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17/12/2024

Paula Sibilia: "Hay un suelo moral en el que se atropella todo sin pudor"

La antropóloga analiza un escenario de "post hipocresía" que se plasma abiertamente en las redes sociales, y que facilitó el ascenso de personajes como Trump, Bolsonaro y Milei: "Lo que más me interesa no son los líderes, sino cómo es posible que tanta gente esté de acuerdo con eso".

Sibilia lleva 30 años viviendo en Río de Janeiro, adonde se radicó desilusionada por el menemismo
Sibilia lleva 30 años viviendo en Río de Janeiro, adonde se radicó desilusionada por el menemismo


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Autora del libro "Yo me lo merezco"

Paula Sibilia: "Hay un suelo moral en el que se atropella todo sin pudor"

La antropóloga analiza un escenario de "post hipocresía" que se plasma abiertamente en las redes sociales, y que facilitó el ascenso de personajes como Trump, Bolsonaro y Milei: "Lo que más me interesa no son los líderes, sino cómo es posible que tanta gente esté de acuerdo con eso".

La antropóloga argentina Paula Sibilia, autora del célebre La intimidad como espectáculo, lleva ya 30 años viviendo en Río de Janeiro, ciudad a la que llegó en plena desilusión por el menemismo. Hacía mucho, 12 años, que no publicaba un libro. Profesora universitaria, no encontraba el tiempo entre tanta demanda de artículos, proyectos, investigaciones y conferencias por el mundo en las que le pedían los hits de siempre. Hubo un momento en que se dio cuenta de que muchos de sus pensamientos encastraban con un fenómeno que interpretó como "disruptivo", como una "bomba de contemporaneidad": la llegada de Jair Bolsonaro al poder. Con mucho "malestar" fue entendiendo lo que plasmó en Yo me lo merezco, ensayo en el que explora el reemplazo de la hipocresía propia de la modernidad por un nuevo tipo de cinismo, materializado con claridad en las fake news, los trolls y los haters."Yo digo lo que se me ocurre y hago lo que quiero, en síntesis porque me lo merezco": este es, según el libro, el lema de la época, en un nuevo suelo moral que empezó a moldearse en los sesenta y setenta, con las críticas a las instituciones y valores de la sociedad moderna, y que se intensificó en la transición del siglo XX al XXI, con Internet, los celulares y las nuevas formas de sociabilidad -puro estímulo, cero represión- que promueven las redes sociales. 

"Cada uno con sus características, Bolsonaro, Trump y Milei son fenómenos disruptivos en los que es posible encontrar líneas que indican que no son algo que se generó de la noche a la mañana. El libro es una mezcla de cosas en las que venía pensando, sobre las que venía dando conferencias y con esta cereza del postre, este fenómeno tan desorientador y desconcertante que es la ascensión de estos nuevos autoritarismos de extrema derecha", explica la autora en un Zoom con Página/12. Hace años que indaga en cómo la mutación tecnológica impacta en la subjetividad y la cultura, en los modos de ser y estar en el mundo. Escribió, también, El hombre posorgánico (2005) y Redes o paredes (2012). "Lo que más me interesaba no eran los líderes, sino saber cómo era posible que tanta gente estuviera de acuerdo con eso, incluso fanatizada con niveles de compromiso político nunca vistos en mi vida", desliza. El grueso de Yo me lo merezco, de la vieja hipocresía a los nuevos cinismos (Taurus) expone condiciones de posibilidad.

Resumiendo mucho, de acuerdo a este breve texto con engañoso título de autoayuda, la sociedad moderna se fundó bajo la égida de un contrato social, un pacto mítico que habría instaurado a la democracia representativa con promesas de igualdad, libertad y fraternidad. Las pulsiones se reprimían en nombre del bien común. Había sufrimiento, culpa, deber, obediencia, disciplina, cuestiones escondidas bajo la alfombra y, también, consensos expresados en valores e instituciones. Lo que emergió en su lugar es un terreno fértil para otras hierbas: un "irresistible estímulo a consumar incesantemente los deseos propios" y un "conjunto de discursos inéditos". 

Se alzaron con fuerza voces antes inaudibles, entre ellas, las de personas discriminadas en términos de clase, género, raza y otros tipos de desigualdad, y otras que, con violencia, comenzaron a despreciar antiguos consensos y defender las supuestas libertades que el mercado ofrece (ver aparte). Nunca se celebraron tanto el bienestar y la autoestima, pero nunca estuvieron tan generalizadas la ansiedad, la impotencia y la depresión.

-Cuando en La intimidad como espectáculo, en 2008, hablaste de la disolución de fronteras entre lo privado y lo público, el desarrollo de las redes era muy incipiente. Todo lo que planteabas se intensificó. ¿Cuál es el principal cambio?

