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El estreno local de la última película de Walter Salles pendió de un hilo hasta que la triple nominación en los premios Oscar –Mejor Película, Mejor Película Internacional y Mejor Actriz– inclinó la balanza y decidió a la distribuidora a lanzarla comercialmente en salas de cine. Signo de los tiempos de un mercado cinematográfico empequeñecido, muy diferentes a aquellos otros en los cuales Estación Central (1998), el mayor éxito internacional del realizador brasileño, ocupaba pantallas sin necesidad de pergaminos previos. Como fuere, Aún estoy aquí, que podrá verse a partir del próximo jueves 20, es el primer largometraje de ficción de Salles luego de doce años dedicado a la producción y a filmar documentales y algún que otro cortometraje. El estreno mundial en el último Festival de Venecia lo reencontró con su público en un relato caro a su historia personal y a la historia de su país. El film está basado en el sonado caso real del ingeniero y exdiputado Rubens Paiva, cuya desaparición a manos de la dictadura militar de Emílio Garrastazu Médici a comienzos de la década de 1970 llevó a su esposa Eunice a remover cielo y tierra para obtener una respuesta de las autoridades y dar con su paradero, primero, y el de su cuerpo después. El vínculo de la familia Paiva con los Salles (el hermano de Walter, João Moreira Salles, también es cineasta) es de larga data y comenzó en tiempos previos a la detención ilegítima de Rubens, cuyo destino, según pudo saberse décadas más tarde, fue la tortura y el asesinato, su cuerpo arrojado finalmente al mar.
Con un formato expositivo clásico pero una ostensible resistencia a caer en las trampas de dos ismos letales –el sensacionalismo y el sentimentalismo–, Aún estoy aquí narra los acontecimientos previos a esa desaparición, concentrándose en la dinámica de una familia tan común como particular en sus detalles, el hecho que desencadena el comienzo del resto de la vida del clan, y la lucha incansable, de toda una vida, de Eunice Paiva para cerrar las heridas personales y colectivas (el film transcurre en gran medida en los ‘70, pero los últimos segmentos se ubican a mediados de los ‘90 y en 2014, respectivamente). Merecida ganadora del Globo de Oro a la Mejor Actriz por este papel –el mismo que la tiene como nominada al Oscar–, la actriz brasileña Fernanda Torres agradeció a propios y ajenos al recibir el galardón y recordó que su madre Fernanda Montenegro había estado sentada en ese mismo lugar más de dos décadas antes, como candidata por su rol en Estación Central, premio que finalmente no obtuvo. Un pequeño y merecido resarcimiento transgeneracional, quizás, que tiene un interesante giro extra: Montenegro es quien encarna a Eunice en las escenas finales de Aún estoy aquí, reemplazando a su hija como la protagonista.
UN TIEMPO QUE NO FUE TAN HERMOSO
La primera escena simboliza a la perfección el estado de las cosas en el país vecino a fines de 1970 y comienzos de 1971. El verano carioca arrecia y los Paiva están, como corresponde, pasando el día en una playa de la zona de Leblon. El guion describe la situación. “Eunice Paiva, de cuarenta años, delgada y elegante, vestida con un traje de baño color negro, flota con los ojos cerrados. Con sus oídos debajo del agua, la expresión serena, escucha el sonido amortiguado de algo que se acerca. La sombra de un helicóptero pasa sobre ella y entonces abre los ojos”. En la pantalla, la arena, los gritos de los chicos, los edificios típicos de RÍo de Janeiro y ese helicóptero militar que vuela bajo y deja una estela sonora ajena a los ruidos clásicos de un día de descanso junto al mar. La mirada de la protagonista se ensombrece por unos instantes, pero sus hijos juegan al vóley o al fútbol o simplemente descansan bajo el sol. Un par de escenas después, la hija mayor de la familia será detenida junto a su novio en un típico registro del vehículo y sus conductores: documentos por favor, todos contra la pared, qué hacen, a dónde van.
“A diferencia de lo que ocurrió en Argentina o en Chile, los crímenes cometidos por la dictadura brasileña no fueron castigados. Nadie fue a prisión. Una película como Argentina, 1985, de Santiago Mitre, una gran película, no podría ser hecha en Brasil. Ojalá pudiéramos”. Así comienza la conversación de Radar con Walter Salles, que tuvo lugar hace algunas semanas en el Festival de Cine de Marrakech, donde la película tuvo una función de gala presentada por él mismo y parte del equipo. “Creo que esa es la razón por la cual muchos directores de mi país están interesados en ese período de la historia. Para hacerse esta pregunta: ¿Por qué nadie fue castigado? Es una pregunta recurrente y que se puede hacer de muchas maneras en el cine. Hace poco casi giramos de nuevo hacia un régimen opresivo. Fue por muy poquito que no ocurrió. Un gran cineasta de mi país, Kleber Mendonça Filho, acaba de filmar otra película aún inédita, O Agente Secreto, que transcurre en esa época, los años ‘70, y además hay muchos documentales sobre esos tiempos que están apareciendo recientemente. Al menos nos estamos haciendo la pregunta”.
