Menú

showbizBeta

Redes

25/3/2025

Carlos Ríos: "En las periferias encuentro mi partitura"

El escritor, editor y docente se entregó a la experiencia de zambullirse al agua en las playas de Santa Teresita, Mar del Plata, Ipanema y Copacabana, registrando todo lo vivido en tercera persona. "Al contrario de lo que suele pensarse, siento que la escritura se amplifica sobre lo que no conoce", dice el autor.

"Tres décadas de escritura respaldan mi convicción de que soy un escritor subalterno", señala Ríos. 
"Tres décadas de escritura respaldan mi convicción de que soy un escritor subalterno", señala Ríos. 


EN VIVO

Cultura y Espectáculos

Publicó "Diario de los chapuzones"

Carlos Ríos: "En las periferias encuentro mi partitura"

El escritor, editor y docente se entregó a la experiencia de zambullirse al agua en las playas de Santa Teresita, Mar del Plata, Ipanema y Copacabana, registrando todo lo vivido en tercera persona. "Al contrario de lo que suele pensarse, siento que la escritura se amplifica sobre lo que no conoce", dice el autor.

El mar de Santa Teresita es un cofre de memoria. En ese lugar del Partido de la Costa, el escritor, editor y docente Carlos Ríos nació en 1967, a ocho cuadras de la playa. El sonido de las olas al romperse, el murmullo áspero y monocorde del océano, constituye la banda sonora que guarda para siempre en su oído. Un narrador "acuático" rehuye de una literatura programática para abrirse a la experiencia de zambullirse en las olas que golpean como látigos en las playas de su cuidad natal, en Mar del Plata, en Ipanema y Copacabana. En Diario de los chapuzones, publicado por Bosque Energético, el escritor indaga en esa persistente relación entre darse un chapuzón y la escritura. El desafío es lidiar con las limitaciones del lenguaje. Muchas veces las palabras, lo sabe y no se desalienta, intentan capturar la hondura de un instante que se escurre como arena entre los dedos.

Una casita dentro de una ola

“No le alcanzan las palabras para describir su permanencia en el rulo de las olas (donde el tiempo es otro), ¿cómo decir que pudo adherirse a las paredes de espuma hasta salir con el cuerpo en estado de gracia y desconcierto? No con estas palabras, escribe. Están cerca, pero no son estas”, plantea en una de las entradas de este diario escrito en tercera persona, un desdoblamiento y distancia que aproxima tan intensamente los chapuzones que probablemente los lectores tendrán la ilusión de poder tocarlos. Aunque “no es una manía estilística”, aclara Ríos, el narrador en tercera es fundacional porque está en Manigua (Entropía), la primera novela que escribió en Puebla, donde vivió entre 2002 y 2009. En esa ciudad mexicana trabajó un tiempo digitalizando documentos, como corrector de estilo en un periódico y como redactor de la sección Cultura. También dio clases sobre técnicas narrativas en la Escuela de Escritores de Puebla. “Escribir, en mi caso, es abastecer presencias, hacerse cargo de los contrapuntos y equidistancias que aparecen entre palabras. Se quiebran las ramitas del artificio en esos desplazamientos, en una situación inversa a lo que se piensa habitualmente”, cuenta el autor de más de veinte libros, entre los que se destacan las novelas Estonia, El artista sanitario, Cuaderno de Pripyat, Cielo ácido, Hikikomori argentino y Falsa familia.

