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30/3/2025

Laura Ortiz Gómez: "Las obsesiones nos eligen a nosotros" 

Una vieja casona ubicada en San Telmo asume la voz principal de esta ficción. "Poner una casa a hablar hizo más fácil desnaturalizar esa idea de propiedad", señala. 

Ortíz Gómez vivió durante varios años en Buenos Aires. 
Ortíz Gómez vivió durante varios años en Buenos Aires. 


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La escritora colombiana habla de su novela "Indócil"

Laura Ortiz Gómez: "Las obsesiones nos eligen a nosotros" 

Una vieja casona ubicada en San Telmo asume la voz principal de esta ficción. "Poner una casa a hablar hizo más fácil desnaturalizar esa idea de propiedad", señala. 

En Indócil, notable primera novela de la escritora colombiana Laura Ortiz Gómez recientemente editada por Tusquets, quien narra parte de la trama es una casa. No es una mansión ostentosa sino una vieja casona ubicada en San Telmo. La casa en cuestión pertenece a Demetrio –propietario que nunca tendrá voz en el texto– pero con quien establece un lazo de complicidad es con Vira y Olena, empleadas domésticas que viven en el altillo y la cuidan con devoción. La autora visitó Argentina para presentar su libro y, en diálogo con Página/12, cuenta que esa fue la primera voz que apareció: "Es una casa que recuerda cómo fue construida, pero el reto era que no fuese muy obvia: la cabeza es el techo, los pies son las escaleras y suponía pensar otras corporalidades. ¿Qué se sentirá tener muchas habitaciones? ¿Cómo se construye esa conciencia? Esa gramática rota de la casa aprendiendo a hablar permitió que todo se hiciera poético rápidamente".

La novela orbita alrededor de un tema áspero en Argentina: la propiedad. Bajo el mismo espíritu que guiaba a los anarquismos del siglo XX, el texto pregunta quién determina qué cosa es de quién y cómo funcionan esos procesos históricos: "Poner una casa a hablar me hizo más fácil desnaturalizar esa idea de propiedad. En realidad ella no se siente propiedad de nadie, es de sí misma. Es muy difícil pensar un mundo sin propiedad porque los objetos siempre le pertenecen a alguien y la relación que tenemos con otros pasa por ahí. Sin embargo, es una invención". Sostener toda la novela con esa voz resultaba agotador, entonces la escritora se planteó la posibilidad de abrir la narración: en Indócil hablan las empleadas domésticas, Taras (el hermano migrante de Vira) y los huesos de una niña tehuelche que portan la historia de los pueblos originarios como los primeros expropiados.

El siguiente desafío fue recrear las voces de los inmigrantes de inicios del siglo XX. El procedimiento resulta revelador porque la autora escribe desde su propia condición de migrante: Laura vivió varios años en Argentina, realizó la Maestría en Escritura Creativa de la UNTREF y luego regresó a su país natal. "Me identifiqué mucho con esta primera oleada inmigratoria que vivía en condiciones muy precarias de vivienda –confiesa–. Yo misma, en el siglo XXI, viví en esas condiciones y encontré una resonancia muy interesante". En la etapa de documentación, Ortiz se topó con episodios fundantes como la Huelga de los Inquilinos de 1907.

"Creo que las obsesiones nos eligen a nosotros. En mi caso, la obsesión inquilina me eligió porque la padecí. Sufrí muchísimo la violencia de unos dueños. No quería impostar un rioplatense; me tenía que alejar de ciertos colombianismos y al mismo tiempo no, porque es la lengua que hablo. Es parte de mí y no voy a renunciar a eso", afirma la escritora, y dice que el encuentro con la literatura argentina la transformó de manera radical por su "impunidad" y su "arrojo": "Acá tienen un canon y una periferia muy nutridos, un arrojo experimental que hace que la literatura no pida permiso, al igual que los anarquistas. En Colombia todavía hay cierta reverencia a la Real Academia y las formas correctas del uso de la lengua. La argentina es una literatura sin miedo, temeraria y arrogante en su gesto". Ortiz defiende ese derecho a jugar con la lengua y define su novela desde esa impunidad: "Si este es un libro sobre anarquistas, tengo que ser anárquica con la lengua".

