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La Competencia Argentina del Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires (Bafici) tuvo su continuidad con la adaptación cinematográfica de la segunda novela de la actriz y escritora Camila Sosa Villada, Tesis sobre una domesticación. Se trata, cuanto menos, de una película deliberadamente incómoda. En ella, el también actor y cineasta Javier Van de Couter retrata de forma meticulosa y puntillosamente gráfica la vida de una exitosa actriz de teatro un poco déspota, tironeada todo el tiempo entre su presente acomodado y un pasado cargado de dolores y traumas, pero también de goces y placeres (y riesgos) que se resiste a abandonar. Que la protagonista sea una mujer trans le agrega algunas capas adicionales a la profundidad de la película.
Van de Couter filma de forma virtuosa el derrotero de esta actriz que disfruta del éxito profesional, de su matrimonio con un hombre bueno y de la posibilidad de convertirse en mamá. Sin embargo, en paralelo, esta no puede evitar sentir que dejar atrás su vida anterior, más callejera y salvaje (como la de la mayoría de las travestis) representa una pérdida demasiado grande. Como otras películas ambientadas en universos LGBTIQ+ (La noche, de Edgardo Castro, o Las hijas del fuego, de Albertina Carri), Tesis para una domesticación recupera el registro explícito para las escenas de sexo. Un rasgo de identidad que el cine tuvo en los años 70, pero que perdió de forma definitiva con el puritanismo reaganiano de los ‘80.
Pero no es eso lo incómodo de la película, sino la voluntad de la protagonista en actuar en contra de sus propias decisiones. Como si su felicidad pasara más por abrazar un camino de sordidez que no puede (o no quiere) dejar fuera de su vida, porque se niega a ser “domesticada”, un gesto que por momentos se parece más a un capricho que a una decisión. Eso, que a veces se percibe como una militancia contra sí misma, puede dificultar el surgimiento de la empatía, sentimiento central en la estructura dramática de Tesis para una domesticación. Un ejercicio que implica ponerse en el lugar del otro, pero que la protagonista, demasiado preocupada por mirarse en el espejo de su propio deseo, muchas veces no consigue poner en acción.
Artefacto formal curioso, LS83, de Herman Szwarcbart, articula una propuesta documental infrecuente. Si bien al enunciarla su premisa puede parecer básica, el juego que propone consigue alcanzar lúdicas cotas de profundidad. El título evoca el indicativo de transmisión de Canal 9 y la película utiliza parte del monumental archivo del noticiero que esta estación abandonó al cerrar sus históricos estudios en el pasaje Gelly y Obes. Este material (unas 12 mil latas de fílmico) forma parte en la actualidad del acervo del Museo del Cine Pablo Ducrós Hicken y a partir de él Szwarcbart editó su documental, utilizando exclusivamente lo rodado entre 1973 y 1981.
Si LS83 fuera solo eso, un montaje de notas periodisticas producidas sobre todo en los años en los que la dictadura militar fue más fuerte (los previos a la Guerra de Malvinas), la curiosidad por la película ya estaría justificada. Pero se trata de un dispositivo más complejo, enriquecido por un texto en off basado en el libro de memorias Me acuerdo (Editorial Godot, 2020), de Martín Kohan, leído por su propio autor.
En principio, la combinación puede resultar disruptiva, a partir de la diferencia entre el material audiovisual, que articula un retrato social colectivo, y el registro íntimo y familiar narrado por Kohan en primera persona. Sin embargo, el documental no tarda en conseguir que ambas líneas se crucen, generando conexiones que van de lo lúdicamente tierno a lo decidídamente siniestro.
Uno de los rasgos heredados del libro de Kohan que identifican a LS83 es la estructura formal que el escritor le da a sus recuerdos, que la mayor parte del tiempo se parecen más a una enumeración que a un relato. Kohan disecciona sus memorias identificando los distintos elementos que componen cada escena, para darle forma a un registro casi contable del lenguaje en el que ningún detalle se escapa. Todo lo contrario de las noticias de la época, que con toda intención construían la realidad a partir del procedimiento inverso: el de quitarle partes al discurso u ocultarlas detrás de eufemismos, como si con eso también consiguieran hacer desaparecer aquello que no se nombra. El tiempo y la historia hacieron que ese manto de oscuridad se volviera transparente.
Construida con decisión sobre el terreno de la ficción, aunque con potentes lazos que la atan a distintas cuestiones de la realidad, Todas las fuerzas, de Luciana Piantanida, no duda en utilizar recursos de distintos generos vinculados a lo fantástico para construir un universo esencialmente femenino. Marlene es una mujer que trabaja como cuidadora de Teresa, una anciana aquejada por distintos problemas de salud, físicos y mentales. Con la hija de esta mujer ella mantiene una relación cordial en la superficie, pero atravesada por una distancia de clase que no puede evitar emerger y manifestarse de distintas formas. Durante la noche, mientras Teresa duerme, Marlene sale a buscar por la ciudad a Eli, una amiga que se encuentra desaparecida.
Piantanida no duda en apropiarse de recursos propios de géneros como el fantástico o el policial, para contar una historia cuyos detalles transcurren entre los universos paralelos de la clase media y los bajos fondos. Como la figura de Dante en la Divina Comedia, Marlene oficia de pasajero entre ambos círculos, intentando dar con el paradero de su amiga igual que una detective en un policial negro. Pero además la directora recurre a cuestiones formales, como una banda sonora interpretada por estridentes sintetizadores ochentosos, bien carpenterianos, para construir una atmosfera tan densa como oscura, a pesar de la iluminación iridiscente de las escenas nocturnas, que vuelve a funcionar como una cita al imaginario de la década de 1980.
Quienes sepan reunir las pistas que la directora y guionista deja a lo largo de la película, no tardarán en saber que la búsqueda de Marlene tiene un único destino posible. El mismo que el de muchas de las mujeres que ocupan los espacios más vulnerables de la sociedad. A esa trama sórdida Piantanida le suma un elemento propio del realismo mágico, quizás con la intención de no cortarle todos los caminos a sus personajes. El resultado es un mush-up que a veces funciona y otras no tanto.
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