Hace diez años, cuando salieron las novelitas Lisiana, En saco roto y Cuaderno de campo, editadas por Bajo la Luna, Ríos decía que se transformaba en otro escritor en cada novela que escribía. “El escritor que aparece en el diario estuvo atravesado por una obsesión: ¿cómo armarse una casita dentro de una ola que le permita establecer conexiones entre lo que nunca se conecta? El trabajo fuerte estuvo en el cuerpo, en encontrar esa casita en la experiencia renovada en cada chapuzón”, explica el profesor en Historia del Arte por la Universidad Nacional de La Plata y agrega que otra parte del trabajo estuvo en no desoír la propuesta de publicación de Bosque Energético, editorial dirigida por la escritora y directora teatral Eugenia Pérez Tomas y el escritor y docente Andrés Gallina, quienes intuyeron que en la cantera literaria del autor de Manigua había un diario. Y no se equivocaron. “Ahora soy otro escritor y eso es una conquista. Cada libro abre también escenarios de lectura que me van desplazando, no sé muy bien hacia dónde. Y gracias a ese movimiento puedo sostener la inquietud de seguir escribiendo, de ir hacia eso que trae de manera exclusiva la escritura”, reflexiona el escritor que vive un poco en La Plata y otro poco en Mar del Plata, moviéndose entre las dos ciudades.

Al comienzo del diario --que transcurre entre abril de 2009 y agosto de 2024--, el narrador comenta que en un taller literario en una escuela secundaria de Las Toninas propuso la consigna “describir el mar”, pero fracasa porque nadie escribe; para esos chicos escribir es contar aventuras alejadas del realismo. “A la hora de escribir surgía lo inverosímil, las historias extraordinarias, como si esa fuese la clave dominante en la escritura del taller", recuerda Ríos. "Si afinábamos el oído, podíamos escuchar el mar desde la biblioteca de la escuela donde nos reuníamos una vez por semana. El mar estaba tan cerca que no hacía falta explicarlo, narrarlo o desmontarlo con palabras; un poco al revés de lo que me fue pasando durante la escritura del diario cuando me puse a transcribir con un máximo de detalles posible lo que fui experimentando de chapuzón en chapuzón”.

El autor del ensayo Ecosistema de los libros cartoneros y de los libros de poemas Un shock póstumo, La recepción de una forma y Perder la cabeza, va al corazón del asunto en una de las entradas: “Sin chapuzones, ¿cuál es la gracia de escribir? A medida que avanza, la relación chapuzón/escritura del diario se vuelven inseparables; si no hay chapuzón, la escritura se desvanece, pierde sentido y viceversa. Sin escritura, el día a día se vuelve caos, pura desorganización”. En otra entrada, describe una escena pública y a la vez íntima cuando dispersa las cenizas de su madre en una playa cualquiera de Las Toninas. "Entonces había entrado al mar café con leche, repleto de olas livianas, y cuando quedó con el agua por debajo de la cintura abrió la bolsa con las cenizas y fue arrojándolas alzando el brazo derecho todo lo que pudo; como una célula, el tapiz de cenizas fue moviéndose por encima de las olas, alejándose progresivamente de su posición". 

El misterio de las cosas

-¿Qué similitudes se pueden rastrear entre darse un chapuzón y escribir?

-Hay un momento en blanco que aparece muy de vez en cuando; esa es la coincidencia, un instante donde la mente en blanco expulsa la voluntad. Un núcleo donde uno no decide nada, donde la centralidad es ocupada por otras fuerzas que no son las propias y un poco sí, una entraña vital que crece en los márgenes de cualquier decisión. Uno se olvida un poco de quién es, no importa quien seas cuando estás en la turbulencia de una ola o en la de la escritura.

-“El pensamiento es un cangrejo que ejercita su pinza con cualquier elemento que se le acerque: un sueño, un objeto, una conversación, situaciones desordenadas en el caos de la vida cotidiana”, se lee en “Diario de los chapuzones”. La impresión es que ese cangrejo, en este diario, no acerca tanto los libros o las lecturas, los menciona como al pasar. ¿Esto fue deliberado para que los libros no eclipsaran los chapuzones?

-Llevé libros a la playa, de hecho siempre llevo, pero leí poco o directamente no los abrí durante la escritura del diario. Todo el tiempo, en esas playas, me concentré en observar el entorno, los detalles. Dentro del mar, sopesar la espesura de las olas, el ovillo dramático y farragoso de las turbulencias, la superficie tersa donde flotan restos orgánicos y otros materiales de desecho. A diferencia de otros libros que escribí, este tuvo un solo propósito deliberado: escribir el fenómeno del chapuzón, hacer el esfuerzo de poner en palabras, las mías, que son siempre limitadas, ver qué pasa ahí en esos segundos donde no sos quien entra a la ola ni quien sale de ella.

