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Ir al hueso para explorar la vileza y degradación en un pequeño pueblo de la costa. Hay escritores que no dan respiro desde la primera frase. “El cadáver amanecerá en un barrial del sur, cinco impactos de 9 mm (…) Nadie vio nada. Pero la sangre está. No nos hagamos los que no vimos. Siempre alguien vio. Y pudo ser visto viendo. Somos pocos en esta Villa y nos conocemos, las malas noticias circulan antes que en la radio, la tele y el periódico. Y si se raspa un poco, se encontrarán conexiones entre el asesinato y los integrantes de las fuerzas vivas”. Así comienza Arderá el viento, de Guillermo Saccomanno, con la que ganó el Premio Alfaguara de Novela, dotado de 175 mil euros, y que presentará la próxima semana en La Feria del Libro. La irrupción de un extraño matrimonio, los Esterházy, que compra el Hotel Habsburgo, desatará una trama de sexo, dinero, traición, asesinatos y corrupción.
El escritor, columnista de Página/12, apela a una voz coral, un “nosotros” que narra la historia de los Esterházy y que señala las llagas y miserias que crecen como hongos: “Todos miran a otro lado cuando les preguntan qué vieron. Y esta es la razón de ser existencial de todo pueblo decente si es que hay alguno sobre la faz de la tierra”, interpela esa voz que, lejos de la distancia que implicaría un relato en tercera persona, se incluye en esa primera persona del plural, que también da cuenta de la furia reprimida y la humillación de varios personajes de esa comunidad. Perros envenenados, tres chicos asesinados, un nene suicidado, un padre pateado hasta la muerte, un comisario acribillado. Saccomanno, autor de novelas premiadas como El oficinista, con la que ganó el Premio Biblioteca Breve de Novela Seix Barral, y Cámara Gesell, con la que obtuvo el Premio Dashiell Hammett, no busca complacer a los lectores. Prefiere molestar como un moscardón que zumba en la conciencia de quienes atraviesan sus páginas.
Su obra –desde la inicial Situación de peligro, pasando por El buen dolor y la trilogía sobre la violencia compuesta por La lengua del malón, El amor argentino y 77-- mete las patas en la fuente de la literatura argentina para asediar las imposturas y construir una lengua sacomanniana, reconocible también en modulaciones menos ásperas como en Antonio o Mirlo, libros bellísimos conectados por la amistad. O en sus artículos y crónicas periodísticas, como Escrito en Patagonia, publicado por La Flor Azul, que presentó a comienzos de este año en Villa Gesell, donde vive desde hace más de treinta años.
-En “Arderá el viento” a Villa Gesell se la nombra como la “Villa”, un espacio geográfico y literario que también está en otros libros tuyos como “Cámara Gesell” y “Mirlo”. ¿Por qué decidiste volver a Gesell, literariamente hablando?
-No volví; es que nunca me fui de la Villa. Y prefiero hablar de la Villa, el territorio ficcional, y no de Gesell, el lugar real. Mi literatura trata de no ser realista, por ahí potencio demasiados rasgos de lo real, exagero, y entonces la exageración me supera. Pero en la distorsión encuentro una cierta verdad de los hechos. Después de todo, vuelvo a enfrentarme a una idea de (Antonio) Dal Masetto: “La realidad exagera”. A veces en cuentos, a veces en relatos un poco más extensos, la Villa conforma un territorio para mi escritura. Por otro lado, o el mismo, la Villa no sólo no es exactamente Villa Gesell sino que es la recreación de un espacio funcional para urdir ficciones: todo lo que ocurre en la Villa metaforiza un contexto más amplio que el pago chico. Aunque el paisaje parezca común, el pueblo costero, una población variada es una metáfora del alrededor, el mundo. Y en este punto la circulación del rumor suele ser el medio más apto para reflejar tal o cual hecho. El sueño de muchos escritores es crear un territorio. Ejemplos mayores: (William) Faulkner y su Yoknapatawpha, (Gabriel) García Márquez y su Macondo. En este punto, cero originalidad la mía. Si uno vive en un pueblo y le presta atención a las voces, siempre encontrará historias para narrar y cruzarlas.
-¿Por qué aún hoy nadie quiere hablar de la villa costera como “refugio de nazis”, según plantea el narrador de “Arderá el viento”?
-El tiempo ha transcurrido desde entonces al presente y se vuelve imposible encontrar vestigios y/o pruebas de aquel pasado. No obstante arriesgo que si nuestro país refugió nazis tras la guerra por qué no pensar que sucedió también en la Villa. Acaso este no fue el país de (Adolf) Eichmann y (Erich) Priebke. Hay toda una mitología al respecto en el pueblo. Sin negarla, me interesa más, más cerca en tiempo y espacio, el hallazgo real de desaparecidos arrojados al mar en los vuelos de la muerte. Y este hecho es incuestionable y no mitología.
-Después de leer la novela, una observa o se pregunta, como el padre Miguel, quién está limpio de culpas para arrojar la primera piedra. ¿Qué papel cumple la culpa en sociedades como la Villa de la novela?
