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"Estoy escribiéndote esto desde tu propio futuro, o uno posible cuanto menos. Una carta a un joven poeta, en la que el joven poeta soy yo, hace cuarenta años, con menos de 20 años de edad. Una carta que es una presentación para una mezcla de otras cartas, dirigidas a otrxs, sobre el amor y el dinero, el sexo y la muerte". Esto expone la australiana McKenzie Wark en las primeras páginas de su libro Amor y dinero, sexo y muerte (Caja Negra) para dejar claro el juego que se propone: epístolas dirigidas a ella misma –más bien a su yo del pasado– y a algunxs de sus seres más queridxs, aquellxs que influyeron sustancialmente en la construcción y edición permanente de su vida.
Estaría bien pensar este libro, la vida de Wark y el vínculo con el género (el del texto y el de la carne) a partir de esa idea: la edición. En varios momentos la autora juega con eso. "Cambiar de sexo es editar tu relación con muchas cosas. Incluyendo con tu historia", asegura quien atravesó el proceso de transición a los 56 años y, sobre aquella decisión, escribe: "Te convertirás en mí cuando parezca que es posible... sin morir en el intento. Si has recibido esta carta: lo logramos". En el libro todo el tiempo acecha la muerte porque lamentablemente es un eje que determina la experiencia trans: muertes jóvenes, violentas, por odio. Sin embargo, este es un libro de memorias que se desmarca de los esquemas tradicionales. Ella misma recuerda en un pasaje haber leído autobiografías transexuales a escondidas sin haberse hallado del todo en esas historias que aludían al hecho de haber nacido en el cuerpo equivocado. "Sientes que tu cuerpo ya es el cuerpo de una chica", asegura Wark.
Lejos del memoir, la escritora apuesta por el género epistolar y es uno de los recursos más interesantes porque es personal y, a la vez, fuertemente político desde el momento en el que los escritos salen del foro íntimo para ocupar la escena pública. La operación es compleja porque los textos están dirigidos a dos interlocutores diferentes: lxs destinatarixs de estas cartas y lxs lectorxs del libro. Wark le escribe a su madre Joyce y a su hermana Sue (quizás los textos más descarnados); a sus amantes; a la madre de sus hijos, Christen; a sus amigxs y a la diosa Cibeles. En Joyce y en Sue encuentra sus modelos, los primeros vestigios de su vínculo con la lectura y la escritura. "Creo que los libros eran mi conexión contigo. Los leía para encontrarte (...) Siempre estoy escribiéndole a mi madre, a esta ausencia que dejaste en mí", confiesa sobre su mamá, quien murió tempranamente.
Con tan sólo 16 años, Sue se convirtió en la madre sustituta de Wark y, como ella misma dice, fue "criado por adolescentes". "El modelo de lo que se supone debe ser una mujer no empieza con nuestra madre. Apenas la recuerdo. Eras tú", escribe sobre Sue. Pero la primera transición en la vida de Wark no ocurrió en el 2017 sino a la edad de 7 años, cuando debió someterse a una serie de operaciones quirúrgicas para "volverse bípedo" por un problema en sus pies. Esa secuencia está narrada en el libro con sensibilidad, crudeza y una prosa intensa: hay un recuerdo de un niño que llora desconsoladamente en la cama vecina del hospital y es resignificado por McKenzie 50 años después.
En entrevista con este diario, la autora dijo que "con un título como ese ¡una necesita saber un poquito de cada una de esas cosas! O al menos saber lo que una no sabe, y cómo compartir eso con el lector". La sección titulada "Amantes" está repleta de capas muy distintas entre sí porque se dedica a sondear ese concepto tan amplio que aparece en el título: el amor. También los otros, claro. Por allí desfilan sus primeras relaciones, su pánico a enamorarse (cuando le dicen "te amo" responde "no sé qué hacer con eso"), otras muertes tempranas e inesperadas, el sexo, los vínculos con el dinero, el desafío de ser un papá con pronombres femeninos junto a Christen (otra epístola profunda), el cuerpo, el baile, los ritmos de la rave y reflexiones como esta sobre lo trans: "La mujer trans soporta el peso de lo absurdo del género. Es el chivo expiatorio de lo que todos imaginan que les ha sido negado".
En este sentido, el libro de Wark funciona como un catalizador de experiencias diversas y un manifiesto político, un archivo personal y una memoria colectiva sumamente necesaria en un contexto en el que las minorías son (otra vez) puestas en peligro por parte de los poderes y los gobiernos de ultraderecha a nivel mundial. "Estamos en un proceso de ser suprimidos de nuevo acá en los Estados Unidos, así que es momento de asegurarnos que perduraremos y que otres puedan encontrar el camino en el futuro", dijo la autora a Página/12. Amor y dinero, sexo y muerte se inscribe, además, en una línea de trabajo muy personal y completa el recorrido literario de otros dos títulos editados también por Caja Negra como parte de la colección Efectos Colaterales: Vaquera invertida y Raving. "Escribí tres libros al hilo acerca de prácticas muy intensas para mí: coger, bailar y llorar. ¡Este es el libro sobre llorar!", dijo.
Wark aborda la otredad y la condición de outsider, pero logra ejecutar movimientos agudos para salirse de los lugares más comunes desde los cuales suele narrarse esa experiencia. En su libro aparece la dimensión política del asunto, varias disquisiciones filosóficas que involucran, por ejemplo, debates en torno al idealismo platónico ("estamos lo más lejos que se pueda estar de una idea pura", sentencia), pero al mismo tiempo incluye la dimensión de las pasiones: el baile frenético, la rave, los cuerpos, el goce. Hacia el final retoma la idea de edición y admite que tuvo que editar los recuerdos mientras editaba la carne; asegura que "encontrar un género (en el texto) no está desconectado de encontrar un género (en la carne)". La escritura también es cuerpo y eso queda muy claro en este trabajo.
La australiana es consciente de su condición de outsider y no espera revertirla –aquí aparecen una vez más las expectativas en relación a los géneros (literarios o identitarios)– sino que utiliza ese margen como lugar de enunciación: no pretende que la unan al "selecto club" y se advierte a sí misma: "Te abrirán la puerta trasera de las torres de marfil como a las empleadas domésticas, y te escoltarán fuera del mismo modo. No te invitarán a que te quedes. En especial luego de haber cuestionado de dónde salió el marfil".
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