-El narrador revela que tiene en mente un libro de poemas que pueda leerse como una serie de chapuzones y cuando intenta explicar en qué consistiría pasa del entender a no entender. ¿Qué importancia tiene esta tensión entre “entender” y “no entender” en la escritura?

-Ahí es donde entra todo, nada menos. En esa franja, en esa intermitencia entre lo que creés entender y lo que nunca entenderías, eso que se escapa sin que te dé tiempo a darle forma en tus pensamientos. Queda ahí, se va, permanece en el misterio de las cosas por saberse y que nunca se sabrán. Al contrario de lo que suele pensarse, siento que la escritura se amplifica sobre lo que no conoce, así también cuando leemos o escribimos un poema.

Hacer la plancha, la utopía de la escritura

-El narrador se pregunta si en vez de estar escribiendo el diario de los chapuzones no estará escribiendo el diario de las planchas. ¿Qué sería hacer la plancha en la escritura?

-Hacerse uno, una, con el libro. Que lo que se escriba absorba todo y que ya no se note dónde está eso que se escribió. Que se pierda en el entorno, que se disuelva. Hacer la plancha, al contrario de lo que indica la expresión popular, sería el máximo estado y la utopía de la escritura que se vuelve vida. Pareciera una reflexión casi mística, pero sin mística la literatura se apaga. En la plancha, el mar es una página y los cuerpos apenas noticias de una tipografía a punto de ser descubierta.

Cada vez que viaja a un lugar desconocido busca el sentido de orientación a partir de los cursos de agua, lagos, lagunas o directamente el mar. El coordinador de la editorial Oficina Perambulante y creador de la Unidad Básica de Experimentación Editorial con Marjolaine David y Francisco Pourtalé destaca que su vínculo con el agua, y en el caso del diario casi exclusivamente con el mar, es una relación constitutiva. “El mar de Santa Teresita es un cofre de memoria. Ahí está la base de una mirada y de un estar en el mundo singular que se fue intensificando con el paso de los años”, admite el escritor que ha publicado varios libros en Francia, España, Brasil, Chile, Uruguay y México. “Sos Ríos”, le dice el mar a narrador. En Diario de los chapuzones, hay una suerte de levedad en la escritura en la que asoma también una forma de comicidad ligera y profunda al mismo tiempo. “No es algo que busco, va saliendo en el movimiento de lo que es escrito. Son modos de exponer algo, una situación equis, en general algo que se fija y desaparece, un estado de atención y un dejar que todo eso se vaya, nada más”, precisa el escritor. “El diario tiene cierta nota nostálgica, acaso melancólica. Es un humor que va adhiriéndose a esa melancolía. Ese humor de baja intensidad y la ironía leve que surgieron en la escritura del diario refuerzan un poco el espíritu de épica moderada que fue moviéndome de un chapuzón a otro. Es también la épica moderada de una escritura que pone todo lo que encuentra cada vez más al ras, que teje con un ojo puesto en el hilo invisible del silencio”.

Un escritor subalterno

No sabe exactamente cuántos libros lleva publicados con su nombre y con seudónimo. No le importa la cantidad. Ríos podría devenir una suerte de César Aira en un futuro cercano, aunque el escritor nacido en Pringles superó los 100 libros editados hace cinco años. “Sólo publiqué un puñado de libros, no es para tanto”, sugiere como intentando atenuar la comparación. “En algún momento parecieron muchos porque se publicaron medio de golpe. De todos modos, ya frené”, dice y añade que este año saldrá la novelita Una semana en Miami, una suerte de microedición autogestiva, puramente artesanal. “Tengo invitaciones de editoriales para publicar dos o tres libros más. Les agradezco la paciencia infinita porque tardo demasiado en las entregas. No todo lo que escribo tiene un destino de publicación, entonces hay que ir y venir sobre lo que ya se ha escrito”, reconoce el escritor.

