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“Uno cree que puede controlar aquello en lo que se convierten los hijos, pero la realidad es que no puede. Puede intentar protegerlos, detective. Es lo mejor que puede hacer por ellos. Pero no puede vivir su vida por ellos”. La reflexión nace de un hombre cansado, sumergido en el sillón de una casa señorial en las afueras de Idaho. Hasta allí llega el detective Terry Husk (Jude Law), enviado por el FBI para seguir la pista de La Nación Aria, una facción supremacista que agita la vigilia de aquella tierra sureña todavía preñada de sueños confederados. “La Orden” es una célula terrorista que recluta adeptos con la vocación de restituir a la raza aria su pretendido dominio. “La Orden” siembra el terror mediante ataques con explosivos, robos violentos a bancos y un entrenamiento feroz para el combate. Husk va tras de ellos, como un silencioso sabueso que separa las pistas de los deliberados señuelos y falsos ceremoniales; su obsesión es la llave de su supervivencia, la comprensión del extraño derrotero de aquella tierra prometida. ¿Dónde han ido a parar las promesas de gloria?
Estrenada online en Prime Video después de pasar por el Festival de Venecia del año pasado, La hermandad silenciosa se construye en un clima aciago, con el eco de un pacto vociferado en una iglesia, entre disparos y alaridos de guerra, en el silencio de una comunión de muerte y destrucción. Son los años ‘80 y el director Justin Kurzel sitúa su historia en un escenario rural, con el sol tímido del invierno que llega y las últimas ventiscas de un otoño que no se termina de ir. En la radio se escucha la voz del locutor judío Alan Berg (Marc Maron), aguijoneado por un oyente racista. La conversación al aire se torna violenta, se impregna de ironía en el conductor, de resentimiento del otro lado de la línea. Mientras tanto, un grupo de jóvenes escuchan la radio y viajan en un automóvil tierra adentro. El sonido de una voz masculina se hace presente, reproches, reclamos, un murmullo que termina con una serie de disparos y nuevamente el silencio.
El australiano Justin Kurzel ya había explorado los connatos violentos que atraviesan a las sociedades modernas, carcomen sus cimientos y ofrecen en las visiones mesiánicas el germen de su propia agonía. Algo de ello ya podía vislumbrarse en su ópera prima Snowtown (2011), crudo retrato de una serie de asesinatos cometidos en Australia por un joven de 16 años y una banda de criminales liderada por el nuevo novio de su madre. ¿Qué conduce a ese adolescente a ideas de exterminio y luego a su macabra concreción? En Nitram (2021), Kurzel desmenuza otro espeluznante hecho real: la masacre de Port Arthur en 1996. Con notables actuaciones de Caleb Landry Jones y Judy Davis, la historia de una extraña amistad delinea el camino desde la soledad y la incomprensión al horror y el crimen. Una folie à deux que envuelve a los inmensos paisajes de la Australia rural con el aroma de la inevitable tragedia.
En La hermandad silenciosa, hay dos fuerzas que transitan hacia un encuentro de proporciones bíblicas. Por un lado, el grupo de neonazis que lidera Bob Matthews (Nicholas Hoult), hijo resentido de un trabajador desempleado que descarga su furia en judíos, negros e inmigrantes por igual, soñando con una patria blanca que planifica conquistar a sangre y fuego. Por el otro, Terry y su olfato para identificar a sus presas, a la espera de restablecer el orden en ese país de oportunidades. Bob se sostiene en un odio cimentado en la prosperidad merecida y arrebatada por los advenedizos. Sumergido en la violencia y los fantasmas, Terry es el perfecto complemento de esa plaga que dice combatir, némesis oscura del policía que asume bajo su ala, un chico de campo (Tye Sheridan) que tiene que perseguir a los tiros a los mismos devotos con los que se ha criado.
Esos son los dilemas que interesan a Kurzel, no aquellos que señalan el mal como asomo de una anomalía, como visitante ajeno y disruptivo. Un mal interior que se gesta en ese libro titulado Los diarios de Turner, versión apócrifa de una verdad en la que todos quieren creer para sentirse parte de los elegidos. La película desmenuza la gestación de esa “hermandad”, su pasaje de los rezos a la acción, el rol de los beneficiarios replegados en la periferia de la violencia que alimentan, las mujeres que crían hijos para esa absurda guerra, el pozo de oscuridad que subyace a los rostros más blancos y angelicales. Por ello es justamente Bob, hijo de esa tierra de ríos y planicies, devoto de esa iglesia arraigada en el odio y el supremacismo, el que asume el legado violento, el que recluta y convence, como un elegido para todos los que también quieren serlo.
En los albores de la era Reagan, la película dibuja un paralelismo con el presente que puede rastrearse en el peso del libro de Turner. Aquel tratado escrito en 1978 también fue el decálogo de los ataques de la extrema derecha al Capitolio en 2021 –como señalan los créditos finales de la película– y se erige en el devenir de la Historia como el objeto-trampa, cuyo encantamiento circula como espejismo de una muerte anunciada. Como el Necronomicón de Lovecraft, el libro es menos una prueba judicial que un mapeo de ese pensamiento que siempre aguarda el instante para emerger. Y Kurzel entiende el vértigo de su relato como termómetro de un esperado apocalipsis, de un derrotero que invade a una nación justamente en los tiempos de crisis profundas y respuestas esquivas.
Siguiendo la estética de cineastas como William Friedkin o Michael Mann, La hermandad silenciosa logra notables escenas de acción –como los robos, sobre todo el del camión de caudales en la ruta–, una atmósfera opresiva de colores ocres y azulinos, un latido siniestro tras esa constante espera por lo inevitable. Como en sus thrillers australianos, lo que subyace en la mirada de Justin Kurzel es la conciencia de una historia conocida, deformada por el tiempo y la repetición, enredada en nuevas vestiduras de tierras prometidas y paraísos bíblicos, pero con la misma sangre derramada. Esa que Terry recoge de su propio cuerpo ante su furia por la constatación: “Todos intentan culpar a alguien más”. Un camino que en el otro encuentra el destino hacia uno mismo, hacia ese demonio interior.
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Fuente: https://www.pagina12.com.ar/813881-la-hermandad-silenciosa-una-indagacion-de-la-violencia-mesia