El director de Diarios de motocicleta y Agua turbia, sus dos producciones rodadas en Hollywood, admite que esta es “sin dudas, y por mucho trecho, la película más personal que haya filmado hasta la fecha. Al mismo tiempo, el film está basado fuertemente en el libro de Marcelo Rubens Paiva Ainda Estou Aquí, publicado en 2015, que es un relato escrito, desde luego, por el hijo de Rubens y Eunice. La película es una mezcla de todos los niveles que él retrata en el libro más algunos de los retazos de recuerdos que todavía tengo de mi adolescencia. La primera imagen de la película contiene todo el film, en su totalidad. En varios sentidos. Eunice nada pero de pronto hay un helicóptero que vuela demasiado bajo. Ella percibe algo cuando se están tomando la foto grupal en la playa. Todos sonríen, pero ella tiene una sensibilidad a flor de piel que le indica que algo no está bien. Una de las cosas que recuerdo de mi adolescencia, cuando visitaba la casa de los Paiva, es que ella tenía esa capacidad para estar allí y, al mismo tiempo, comprender lo que ocurría afuera de los muros de la casa. El origen del libro de Marcelo es el comienzo de la pérdida de la memoria de su madre, afectada por el Alzheimer. Ella luchó toda la vida para establecer esa memoria, revivirla, no dejar que se olvide. Al percibir que estaba perdiéndola comenzó a escribir el libro, al mismo tiempo que su nacía su primer hijo, que obviamente recién comenzaba a forjar la suya. Y al escribir comprendió que su madre había sido la figura silenciosa pero central de la familia por más de tres décadas. Es un texto libre y honesto y Eunice es la protagonista desde la primera página”.
También lo es en la película, gracias a la notable performance de Fernanda Torres. A tal punto que, como afirma Salles, el espectador sólo sabe lo que ella va conociendo y sabiendo. Es a través de sus ojos que se cuenta la historia. Una historia que tuerce radicalmente la calma de la familia –una familia de clase media de buen pasar en la cual se habla libremente de política, se baila y se canta; una casa de puertas abiertas para amigos y vecinos– cuando un grupo de hombres toca la puerta, se lleva al marido y se instala allí varios días sin dar demasiadas explicaciones. Luego llegará el interrogatorio de Eunice y de una de sus hijas, la soledad del cautiverio en una celda oscura y fría, los gritos de terror que se escuchan cada tanto en los pasillos y los comentarios amigables de un joven militar que, claramente, no está de acuerdo con lo que está ocurriendo pero debe obedecer a los superiores. La salida del cuartel es también el inicio de la pesquisa legal y del descubrimiento de algunas actividades que su marido mantenía en secreto para protegerla a ella y a los suyos. Eunice descubre un mundo al tiempo que debe reconstruir el suyo.
LAS DOS FERNANDAS
Walter Salles se siente muy afortunado de haber podido colaborar con la dos Fernandas, madre e hija, nuevamente. A Torres la dirigió en 1995 en el film Terra Estrangeira, “una película que fue muy importante para mí, en el sentido de que habilitó un camino creativo más allá del documental, que es de dónde provenía. Ella fue una aliada imprescindible para poder hacer la película. Lo mismo ocurrió en Aún estoy aquí, a tal punto que la considero una coautora. Es alguien que tiene no sólo las herramientas del oficio sino también la inteligencia emocional necesaria para poder interpretar a una mujer que es extremadamente contenida, pero de una fuerza interior única. Es como un volcán que nunca entra en erupción”. Montenegro, desde luego, fue la protagonista de Estación Central, y si bien en la última película de Salles sólo interpreta a la protagonista en algunas pocas escenas, cuando la enfermedad ya le ha hecho perder en gran medida la memoria, el impacto emocional del final requería de alguien con experiencia y capacidad actoral. ¡Y de un parecido físico notable con su hija en la vida real, que ha hecho que muchos espectadores supusieran erróneamente que se trataba de Torres con maquillaje!
El punto de vista, nuevamente. Salles vuelve al tema de la memoria y de cómo el cine de su país finalmente ha comenzado a reflexionar sobre los crímenes de la dictadura. Sin embargo, destaca que “muchas de esas películas se hacen las preguntas desde el frente de batalla, con los movimientos armados que luchaban contra el régimen militar como protagonistas. Por esa razón se trata de películas que confrontan al espectador con la tortura, con las imágenes más violentas. En Aún estoy aquí, al estar alejados de ese eje narrativo, tuvimos que construir las capas de relato necesarias para que la enormidad de la violencia pueda comprenderse sin verla. Es a través de los ojos pero sobre todos los oídos de Eunice que entendemos la pesadilla de la tortura, a la que también sometieron a su esposo, aunque eso es algo que ella no sabe durante el tiempo que pasa encerrada en el calabozo. Muchas veces, en el cine lo que no podemos ver pero se intuye suele ser muy poderoso. La mezcla de audio de esas escenas tienen unas veinte, veinticinco capas sonoras, que le aportan una sensación kafkiana y también de pérdida”.
El éxito de público de Aún estoy aquí en Brasil tomó por sorpresa a su creador. Su reflexión al respecto va más allá del tema puntual de la película. “Durante cuatro años, primero por la pandemia y después por el gobierno anterior, la gente dejó de ir al cine, de ver en la pantalla su propio reflejo. Creo que ahora está pasando algo interesante, y es la posibilidad de que el cine vuelva a ser un hecho colectivo. De alguna forma esta película se transformó en eso: un acto colectivo. Nunca imaginé que tendría tanto público, pero creo que muestra cuánto necesitamos vernos reflejados colectivamente en la gran pantalla, y no en las pequeñas de nuestras casas. La gente se queda usualmente hasta el final de los títulos de cierre y luego siguen conversando en la puerta o en el lobby del cine. El intercambio es lo interesante, el hecho de que el cine pueda seguir generando esa especie de foro de conversación. No recuerdo quién dijo que el cine empieza cuando las luces se prenden, pero eso es justamente lo que está ocurriendo con Aún estoy aquí, que se discute en las zonas políticas y sociales del debate, más allá de lo cinematográfico”.
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Fuente: https://www.pagina12.com.ar/801581-aun-estoy-aqui-el-film-de-walter-salles-que-indaga-la-huella