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8/3/2025

"Tarascones": cuatro señoras y el té de la monstruosidad

Alejandra Flechner, Susana Pampín, Paola Barrientos y Eugenia Guerty protagonizan esta obra de Gonzalo Demaría desde 2016, bajo la dirección de Ciro Zorzoli.

"Nos actuamos encima", aseguran las protagonistas de Tarascones.
"Nos actuamos encima", aseguran las protagonistas de Tarascones.


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El éxito teatral regresa al Metropolitan

"Tarascones": cuatro señoras y el té de la monstruosidad

Alejandra Flechner, Susana Pampín, Paola Barrientos y Eugenia Guerty protagonizan esta obra de Gonzalo Demaría desde 2016, bajo la dirección de Ciro Zorzoli.

Alejandra Flechner, Susana Pampín, Paola Barrientos y Eugenia Guerty, el cuarteto de actrices que protagoniza ese exitazo teatral llamado Tarascones, no recuerdan la letra mientras están sentadas. Pero cuando se ponen de pie y empiecen a dar vida a sus mostras, como por arte de magia, la letra aparece. "Increíble. Es el cuerpo. En la quietud esta obra no funciona", sintetiza Pampín en diálogo con Página/12, y Flechner advierte que la pasada de letra por zoom es inviable porque Tarascones "pide vivo, cuerpo; hay que estar ahí y eso es hermoso". Ahora la obra regresa a calle Corrientes y podrá verse los domingos a las 17 en el Teatro Metropolitan.

"Nos actuamos encima", aseguran las actrices que dan vida a Raquel y Martita respectivamente. El cuarteto de personajes se completa con Zulma (Barrientos) y Estela (Guerty). Las amigas se reúnen para tomar el té y jugar a la canasta hasta que ocurre una desgracia: la muerte del caniche de la anfitriona en manos de su empleada doméstica transformará la fina ceremonia en un tribunal dispuesto a ejecutar una condena feroz. A lo largo del proceso, las cuatro sacarán varios trapitos al sol y sus miserias quedarán expuestas. "Hay un deseo secreto medio vicioso, es como juntarnos a drogarnos una vez por año. Lo necesitamos. No lo podemos dejar", confiesa Flechner.

La actriz dice que tienen la fantasía de que en algún momento dejarán de pintarse de viejas e interpretarán sus papeles "en el geriátrico, siendo unas viejas de mierda". "No tenemos esperanzas de ser unas viejitas muy amables. Y así continuaremos, con los dientes que nos queden". "Lo bueno es que las masitas y los sánguches de miga son blanditos", agrega Pampín entre risas. El proyecto se gestó en el seno del Teatro Nacional Cervantes allá por 2016 y hasta ese momento no habían trabajado juntas. El texto es de Gonzalo Demaría y la dirección quedó a cargo de Ciro Zorzoli. "Se terminó armando una cofradía totalmente deforme y adictiva", cuenta Pampín.

La profundidad de la comedia

–Tarascones es una comedia bastante particular que trabaja sobre el grotesco y varios niveles de humor. ¿Qué piensan sobre el género? Muchas veces se lo considera como algo menor o liviano, pero esta obra es un gran ejemplo de la profundidad que puede alojar.

Alejandra Flechner: –Todas las personas que trabajamos con el humor sabemos que es mucho más difícil hacer reír que llorar, es como un secreto a voces. La obra maneja muchos niveles de humor y me parece que el humor siempre incluye el dolor, aunque el dolor no siempre incluye el humor. Cuando hacés humor, hay muchas más posibilidades de entrar en profundidades porque contiene una simultaneidad de sentimientos y situaciones en un mismo momento, algo que el drama no tiene porque es más unívoco. En el humor siempre está en juego el pensamiento: para hacer un chiste sobre algo tenés que haber pensado antes.

Susana Pampín: –Esta es una comedia grotesca y no tiene que ver tan sólo con hacer reír sino con hacer reír desde el horror. Es la risa incómoda. Lo que antes no se podía decir, eso de lo que la gente se reía porque era políticamente incorrecto, de pronto se volvió la voz oficial. Es un nuevo desafío ver qué pasa ahora cuando el horror se volvió norma. De repente estas monstruas son más normales que mucha gente.

A.F.: –Sí, todo lo que era políticamente incorrecto ahora está en la tele, entonces parece que nosotras fuéramos imitadoras. En cada momento tiene una resonancia distinta y eso es interesante. El año pasado ya hicimos funciones en esta era brutalista y pasan cosas nuevas. Claramente no es una parodia de la realidad pero empieza a ser un espejo del que hay que hacerse cargo. Más que antes. A través del humor te podés meter con cosas "intocables". Yo creo que nada es intocable y el humor te desafía todo el tiempo. Para abordar esas cuestiones intocables se necesita haber pensado algo en relación a ellas. Por supuesto está el chiste fácil, pero también está la lágrima fácil.

El desafío del verso y el corset

–El texto fue escrito en verso. ¿Qué desafíos presenta y cuáles son las posibilidades para jugar escénicamente a partir de ese condicionamiento?

A.F.: –Fue una de las cosas que más me entusiasmó del proyecto porque nunca había hecho teatro en verso. Era un gran interrogante cómo iba a resolverlo. Se abre un mundo muy espectacular: por un lado, hay una métrica muy precisa que no se puede modificar y eso puede ser difícil pero, a la vez, las canciones están escritas en verso y lo que más nos gusta es repetirlas como son. Hay algo de mantra, entrás en una especie de energía rítmica, como la poesía. El verso te conecta con otra cosa y abre sentidos. Por lo general, a mí me gusta romper la idea de que a cada cosa le corresponde un sentido y hay un dueño de este saber. Cuando leés poesía quizá no entendés a nivel de sentido, pero el sentido se arma en otros universos: en el ritmo, las palabras, las imágenes que explotan. Se completa con tu participación. A mí me parece que el verso da esa chance: tenés que respetarlo y romperlo a la vez.