Ríos dio talleres de lectura, escritura y producción editorial en las cárceles bonaerenses durante más de una década. “Fueron años de aprendizaje, afecto, magia, dolor, peligro, institucionalización y precariedad; no fui ajeno a la compleja proximidad y hasta superposición de esferas entre escuela y cárcel. Las prácticas de lectura y escritura, en ese contexto, pueden ser transformadoras o instrumentos inútiles”, las contrasta el escritor. “Esa experiencia docente fue moldeando un carácter y un modo de sopesar las palabras que todavía me es difícil de asimilar”, confiesa. “Nunca había imaginado que pasaría por la experiencia de habitar un espacio donde las palabras mutan todo el tiempo, conspiran, alientan o dañan, encuentran de repente un reverso y absorben otros sentidos, otras percepciones. Nadie sale indemne de esa experiencia”, advierte y confirma que los talleres en las cárceles hoy es “un ciclo completamente cerrado”.

-El narrador de “Diario de los chapuzones” se define respecto de la natación como alguien “bastante rústico y un poco antisistema”; también elige las palabras “renegado” y “periférico”. Me acuerdo de la poeta Oksana de “Cuaderno de Pripyat”, que reinvidica el lugar del “no integrado” para observar mejor. Como escritor, ¿preferís construirte como alguien “periférico” y “no integrado”?

-Digamos que un poco soy así, ¿no? Tres décadas de escritura respaldan mi convicción de que soy un escritor subalterno. Y eso, lejos de molestarme, facilita el camino para emprender proyectos de escritura cada vez más abiertos, acaso menos literarios, más porosos. Más irrelevantes también. En las periferias encuentro mi partitura, las razones para seguir los distintos hilos de una escritura menos planificada, más ocasional, con reverberaciones más insólitas.

Tiempos de angustia y dolor

-La política aparece, se podría decir, entre chapuzón y chapuzón, muy sutilmente, como si estuviera jugando a las escondidas por debajo de las olas. ¿Cómo estás viviendo este tiempo?

 

-Lo vivo mal porque soy parte del país que siente muchísima angustia y dolor. Sufro, me da bronca esta situación, y me invade una enorme frustración cuando me pregunto, una y otra vez, por qué llegamos a esto después de 40 años de democracia. Tenemos un presidente que dijo “soy el que destruye el Estado desde adentro, como un infiltrado”. Y es lo que está haciendo. Y una parte de la población, quién sabe por qué razones, lo apoya sin cuestionar ese afán destructivo. Incluso lo celebran. ¿Qué podemos esperar? El sistema político le dio facultades extraordinarias a un presidente que llegó para destruir un país. La violencia simbólica y represiva, el desinterés y el desprecio por la población más necesitada o postergada, el ajuste perpetuo y el endeudamiento cíclico, el desmantelamiento institucional permanente, el ataque a los derechos humanos y el negacionismo, la destrucción del sistema científico argentino, la persecución ideológica, el desconocimiento de la importancia del patrimonio cultural en la configuración identitaria de un pueblo, el negocio que privilegia a los sectores de mayor riqueza, el escándalo con las criptofinanzas, en fin, qué más puedo decir: todo está a la vista. ¿Qué pueden hacer los chapuzones frente a todo esto? No dejo de hacerme esa pregunta.

Suscribite a los newsletters del Grupo Octubre

Conocé todas las opciones del contenido que podés recibir en tu correo. Noticias, cultura, ciencia, economía, diversidad, lifestyle y mucho más, con la calidad de información del Grupo Octubre, el motor cultural de América Latina.

Este es un contenido original realizado por nuestra redacción. Sabemos que valorás la información rigurosa, con una mirada que va más allá de los datos y del bombardeo cotidiano.

Hace 37 años Página|12 asumió un compromiso con el periodismo, lo sostiene y cuenta con vos para renovarlo cada día.

Fuente: https://www.pagina12.com.ar/813162-carlos-rios-en-las-periferias-encuentro-mi-partitura