarrista, productor, arreglista o frontman. Y es que él ya era multitasking antes de que el término se pusiera de moda. Más que un hacedor de hits, el artífice estadounidense es un creador de himnos, lo que dejó nuevamente en evidencia en la noche del martes, en el Movistar Arena, en su regreso a Buenos Aires. Justo por esa razón esta performance tuvo sensaciones encontradas: pocas veces se completó un tema, posiblemente en beneficio del carácter festivo que plantea el show o porque la idea era sintetizar toda su trayectoria. Algo imposible en una hora y media.
Sin embargo, al público poco le importó que una obra maestra del funk y la música disco como “Dance, Dance, Dance (Yowsah, Yowsah, Yowsah)”, primer single del grupo que transformó al nativo de la ciudad de Nueva York en uno de los gurús del groove, Chic, fuera usado de manera funcional para el relato del recital. Total: la gente quería pan y circo, y él, junto a sus músicos, se lo dio. Tan sólo se tocaron dos o tres minutos de los ocho que dura la canción, lo que no sirvió siquiera para explayar su ingenio en medio de un popurrí. De hecho, ese formato efectista, que entrelazaba a un éxito con otro, fue por el que apelaron para desarrollar casi todo el repertorio, con el que Rodgers recorrió su trayectoria grupal y unipersonal de manera cronológica, salvo por la última parte.
El artista norteamericano es el único integrante fundador de Chic en actividad y sobre todo vivo, luego de que su socio y amigo, el increíble bajista Bernard Edwards, muriera de neumonía en Tokio, en medio de la gira de la segunda encarnación de la banda, en 1996. Al que le secundó en 2003 el fallecimiento del indispensable baterista Tony Thompson (asistió al violero en varias de sus producciones, en calidad de sesionista, entre las que despunta la del disco Like a Virgin, de Madonna; al mismo tiempo que fue parte de proyectos del calibre de The Power Station). Debido a la partida de ambos, el grupo pasó a llamarse Nile Rodgers & Chic, y bajo el liderazgo del otrora Panteras Negras sacó un único disco de estudio, It’s About Time (2018), en el que colaboran figuras como Elton John y Lady Gaga. De acá no incluyeron nada en el show.
De las tres veces que vino Rodgers a la capital argentina con este laboratorio dance, la actuación más sobresaliente fue la de su debut. Sucedió en 2009, como parte de los atractivos del Personal Fest. Si bien aún no había experimentado la resurrección que le significó la asociación con Daft Punk, cumplió con las expectativas. Incluso, la lista de temas y su orden fue muy parecida a la de este nuevo desembarco (y a la del anterior, en el Teatro Gran Rex, en 2017). Y hasta él mismo coincidió en eso, durante una de sus alocuciones a lo largo del recital. Seguramente por la sensación que deja toda primera vez, pero también porque fue una presentación estrictamente musical, en contraste con lo que hizo esta vez, donde primaron el espectáculo y el autobombo.
Mientras una voz en off daba cuenta de su obra, el músico se plantó en escena, junto a su banda, con la guitarra puesta, su boina Kangol y esa sonrisa que contagia alegría. Tras preguntarle al público si estaba listo para la fiesta, y “ejercitar” el coro, arrancaron con el tema que mundializó a Chic, “Le Freak”, donde quedó patentado el estilo rítmico de Rodgers para tocar la viola: el “chucking”, de acordes cortados y punteos alternados propios del funk. Entonces la mecharon con una versión ralentizada de otro temazo de esa aplanadora del baile, la arengadora “Everybody Dance”, con Jerry Blames sosteniendo las aún innovadoras líneas de bajo concebidas en 1977 por Bernard Edwards, para desembocar después en la ya mentada “Dance, Dance, Dance (Yowsah, Yowsah, Yowsah)”.
El remate de ese compendio de clásicos de Chic se produjo de la mano de la sofisticada “I Want Your Love”, dándole rienda suelta a las cantantes Kimberly Davis y Audrey Martells para establecer un diálogo con los caños. Una vez que acabó el primer popurrí, Rodgers, quien continúa desbordando energía y carisma a sus 72 años, se arrodilló frente a la audiencia en señal de agradecimiento. “Ustedes son increíbles”, espetó, previo a invitar a los que no hablaban inglés a cantar onomatopeya mediante “I’m Coming Out”, canción que coescribió y produjo para Diana Ross, al igual que “Upside Down”. Seguidos por otros dos éxitos que firmó en la misma época, en la transición de los años 70 a los 80 pero para el grupo femenino Sister Sledge: “He’s the Greatest Dancer” y “We Are Family”.
“Madonna no está acá esta noche”, dijo el artista, lo que le dio pie para revelar que le sugirió que usara como primer single “Material Girl”, en vez de “Like a Virgin”, a lo que ella se negó. Así comenzó el segmento pop, que contuvo ambos temas, aunque de pronto irrumpió el rasgueo de guitarra de “Modern Love”, soul ochentoso partícipe del álbum Let’s Dance de David Bowie, coproducido por Rodgers. La cantó el tecladista Richard Hilton, alejado de la impronta del icono inglés, y éste también estuvo al frente del vocoder en “Get Lucky”, de Daft Punk, en la que el violero se contoneaba de un lado a otro, tal cual lo hizo en el video. Tampoco faltó el otro hit que registró con la dupla francesa, “Lose Yourself to Dance”, cuya guitarra funk estaba casi en la misma sintonía de la de “Notorious”, de Duran Duran, que apareció acto seguido.
Lo mejor de la performance aconteció en el desenlace. “Mashupearon” con solvencia “Soup for One” y el tema que años más tarde inspiró: el house “Lady (Hear Me Tonight)”, y hubo dedicatoria para Edwards en “Thinking of You”, que junto a Rodgers compuso y produjo para Sister Sledge. A contramano del inicio, ahora sí tocaron enteros tres funk de Chic: “My Feet Keep Dancing”, “Chic Cheer” y “My Forbidden Lover”, pero al no ser tan conocidos la euforia bajó decibles. A continuación, el baterista Ralph Rolle salió al rescate al interactuar (y luego cantar) con el público en “Let’s Dance”, de Bowie. Y el final llegó con la dialéctica entre “Good Times” y el rap que lo sampleó, “Rapper's Delight”, escoltado por otra revisión de “Le Freak”, a manera de parábola de una historia que nació hace más de 50 años.
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