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Ella tiene 16 años, mide casi un metro 60 y tiene el pelo color turquesa. Ha llenado estadios enteros y recorrido el mundo de forma que rivaliza con las giras legendarias de cualquier banda. Antes de contar un poco quién (o qué) es Hatsune Miku, es importante recalcar otro detalle: ella no existe… de cierto modo.
El jueves pasado se estrenó en Argentina Colorful Stage! La película: Miku no puede cantar (en Japón hace unos meses, bajo el nombre de Gekijōban Purojekuto Sekai Kowareta Sekai to Utaenai Miku). Entre esta primera aparición en la gran pantalla y su inclusión en la "Temporada" 7 del gigante Fortnite, se puede interpretar como la continuación del fenómeno que es Hatsune Miku y Vocaloid, o como (otra) cristalización "final" que da cuenta de la dimensión de este.
Hablar de Hatsune Miku en 2025 es difícil, ya que es difícil agregar algo que no se haya dicho. La posmodernidad, la expresión de este período histórico en Japón, íconos de la industria del entretenimiento de este como Gojira, fandom, cibercultura, alienación: Miku puede ser fácilmente la cara o un ejemplo de cualquiera de estas cosas. A nivel historiográfico, no es la primera artista virtual (Gorillaz existe desde los noventas, y están muchísimo más integrados al mainstream y más cercanos a la sensibilidad, estética y discusión occidental), es difícil pensar en un artista "inexistente" o en manifestaciones carnales de preocupaciones que solían estar enteramente circunscritas a la ciencia ficción sin tomar a Miku como la culminación de esto.
Un poco de contexto histórico: Vocaloid es un programa de síntesis de voz que ya existía a comienzos de los 2000. El concepto se explica casi solo, un software que permite crear voces digitales con fines musicales, otra herramienta más dentro del abanico de la producción digital. Para el desarrollo de este software se utilizaron samples de una actriz de voz japonesa, Saki Fujita. Pero Crypton Future Media, la compañía detrás del programa, sabe que nadie compra una mercancía de forma meramente utilitaria, así que le encargan al mangaka KEI Garou diseñar una imagen, una mascota para este producto, junto con algunas reglas para su diseño.
En agosto del 2007 llegaba al mercado Japonés una caja blanca, donde en la tapa se podía ver a una chica con colitas prominentes, con un pelo que está entre el verde menta y azulado. No era ni kawaii ni moe al punto de la obviedad o lo grotesco; su vestimenta presentaba una paleta de cuatro colores relativamente simple, donde ninguno chocaba con otro. Tenía escrito "01" en uno de sus brazos. Sus auriculares y una suerte de teclado en una de sus mangas nos mostraban una visión del futuro, sin quitar un lineamiento estético para nada ajeno a parte de la industria cultural nipona. En síntesis: un diseño amable y que elevaba a su producto de otra herramienta más como puede ser Ableton o Garageband (salvando las enormes diferencias entre cada uno de estos programas y sus sutilezas, o fines).
Decir "el resto es historia" sería un poco reductivo. Es más interesante aislar en la génesis de Miku tres “piezas” claves para el fenómeno: Vocaloid como software, Hatsune Miku como "marca" (y por lo tanto, capaz de producir infinidad de productos y "experiencias", el ejemplo más famoso siendo sus recitales, donde esta poshumana se da para su público), y Miku como personaje, parte de la gran "sopa" que es la cultura, donde ningún individuo puntual o empresa tiene la palabra final, es del repositorio colectivo. Hatsune Miku no sería el fenómeno que es si Vocaloid no hubiera parido un boom (orgánico o no) de canciones y artistas, los cuales después tuvieron sus videoclips, evolucionando en una enorme red, que encarna tanto lo que es el internet en su forma actual como lo son los memes: el remix, la recontextualización, el desarrollo de una creación ajena sin necesariamente saber el origen, la transmisión gratuita de contenido. Infinitamente fluido, que muta pero se presenta en instancias puntuales.
Hatsune Miku es tanto discusiones anónimas en foros, archivos compartidos, tutoriales como lo puede ser un video musical de menos de cuatro minutos en NicoNico (una plataforma para compartir videos Japonesa, similar a Youtube, y que solía ser el lugar donde se subían por primera vez las piezas visuales que acompañan a las canciones). Miku a veces habla alocadamente de jugo de verduras mientras canta "PoPiPo", a veces de rebanar cabezas y la restauración Meiji (el período de modernización semi-forzada de Japón), de la enajenación contemporánea (con un estilo visual totalmente diferente como en Matryoshka), o simplemente acompañando a alguna otra banda, de fondo como cantante invitada.
En palabras de Miku del 2008, "El mundo es mío".
