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Es un 2025 hambriento y riguroso en su miseria, y es curiosa la actualidad y su forma de sorprendernos. Quizás porque la indiferencia pasó de ser tendencia a un clásico de toda temporada, la ostentación no hunde sus dientes en presentaciones públicas. Este jueves 27 de marzo, el madrileño Ralphie Choo volvió a visitar Buenos Aires (había estado antes con sus compañeros Rusowsky y Judeline como parte de los sideshows del Lollapalooza 2023). Y lo hizo en el Teatro Vorterix y ya con un disco a cuestas: SUPERNOVA.
La oferta de un tour de sintetizadores y reggatoneo boutique se cuela entre las reivindicaciones del flamenco y la música española de guitarras –quien no agradezca a Camarón de la Isla en ese páramo debe volver a la fila–, con una dependencia marcada a lo sintético y a la composición propia de un joven europeo generación '99, entre zamparse ramen del Mercadona y experimentar con beats después de una fractura de ligamentos. "Artistas postrados haciendo música" podría ser un tema de trivia, y también adivinemos: Pablito Lescano podría haber escrito Máquina culona, pero definitivamente Ralphie sería incapaz de lograr La piba lechera.
La adaptación al vivo para los frikis de las teclas puede ser un gran riesgo, allí donde el desempeño ante la máquina o la presencia del cuerpo hacen la diferencia. Y para Ralphie estás posibilidades quedaron en mute. La banda en vivo, discreta en actitud pero magistral en performance, se percibe como un espectáculo correcto, pero ante todo autónomo. Las voces de Ralphie son anecdóticas, con ratos más atractivos, como cada vez que se acerca al vocoder. Por momentos parece como si contemplara un recital ajeno.
Se despliega como un tío en un casamiento, agradeciendo que el resto de los elementos que completan la escena lo superen en atención. Su conciencia de euros posiblemente no le enturbie las ideas, pero el resultado de su propuesta se devalúa con deseo criollo. Y para radicalizar la metáfora, o mejor dicho, para volver la metáfora concreta: el español tuvo la puntería de haber tenido como apertura la noche a un porteño de pura cepa como Broke Carrey.
Carrito, sin banda (con excepción de la nada accesoria alianza de Elmalamia) se plantó con su trastabilleo característico. Y la imagen no es contradictoria aunque así suene: sus tropiezos son producto de un ensayo, de alguien que tiene su Buenos Aires Motel y los embates del Río de la Plata más calados que babeo libertario. La seguridad del argentino choca con el ensamble desabrido del español. No hay motivos para enfrentarlos pero la imagen se arma: un español con deseos globales, un argentino con arenga nacional. Esa pertenencia es la que resuena en el teatro de Colegiales y lo mantiene invicto sobre su página de pop furioso, de Mercedes Sosa, Facundo Cabral y también de perreo y alegría bostera.
"No se mira, se gana y se gasta", resume en la desgarradora Señales de humo. Decisiones arriesgadas pueden dar como resultado compensaciones sin categoría fiscal. Y como es costumbre en sus fechas, Carrito habilitó el escenario para que suceda lo fantástico, pero quién tomó el relevo resultó ser un villano con miedo a la oscuridad.
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Fuente: https://www.pagina12.com.ar/814782-ralphie-choo-en-el-teatro-vorterix-como-ajeno-en-recital-pro