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La pasión por la literatura hilvana caminos no siempre frecuentados entre la lectura y la escritura. Jorge Luis Borges y Ricardo Piglia compartían una erudición que producía una sensación de cercanía, una proximidad que estaba en sus textos y que se expandía a la oralidad, a la conversación con los demás. Nunca fueron paternalistas ni tuvieron aires de superioridad; se dirigían a los otros confiando en la inteligencia de sus interlocutores. Hay libros que dan gusto leer porque recuperan una voz, un tono, una enunciación. Borges por Piglia (Eterna Cadencia), que reúne las cuatro clases que el autor de Respiración Artificial dictó en el programa homónimo de la TV Pública en septiembre de 2013, despliega el poder encantatorio de volver a escuchar al escritor que logró trasladar la dinámica de una clase a la televisión, sin renunciar a un nivel elevado de interpretaciones y razonamientos.
El volumen no es una transcripción literal de cada una de las clases; incluye la nota preliminar de Daniela Portas, quien estuvo a cargo de la edición del libro, un excepcional epílogo, “Piglia entra en escena”, de Edgardo Dieleke, quien tuvo acceso a los archivos personales de Piglia en la Universidad de Princeton, los “Ricardo Piglia Papers” (1954-2016); tres fotografías (en una está Piglia, muy joven, con Borges); una entrevista inédita a Borges realizada conjuntamente por Piglia y el escritor Mario Szichman; los guiones de las clases y los programas de dos seminarios que dictó en las universidades de Buenos Aires y Princeton. El Borges por Piglia estimula la sensación de estar frente una maravillosa máquina de hacer literatura desde la pequeña escala de las voces: la del propio Piglia, la de Borges, y la de las escritoras y escritores invitados a cada uno de los programas: Paola Cortés Rocca, María Pía López, Marcos Herrera, Germán Maggiori, Mario Ortiz, Luis Sagasti, Horacio González y Javier Trímboli.
Dielecke revisa las huellas de Borges en Los diarios de Emilio Renzi, el alter ego de Piglia que está en su primer libro La invasión (1967), y se detiene en una entrada, fechada el 22 de abril de 1970: “Todos nosotros nacemos en Roberto Arlt: el primero que consiga engancharlo con Borges habrá triunfado”. Se podría afirmar que ese fue uno de los grandes triunfos de Piglia, quien construyó una formidable máquina de lectura que le permitió establecer un camino de diálogo entre Borges y Arlt, un itinerario “atrevido” y novedoso para una década como la del 70 en que las encendidas pasiones políticas –de la izquierda tanto peronista como no peronista– obstaculizaban el peaje hacia al autor de El Aleph. La estructura del libro publicado por Eterna Cadencia sigue la cronología de las cuatro clases televisadas: “¿Qué es un buen escritor?”, “La memoria”, “La biblioteca” y “Política y Literatura”.
Da en el blanco de los textos borgeanos más paradigmáticos, los protagonizados por cuchilleros y los más fantásticos. Afirma que Borges manejaba el arte de la microscopía y que nunca escribió un relato que tuviera más de diez páginas. “Sus textos son objetos casi invisibles que tienen una gravitación tal que todavía hoy estamos tratando de descifrarlos”. Piglia destaca que el autor de Historia universal de la infamia construyó la ficción especulativa y que lo que lo distingue es que inventó una forma que permitió la escritura de grandes textos. En la primera clase recordó que una vez David Viñas se hizo “el vivo” y dijo: “si me apuran, Rodolfo Walsh es mejor que Borges”, y puso el ejemplo del cuento de Walsh “Nota al pie”. Piglia observa que ese cuento no lo pudo haber escrito sin “Tlön, Uqbar, Orbis, Tertius” (publicado en Ficciones, en 1944); es decir llega a la conclusión, analizando los dos relatos, que Walsh hace un trabajo borgeano. “David tiene razón en que es un gran relato pero no tenía por qué hacerse el compadrito. En realidad lo que él quería decir es ‘me gusta más Walsh porque es de izquierda’”, argumenta con esa lúcida precisión para desmantelar las imposturas a izquierda y derecha.
Borges se construye como heredero de dos linajes muy fuertes, como plantea Piglia: el de la madre y el del padre. En los antepasados maternales hay soldados y estancieros; por el lado paterno, están los intelectuales, los eruditos, los lectores de la Biblia. La “operación extraordinaria” que efectúa Borges consiste es escribir una serie de relatos para cada uno de estos linajes, por ejemplo “Hombre de la esquina rosada”, para el materno, y “El acercamiento a Almotásim”, previo a “Pierre Menard, autor del Quijote”, donde inventa la reseña verdadera de un libro imaginario, al punto de que Adolfo Bioy Casares mandó a pedir el libro a Inglaterra, se creyó el relato, como muchos. En la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires lo ficharon a Pierre Menard como un autor real.
“¿Qué precursores piensa dejar Borges?”, le preguntó Piglia en la entrevista hasta ahora inédita publicada en el libro. “Yo no creo que pueda dejar precursores. Soy en todo caso un discípulo de Chesterton, o de Kafka, o de Kipling. Pero no creo que sea un escritor tan importante. Como yo digo en el epílogo de mi obra completa, yo vivo con el temor continuo de que se descubra que mi obra no vale nada, entonces yo quedaré como una mezcla de impostor, de chambón y chapucero”. Borges encontró en la lengua oral algo que tomó de la gauchesca: la autoridad del que está hablando, la autoridad --según aclaraba Piglia-- en el sentido de una voz que está construyendo una historia. Como un epígono de Arlt y Borges, Piglia volvía una y otra vez a la idea de ficción borgeana: “La literatura no es un espejo del mundo, es algo más, agregado al mundo”. La voz de Piglia continúa expandiendo nuestro mundo, tramando lecturas por venir.
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