-En ninguna sociedad hay pureza. La culpa circula, callada, venenosa. Al respecto, suelo citar a (Tzvetan)Todorov: un país que tuvo campos de concentración tiene el corazón comido por gusanos. En este punto la culpa carbura todo el tiempo, aunque mires hacia otra parte, aunque la niegues. Si hay un crimen y nadie vio ni escuchó nada, no es que todos son inocentes sino que todos fingen inocencia. Es decir, complicidad civil. En la novela todos se la pasan cometiendo alguna vileza, alguna traición. Desde los chicos que arman una secta mataperros hasta los funcionarios, todos se pierden en una violencia que va desde lo privado a lo público, que abarca desde los vecinos a los funcionarios vinculados a la especulación inmobiliaria y la coima narco. Y todo mientras se prende un sahumerio o se hace yoga... Ooooom. Nada de esto me resulta ajeno. Ni resulta inverosímil.
-En “Arderá el viento”, un pibe es asesinado por la policía de un tiro en la espalda. “De haber sido un chico de clase media cometiendo alguna trapisonda, su identidad habría sido protegida y el comisario Barroso hubiera hecho la vista gorda mientras arreglaba una cifra con los padres, buenos vecinos”, se lee en la novela. ¿Cómo explicás esta “doble moral” de la clase media, que pide mano dura contra los pibes chorros, pero cuando es un hijo de ellos el que roba o mata se hace la distraída?
-La doble moral es condición de la clase media y no sólo. También los habitantes de los asentamientos piden mano dura. La derechización de la sociedad es fruto del resentimiento y el sálvese quien pueda ante la falta de políticas de proyección social. Hablo del reparto injusto de la riqueza concentrada en unas pocas manos. Si el resentimiento es un motor en la novela es también la lógica de sus personajes que orbitan en torno a la tríada sexo-dinero-poder.
-¿Como relacionás esta “doble moral” de la clase media con lo que afirma el narrador: “Hay vidas de primera y vidas de segunda”?
-Las vidas de primera y de segunda no son más que la expresión de la lucha de clases.
-Muy sutilmente la novela propone otra “grieta”, que no tiene que ver directamente con kirchnerismo-antikirchnerismo, sino con una grieta que pone el foco en la clase social. ¿Te gusta que la literatura tenga carnadura en la lucha de clases, si tomamos la expresión del marxismo?
-Es que no creí ni creo en la grieta, eufemismo hipócrita para encubrir la lucha de clases. Y creo que esto va más allá de los K versus los antiK. En ningún momento me interesó el planteo de la grieta. Hablar de grieta es esquivarle el bulto a la concentración de la riqueza en pocas manos, y refiere, como dije, a la lucha de clases. A ver, no hay literatura que escape a estas tensiones de la realidad así se trate de diversos géneros, la literatura del yo, la de terror, la histórica. En cuanto revolvés un poco en los textos ahí salta en los discursos la realidad con sus contradicciones. Y esto no significa pretender el hallazgo deliberado de una bajada de línea. Los discursos hablan por los autores.
-Dante, el periodista de la novela, está todo el tiempo presionado por el intendente y el comisario. Aunque intenta hacer el mejor periodismo posible, puede poco. ¿Cómo analizás el presente del periodismo?
-El periodismo, como tantas otras actividades, en este presente triste, es salvo honrosas excepciones, un pantano de corrupción y deterioro. A veces pienso que puede leerse mejor la realidad si se intenta ver con malicia un canal como Crónica. La miseria humana está más legible en los análisis de los economistas televisivos. Tal vez nos represente con más autenticidad. Toda degradación que pueda inventar en una novela es mínima comparada con la de los noticieros.
-Te gusta recordar que John Berger decía que hay que escribir con la esperanza entre los dientes. ¿Qué es lo que te da esperanza hoy cuando la izquierda, los partidos y sectores que algunas fueron progresistas, han capitulado y ya no creen que se pueda cambiar el mundo?
-Mi pesimismo es cada vez más saludable. Y escribo sin tener en cuenta los progresismos y las derechas. Están ahí, siempre estuvieron, siempre estarán. Además, a quién puede importarle lo que un escritor opina del destino de la humanidad. No creo que a (William) Shakespeare le importara mucho este asunto. Tampoco me parece que la literatura pueda cambiar las cosas. A lo sumo puede ser un fósforo prendido en la noche. En lo personal, escribí esta novela en tres meses de verano mientras tuve una neumonía, covid, otra neumonía y todo durante un desalojo de la tapera donde vivía. Puedo jurar que nada me importaba excepto escribir todos los días. Si los capítulos son breves, se debe a que no podía escribir más de dos carillas diarias. Si quería arribar a un final, lo único que podía distraerme era el termómetro o el tensiómetro.
*Arderá el viento se presentará el martes 6 de mayo a las 19 horas en la sala Domingo Faustino Sarmiento del Predio de La Rural. Guillermo Saccomanno dialogará con Claudio Zeiger.
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