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6/4/2025

Todo ángel es terrible

Pedro Juan Gutiérrez en La Habana
Pedro Juan Gutiérrez en La Habana


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Todo ángel es terrible

“Bueno, a cualquiera le pasa esto”, se dijo Carlitos, hablando consigo mismo. Enjabonó bien las piernas y los muslos y se afeitó. No quería que sus padres lo vieran afeitándose. Tenía ladillas. No quería que nadie lo supiera. Se escondió al fondo del patio. Sus padres dormían una siesta y él estuvo un buen rato leyendo a Rilke. En su mente repetía con insistencia unos versos: “Todo ángel es terrible/ Y sin embargo, yo los invoco/ mortíferos pájaros del alma”.

El padre de Carlitos fue a la cocina a tomar un vaso de agua, miró hacia el patio, y lo vio, allá, al fondo, afeitándose las piernas. Se acercó para ver mejor. Y se indignó. Sin preguntar ni hablar. Solo dijo:

–¡Vaya, carajo, lo que faltaba en esta casa!

Era su expresión típica de enfado. Se sentía rebasado por cualquier tontería y soltaba esa frase, mascullando en voz baja. No gritaba, ni discutía, ni pedía explicaciones. No. Soltaba su frase rabiosa, daba la espalda, y se iba de la casa, a caminar.

Carlitos lo miró asombrado, pero tampoco habló. Solo pensó: “Ahora creerá que soy maricón. ¿Por qué será así?”. Sus padres estaban en los extremos. Con Nereyda tenía buena comunicación. Solo que era muy controladora y quería obligarlo a vivir como ella creía. Por tanto, Carlitos escondía buena parte de su vida y así evitaba las reprimendas absurdas y el entrometimiento. Pero con su padre la comunicación era cero. Su padre convertía todo en un drama, una tragedia. Nereyda, mucho más flexible, hablaba más, pero al final siempre daba consejos sobre moral, honradez y ética. Aburría. Carlitos quería probar todo. Saber todo. Disfrutar intensamente sin seleccionar ni calcular consecuencias. Su vida era una mezcla de epicúreos y estoicos. Y un poquito de cínicos.

Cuando terminó con las piernas y muslos, llegó lo más difícil: el pubis. Carlitos, con veintiún años, tenía un vello negro, ensortijado y copioso que le llegaba hasta el ombligo. Se enjabonó varias veces y logró rasurar bien. Tenía ladillas hacía más de un mes. Se las había pegado Indira. Una muchacha flaca, tetona, alegre, alocada, siempre sonriente, que trabajaba en las oficinas de personal, en el puerto.

Carlitos hacía un año que dirigía, junto a dos ingenieros, la instalación de unas enormes grúas pórtico en el puerto. Era técnico en construcción civil. Indira se le metió por los ojos. Era bonita y alegre. Insistió. Y al fin salieron unas cuantas noches y tuvieron sexo. Sin preámbulos. Directo al grano. Le gustaba colocarse ella encima y se movía con desespero. Era increíble. Solo quería sexo y libertad. No quería nada más. Gozar más y mejor. Un camionero, amigo de Carlitos, los vio hablando en el comedor, durante el almuerzo. Después le dijo:

–Oye, Carlos, ¿te estás echando a Indira? 

–Ehhhh...

–Ten cuidado porque ella es tremenda arrebatá. Es loca a la pinga y se tiempla a todos los camioneros. Usa condón.

Carlitos no respondió. El consejo llegaba tarde. Ya habían salido unas cuantas noches. Unos días después empezó la picazón en el pubis. Indira se alejó y no habló más con él. Quizás pensó que él le había pegado las ladillas. Él no tenía relaciones sexuales con nadie más. Tenía que ser Indira. Se alejaron y no se hablaron más. Como si no se conocieran.

Terminó. Se enjuagó y se secó. Miró sus piernas bien afeitadas y pensó: “Uhhhh, por lo menos un mes con pantalones, nada de shorts”. Ningún hombre se afeitaba las piernas. Solo los ciclistas de carrera. Fue a la cocina y miró el calendario. Hoy cinco de abril. Por lo menos hasta el cinco de mayo con pantalones. Se puso un pantalón deportivo, ya muy viejo y desteñido y una camiseta sin mangas. En su mente repetía: “Todo ángel es terrible/ Todo ángel es terrible”.

Llegó a la casa de botes, en la ribera izquierda del río San Juan. Calentó y estiró un poco, agarró su kayak, lo llevó al agua y salió remando río arriba. Es una sensación perfecta. Vas tú solo, metido en el agua, remando con fuerza, concentrado, y no existe nada más. Solo tú y tu fuerza y el agua. En julio eran las competencias nacionales de primera categoría. El instructor habló con él para que pidiera una licencia en el trabajo y dedicara tiempo completo al entrenamiento. Cuatro horas por la mañana y dos o tres por la tarde. Con una licencia deportiva seguía cobrando el salario. El instructor le explicaba sobre el cronograma con gimnástica, jogging de diez kilómetros, pesas, natación. Era intenso. Él lo dejó hablar. No le interesaba competir. Demasiado esfuerzo. Tener que concentrarse tanto, renunciar a todo y gastar su energía para al final ganar una medalla. Eso no tenía sentido. Él disfrutaba aquello pero no le interesaba ganar una medalla. ¿Para qué? Para que sepan que soy el mejor. Por un segundo soy mejor que el otro. O el segundo o el tercero. O no ganar nada y entonces me quedo frustrado. No tiene sentido.

A Carlitos solo le gustaba remar, estar fuerte, disfrutar aquellos momentos de soledad en medio del río, remando duro a contracorriente y sentir sus músculos y su cuerpo sólido. Concentrarse bien. A veces cerca de él pasaba algún tiburón. También iba río arriba. Hasta el matadero. Unos cuantos tiburones cada día. Comían los intestinos de las vacas, los cascos y otros restos que lanzaban a la orilla del río. Los tiburones tragaban todo aquello. Lo despachaban con unas cuantas mordidas. Y de nuevo bajaban, plácidamente, hasta el mar. Se guiaban solo por el olor. Podían oler aquella sangraza a kilómetros de distancia. Iban directamente, muy enfocados. Se llenaban la panza y de nuevo bajaban al mar. Satisfechos y felices. Sin detenerse jamás. Si descansaban se morían. Carlitos los miraba tan decididos y se decía a sí mismo: no se complican la vida. Van directo a comer esa carroña y son felices. Como yo. Soy feliz remando. No quiero competencias ni premios. No lo necesito. Mortíferos pájaros del alma.

Este es uno de los relatos de Mecánica popular (Anagrama), una sucesión de estampas de la vida cubana entre los años ’50 y ’70, ambientadas en Matanzas, Pinar del Río y La Habana.

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Fuente: https://www.pagina12.com.ar/815956-todo-angel-es-terrible