–Hay una palabra que define varios aspectos de este trabajo: la deformidad. ¿Cómo fue el armado de estas criaturas en relación a esa idea de lo excesivo, lo estallado?

S.P.: –En la búsqueda probamos un montón de cosas: nos metíamos algodón en la boca para ver si podíamos obtener el efecto de parecer muy operadas y en un momento nos dimos cuenta de que era algo muy asqueroso. No podíamos hablar, el algodón se llenaba de saliva y a la mitad de la obra comíamos sanguchitos con algodón. Las pelucas, las uñas postizas, el vestuario, el maquillaje: todo es de un gran nivel de artificiosidad. La obra está muy viva y esto repercute en cada una de nosotras a la hora de actuar. Esa monstruosidad hace que nos podamos reír desde la lejanía porque, aunque veamos a estos personajes como algo lejano, con uñas postizas, pelucas y corset, también somos nosotros. Alejar, acerca.

En términos de actuación, hubo un desafío interesante que consistió en "encontrarle el cuerpo al verso". Pampín dice que son "personajes moviéndose como pueden con todas esas cosas que tienen puestas y con todas esas cosas que les pasan"; por lo tanto, era interesante ver qué tipo de movimiento corporal emergía a partir de estos condicionamientos: el vestuario encorsetado y la musicalidad precisa del texto. Quizá por eso Tarascones demanda esa deformidad escénica y no funciona en la quietud de los cuerpos.

Relectura(s) y coyuntura(s)

A lo largo de estos años la obra se representó en el Cervantes, El Picadero, La Comedia, el Metropolitan y muchos teatros más durante las giras. En cada regreso aparecen nuevas resonancias y relecturas. Cuando se les pregunta por esa renovación, Flechner dice: "Creo que la obra maneja muchos temas que están ocultos en los disfraces de estas mujeres de clase. La obra muestra un vínculo entre amigas que sacan los trapitos al sol, despellejan a otras personas y tienen el deseo de enjuiciar a alguien. Imaginate eso en este país. Desde que estrenamos, hemos visto una circulación permanente de figuritas y operaciones judiciales, entonces en cada momento la resonancia es distinta. Pero cada vez que aparece el banquito de los acusados –y estoy segura de que ahora también ocurrirá porque parece que hay un estafador entre nosotros– eso se lee de diversas maneras. Nunca sabemos qué va a pasar, es un descubrimiento que hacemos con el público en las funciones".

Pampín dice que la obra expone "al enano fascista que todos llevamos dentro" y comenta que el año pasado advirtió un cambio sustancial: una palabra que durante siete años había tenido un significado determinado –"libertad"–, de pronto tenía otro sentido. No lo advirtieron en los ensayos sino en plena función, cuando les cayó la ficha como si de una revelación se tratara. "Repetí el texto, no me importó nada si se rompía la rima porque teníamos que prestar atención a eso que la mujer estaba preguntando en esa parte del texto", recuerda la actriz conocida ahora por muchos como "la mamá de Envidiosa".

Las dos actrices tienen carreras prolíficas y en algún momento de sus trayectos formaron equipos de trabajo importantes: Flechner formó parte del célebre grupo de teatro Gambas al Ajillo junto a María José Gabin, Laura Markert y Verónica Llinás; Pampín integra la compañía El Silencio junto a Pilar Gamboa, Romina Paula, Esteban Bigliardi y Esteban Lamothe, con quienes repondrá en abril la notable Sombras, por supuesto (en ArtHaus). Ambas valoran el trabajo colectivo: Susana señala que "es la mejor manera de crecer por el nivel de compromiso y, en este momento, prácticamente es la única posibilidad de producir"; Alejandra agrega que hoy son "una cooperativa porque no hay un productor detrás, con todos los riesgos y el trabajo que eso implica" y sostiene que le gusta trabajar "en lugares donde hay roles pero no jerarquías" porque concibe el trabajo "como una construcción con los demás".

 

Con respecto a la situación actual de la cultura, las actrices la definen como "horrorosa" y señalan el "ataque feroz a la producción artística en todas sus formas". Por otra parte, mencionan la necesidad de "volver al primer germen, juntarse con otros, preguntarse con quiénes y para qué" en momentos de crisis y recortes presupuestarios en el sector. "Yo no voy a dejar de actuar", remarca Pampín, y Flechner recuerda sus inicios con las Gambas al final de la dictadura: "Con las caras que teníamos no podíamos hacer cine ni televisión, entonces tuvimos que armar nuestro propio grupo. Hoy siento que estamos viviendo unas políticas exterminadoras y está bien que hablemos de nuestro metier porque es algo que conocemos, pero la transversalidad del exterminio es tan grande que no nos podemos detener solo en la cultura. Mi mamá es jubilada y si no la ayudo no puede comprar los remedios; mi hermana alquila y si sube el alquiler no le aumentan el sueldo; mi hijo tiene 21 años y me pregunto qué trabajo va a conseguir. Todo alrededor está colapsado, roto".

* Tarascones se puede ver los domingos de marzo a las 17 en el Teatro Metropolitan (Av. Corrientes 1343). Las entradas ya están disponibles en Plateanet.

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Fuente: https://www.pagina12.com.ar/809075-cuatro-senoras-y-el-te-de-la-monstruosidad