Indócil encarna el espíritu de una gesta utópica que no solo se proponía mejorar las condiciones de los obreros sino reinventar el mundo. "Desde que se demostró que la propiedad es un robo no hay más ladrones que los propietarios. La propiedad es imposible. Los policías son los guardaespaldas de los primeros ladrones". Eso es algo que reproduce un personaje y hoy resuena con potencia en un contexto en el que unos pocos lo tienen todo y las grandes mayorías no tienen casi nada. "Muchas veces los anarquistas son vistos como los que ponen bombas, matan policías y roban bancos, pero en el fondo son mucho más que eso. Si hacemos un rastreo histórico de largo aliento, ¿quién le robó a quién? Hay grandes robos que están validados e incluso protegidos por el sistema económico, el aparato represivo y el judicial".

Taras encarna la figura del ladrón de poca monta que no lucra con aquello que sustrae; él arma instalaciones con objetos robados para crear algo nuevo a partir de la fusión. Ese procedimiento permite pensar la naturaleza de la propiedad en otros campos como el arte, la cultura o la economía: "El valor que le asignamos a ciertos objetos sobre otros es arbitrario, cultural. Todas esas ficciones son muy determinantes en términos materiales y emocionales. La gente sufre y pasa hambre por la ficción de unos papeles". Para Ortiz, en esa clave puede pensarse su disciplina porque "los artistas roban imágenes, metáforas y estructuras para recombinarlas y potenciar nuevos significados, nuevas posibilidades de imaginar el mundo".

El arco que transita la casa revela de algún modo el recorrido de la propia autora como migrante. Al inicio se siente en inferioridad de condiciones frente a las lujosas mansiones de San Telmo, pero a medida que avanza la trama encuentra un orgullo en su nueva identidad: un inquilinato donde afloran la solidaridad y el colectivismo. "La casa es lo más íntimo, es el universo simbólico y psíquico vuelto espacio, allí uno teje sentidos, afectos, vida. Yo veía que la casa de San Telmo en la que vivía tenía el potencial de ser hermosa pero estaba arruinada y no había manera de sostenerla. Empecé a preguntarme por esa relación afectiva porque es el lugar donde amé, cociné y lloré pero nunca iba a ser mío, y a los dueños ni siquiera les importaba. Me parecía muy injusto que no fuese mía aunque yo la quisiera más. Entonces le prometí que le iba a escribir un libro para que me dejara ir, porque en un momento me costaba salir y esto es algo que no solo me pasaba a mí. Cuando mis amigas se quedaban también sentían que había una fuerza gravitacional que no te dejaba salir a la calle y empezabas a habitar un espacio muy raro, como si fuera un portal entre los tiempos", confiesa.

Indócil aloja las voces extrañadas de casas, mujeres, niños, huesos y fantasmas. Ortiz dice que puede ser leída como "una novela de maternidades" ("la casa y la tierra maternan" a los personajes) y sus páginas guardan nombres de personajes como Ramón Falcón, policía que pasó a la historia por sus cruentas represiones, o la jubilada Norma Plá, luchadora crucial en los 90. "Me enamoré de ella y pienso que es la nieta de las mujeres de la Huelga de las Escobas. Fue empleada doméstica como Vira y Olena, y descubrí algo que no está del todo chequeado: parece que la mamá trabajó como empleada para los Martínez de Hoz, una familia que financió la campaña del desierto y más tarde apoyó a Videla. Las huelguistas y personajes como Norma Plá me conmueven porque traen otro tipo de sensibilidad, fragilidad, arrojo y valentía. Esa señora estaba loca: enfrentaba a los policías, se metía al PAMI, intervenía en los móviles, interpelaba al ministro de Economía e incluso lo hizo llorar. Era una jubilada a la que le faltaban los dientes y así me imagino a las mujeres de la Huelga de las Escobas. Cuando todo está roto, surge una rabia que también es por amor. Es el último lugar de resistencia: no se puede pensar un mundo que incluya a todos si no es con amor. Las derechas quieren instalar la idea de que eso no es posible".

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Fuente: https://www.pagina12.com.ar/814220-laura-ortiz-gomez-las-obsesiones-nos-eligen-a-nosotros