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Con suerte recuerdo el nombre ficcional del pueblo, Laguna Verde, que en realidad es el barrio de La Boca y la película no lo oculta: Isabel Sarli, espléndida de negro, tiene una escena de lluvia dentro del estadio vacío mientras una profesora resentida de su vieja escuela desmonta banderas xeneizes y cuelga argentinas para recibirla. Con otro poco de suerte recuerdo los escenarios desmesurados plagados de papagayos y caniches, esmaltados de espejos y flores saturadas, a Federico Klemm desquiciado en una silla de ruedas, desbordes de leones de peluche, chanchos bajo mediasombras rosadas y a la Coca Sarli arrojando sanguchitos de miga. Del argumento me acuerdo tan poco, como tan poco es su argumento: Aurora, la dama, la Coca, llena de éxito y fortuna regresa a Laguna Verde donde se enfrenta a sus fantasmas y a quienes antes la humillaban. Pero lo que sí recuerdo con detalle de esta película es cómo la vi: de colado en un aula angosta de la FUC, muy angosta para las veinte personas que la concurríamos, en un pequeño televisor de 14 pulgadas con VHS mientras Polaco, con los dedos entrecruzados, los anteojos arrimados a la punta de la nariz y algo encorvado, nos miraba en silencio.
Pilar, una amiga cinéfila que estudiaba ahí, en el 2004 me invitó a su casa a ver En el nombre del hijo para el seminario de dirección de actores de Jorge Polaco. Poco sabíamos de cine argentino, nuestras escasas referencias estaban teñidas por el opaco cine minimalista y costumbrista de los 2000. Nos sorprendió: el montaje histriónico, la relación perversa entre madre e hijo, los personajes nada hegemónicos, vejeces, cuerpos abiertos y cercenados, llenos de goce y potencia. Pero hay una escena, estúpida y mínima, que me cambió para siempre: Bobby (Ariel Bonomi) sube a un taxi y le pide que lo lleve a la vuelta, donde está la parada del colectivo. Cuando el taxista escucha eso, a metros de la parada, vuelve, pero no vuelve, es decir, lo que vuelve es la cinta rebobinando, y deja la escena en el mismo lugar donde empezó.
No hay voluntad, los personajes son marionetas de una persona cortando y pegando celuloide. La película de golpe descaracteriza a los personajes y los vuelve de cotillón. Tan solo un torpe rewind, una simple y tosca herramienta de montaje. La libertad absoluta: un recurso obvio y chancho del cine, rebobinar la cinta, es utilizado sin ninguna razón, en nada cambia el argumento de la película con o sin esa escena, pero desborda polisemia, no es un capricho y ya, es un glitch al sistema del espectador, que si ya venía corrido por todas las perversiones exploradas en la película ahora además es corrido de la película, de la intimidad perversa de la misma.
Pilar me dijo de hablar con Polaco para preguntarle si podía asistir a las clases. Entré al edificio un poco nervioso por sentirme un infiltrado de la universidad pública en la privada. Llegamos al aula un poco antes y apenas entré me preguntó por qué no había estado en las primeras clases; le comenté que no era estudiante de la FUC, que estudiaba antropología en Puan, pero que escribía y que habíamos visto la película y que quería asistir al seminario. Me miró fijo, se sonrío en silencio con cierta ternura temblequeante y dijo: “No sería correcto y me puede traer problemas, así que sí, venite”. Semanas después diría Polaco: “Lo correcto en arte es una mala palabra”. Esa simple frase que resuena hasta hoy en mi mente me permitió recordar muy poco de su cine pero muchísimo de la experiencia física de su cine y más que nada de su propósito final: hacer arte desde lo incómodo, desautomatizar las pasiones fijas, extrañar la realidad, dar rienda suelta a sus contradicciones y dicciones.
Igual de incómodas eran las clases: su silencio petrificaba todo alrededor y daba tiempo y espacio a escuchar los movimientos ajenos, los pies rastrillando de nervios, los brazos que se debatían entre quedarse quietos, por miedo a llamar la atención, y los calambres. De repente, Polaco conectaba con algún sentimiento íntimo que se entramaba en nosotrxs, que expresábamos en muecas, y sus ojos aumentados por los lentes pestañeaban antes de preguntar con una lentitud espesa: “¿Podemos llamar a tu gorra estética del horror?”, “Imaginate que mirás por la cerradura del baño a tu papá mientras se masturba mirándose al espejo, contanos qué ves”.
A mitad de seminario decidió mostrarnos La dama regresa y a la siguiente clase tuvimos que representar algunas escenas. Polaco me preguntó si quería ser la Coca, le dije que sí, aunque me temblaba el cuerpo. Me pidió que subiese a su escritorio mientras él permanecía mirando inmóvil desde su silla con sus largas piernas cruzadas. Arriba del escritorio me dijo que me tocara, que gozase del roce, que imaginase que era la Isabel Sarli y, en lo posible, que me excitara. Luego le dijo a unos chicos y chicas que actuasen como personas desbocadas por el deseo, que se colgaran de mi ropa, de mis piernas, de mi torso, que me quitaran la ropa. Con los ojos cerrados me refregué los fantasmas de tetas, me escurrí entre papagayos y peluches, deslicé mi dedo al perineo, hasta quedar desnudo en el escritorio. Bien, dijo, vestite. Y todo se restableció en la clase, pero había una incomodidad trascendida que ahora era riesgo y posibilidad.
La dama regresa, las clases de Polaco, sus películas en general, tienen una sana y descarada impunidad: crear máquinas torpes, de funciones disfuncionales, sin consideración del gusto ajeno, como aquella frase de la Baronessa tatuada en la revista The Little Review: “Making no compromise with the public taste” (“Sin compromiso con el gusto del público”). La dama regresa es una experiencia física e imaginativa que mitifica al mundo, como lo eran sus clases: no eran la alienante cadena de aprendizaje-examen-premio sino que tenían un alto costo emocional, un costo desvergonzado en contra de la desafección de lo correcto. La Boca desgarra la fantasía de Laguna Verde, pero Laguna Verde mitifica el desgarro de La Boca.
Matías Heer es poeta, traductor, y editor. Codirigió la editorial Colección Chapita, el centro de estudios poéticos Embalse, Gimnasio de Poesía y la editorial de poesía experimental Slimbook. Publicó Crisis y belleza (Nutrias espaciales, 2024), Zipme (Slimbook, 2020), Yo' (Gigante, 2014), Paijearse (Gigante, 2011), De irrisoria complexión (Colección Chapita, 2008) y dos ensayos: Razones, poetas (Gigante, 2016) y Prototipo 1 (F&F, 2015). Actualmente desarrolla el proyecto de poesía expandida Grupo Fin del Mundo, que se puede ver en grupofindelmundo.com.ar.
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Fuente: https://www.pagina12.com.ar/815961-la-dama-regresa-de-jorge-polaco