Poner tanto énfasis en lo que puede ser la cualidad Transmedia y de "Cultura de la Convergencia" en las palabras de Henry Jenkins muestra mi cercanía o sesgo generacional (y en algún punto, de clase). “Soy” un poco anterior a la difusión de esas computadoras portátiles que llamamos smartphones, pero la PC y el ciberespacio no son agentes alienígenas que llegaron un día para quedarse, son parte de mi cotidianidad. Si, fue deprimente ver la inevitable "comercialización” de internet (véanse plataformas como el YouTube de 2007 y el actual). Esto es compatible con la idea de que un intento serio de antropología de la web pone énfasis en los claros y oscuros de los fenómenos, y como lo que puede ser totalmente foráneo para una franja de la población, para otra ya forma parte de un mundo de códigos y referencias corrientes (como puede dar fe cualquier persona para la cual encontrarse a veces cosplayers por la calle vestidos de personajes de anime es algo mundano).
Es fácil ver a Miku como un ejemplo de la alienación total, y especialmente la alienación nipona. Internet habilitó y masificó un complejo-industrial digital prácticamente dedicado a excretar ejemplos de "Ja-ja qué locos son los ponjas", donde las expresiones locales de fenómenos globales en esta país (como las tienen todos los demás) están a la orden del día para deshumanizar a los japoneses, una mirada donde el fenómenos de los Vocaloid, los recitales o alguna anécdota muy puntual (y francamente bizarra, como el hombre que se “casó” con Miku) sirven para alimentar el placer voyerista de concebir al País del Sol Naciente como zoológico humano depravado y solitario. Un marco de análisis tan repudiable como entender a los japoneses como seres felices y longevos, hadas flotantes que con filosofías como el "wabi-sabi", el "zen" o prácticas como la Ceremonia del Té japonesa (ya que esta tiene contrapartidas en otras partes de la sinoesfera) no sufren, son una sociedad ordenada y homogénea, con antídotos inmateriales a todos los problemas de la posmodernidad.
Tristemente, no es nuevo: dos caras de la misma moneda que vendría a ser el orientalismo, solo que mucha de la pseudo-etnografía (si es que llega a eso) en torno al Japón se inscribe en la variante del "tecno-orientalismo", fetiche y ansiedades que nacen en Estados Unidos en los la década del ochenta por el ascenso económico del gigante que era Japón en ese momento, luego sucedido por los "Tigres Asiáticos" (Hong Kong, Corea del Sur, Taiwán y Singapur). Blade Runner es uno de los primeros ejemplos de codificación estética de esta percepción del "Oriente" que se mantiene hasta el día de hoy, incluso fenómenos más orgánicos como el Vaporwave.
Sin duda todo el universo de Hatsune Miku ha sido explotado hasta el infinito, y de formas que son difíciles de entender si no se está un poco familiarizado las industrias de la música, la animación o los videojuegos japoneses, y la cantidad abrumadora de merchandising y "crossover" empresarial que producen. De por sí esta película no es "genéricamente" sobre Hatsune Miku, sino una adaptación animada del juego Hatsune Miku: Colorful Stage!, que a su vez es uno más dentro de la serie Hatsune Miku: Project Diva.
Demasiadas veces el análisis sobre Vocaloid para un público general se enfoca en la híper-mercantilización de este o como los peores reflejos en la cultura del sistema económico actual, lo que parece injusto. Traigamos un ejemplo cercano y contemporáneo: ninguna persona seria analizaría a la Argentina recortándola a la estrategia (o más bien, espectáculo, con énfasis en esta palabra) comunicacional y de marketing que utilizó Javier Milei para llegar a la presidencia, o la ideología del desdén por espacios o “propuestas” públicas tristemente instaurada a escala preocupante este país.
En 2013 y en el Suplemento RADAR de este mismo diario, Julián Varsavsky le dedicó a la diva virtual un artículo que luego sería incluido en su libro, a su vez fascinante y brutalmente tecno-orientalista, Japón desde una Cápsula (Adriana Hidalgo editora, 2019). El acaba el capítulo del libro con estas palabras: "Miku será recordada entonces con nostalgia, como el icono de un tiempo ido en el que la gente todavía podía discernir qué cosa era virtual y qué otra real".
Si bien es una invitación razonable a considerar que la idea de un cantante que no se cansa, envejece y con imagen eternamente comercializable no acaba con Miku, al mismo tiempo es comparable a pensar que el arte del sample o las computadoras matan a la "música de verdad". Como con cualquier fenómeno de masas digital, la mejor forma de encararlo asume y acepta la naturaleza polifacética y dinámica, por lo que quizás la mejor definición de Hatsune Miku es esa: un "universo" que con un núcleo musical que se ramifica por múltiples medios artísticos y plataformas, de manera vertical y horizontal.
Es innegable que por la escala que tiene todo lo que gira en torno a Miku y Vocaloid, hay una cualidad artesanal y cercanía que se ha perdido un poco, pero estamos en un momento donde más que nunca y con gran facilidad se puede acceder a miles de páginas, bases de datos, y sitios de de descarga por donde uno puede comenzar a adentrarse en el mundo de Vocaloid, perdiéndose y fascinándose en estas obras, rebosantes de creatividad.
Al final, tomarle cariño a esta chica digital no estaba tan mal.
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