 

-La continuidad de lo que planteaba en La intimidad como espectáculo me parece evidente, pero no hay sólo una intensificación del fenómeno de exposición de elementos de la vida que antes se consideraban íntimos o privados, sino, incluso, una exacerbación de todo eso, una legitimación. Cuando lo releí para hacer una edición actualizada en 2015, 2016, me impresionó que los ejemplos que daba eran muy ingenuos. No habían pasado ni diez años... ya se había exacerbado la legitimidad de ponerse en primer plano, de hacer lo que antes se consideraría el ridículo, de no respetar el lugar del otro en el sentido de que el otro tiene tantos derechos como yo o más, incluso, porque es el otro. Esto se exacerbó enormemente y ni hablar de Redes o paredes: la escuela ya estaba en crisis en 2012 y todavía no había celulares inteligentes. A su vez, hay ingredientes nuevos, insoslayables, que marcan la contemporaneidad.

 

-¿Te referís a la aparición de figuras de la política que condensan muchos de los tópicos sobre los que venís escribiendo?

 

-Los tomo como síntomas de un cambio en lo que llamo el suelo moral, y me resultan útiles en ese sentido porque son especialmente adaptados a esta nueva moralidad,  sobreadaptados a esta inmoralidad. Si pensamos en el suelo moral hipócrita de la modernidad, con la represión de pulsiones o instintos, un pudor decimonónico, los modales de la civilidad, la urbanidad, la formalidad, estos personajes están especialmente adaptados al nuevo suelo moral en el sentido de que atropellan todo esto sin ningún pudor. No cargan con el peso de una herencia, un compromiso con valores que pertenecen a la era moderna, desde la justicia social, la idea de los derechos humanos universales hasta otros detalles como el pudor o la solidaridad con los demás.

 

-Ni siquiera fingen, ¿no?

 

-Había mucha gente que en el siglo XIX y XX quizás hubiera querido atropellar a los demás y pasar por encima... de hecho lo hacía de determinada manera, explotando económicamente, pero no lo decía abiertamente tipo "me importan un carajo los pobres". El suelo moral no era fértil para eso. Era refractario a ese tipo de manifestaciones. Había que fingir cuando no se sentía esa solidaridad con el otro. No por casualidad la moral burguesa es heredera de la judeocristiana, de la ética protestante incluso en su versión secularizada; o sea, ciertos valores son herederos del cristianismo en el sentido de amar al prójimo como a uno mismo, el respeto, la disciplina, la constricción a nivel sexual y a nivel exabruptos del ego. El ciudadano civilizado y bien educado sabía comportarse y entonces me llamó la atención que, de repente, entre comillas, aparecieran estos presidentes o figuras políticas que tenían un impacto en la esfera pública, claramente maleducados o incivilizados, que orgullosamente se mostraban así, que no tenían necesidades de fingir que no eran homofóbicos, misóginos, racistas. De repente me puse a pensar en eso: no son hipócritas, no sienten necesidad de serlo. No sólo eso: aquellos que persisten en cierta hipocresía quedan como anticuados. O sea lo cool, lo que se estila, lo que más vende, garpa, es justamente ese cinismo post hipócrita: yo digo lo que quiero. Cuanto más escandaloso, desalmado, brutal, mejor.

 

-¿Es Twitter el núcleo del cinismo?

 

-Hubo todo un entrenamiento en las redes sociales. Esto no pasó de repente, así como no se pasó de repente de la Edad Media al Renacimiento ni del Imperio Romano al cristianismo. Hay líneas que fueron tejiendo esta trama. Cada vez es más acelerado.  Ahora son fenómenos globales y pasan demasiado rápidamente, en el tramo de una generación. Tenemos que adaptarnos a transformaciones gigantescas. Las redes sociales ya tienen unos 20 años, más que Milei y Trump como fenómenos presidenciables, pero no sorprende que ellos sean especialmente compatibles con ellas. El primer Trump, cuando empezaba a gobernar, lo hacía por Twitter, y eso llamaba muchísimo la atención. Se decía en los medios norteamericanos que era adicto. Bueno, eso ya no es más rarísimo. Es lo que se hace. Las cosas se comunican por redes sociales, no por cadena oficial o comunicados oficiales; esos comunicados existen, pero en todo caso lo que importa es cómo repercuten en las redes, están hechos incluso para repercutir en TikTok, en pequeñas cápsulas y con la estética y la dinámica de las redes. Bolsonaro estaba peleado con los medios, les decía "basura" y "canallas", algo que era tambien rarísimo. No digo que los medios sean santos, pero tienen una serie de reglas, cierta gramática. En cambio, todo esto de las fake news y los negacionismos eran mentiras abiertas, totalmente aberrantes. Mucha gente seguía a Bolsonaro porque hacía una comunicación uno a uno, de igual a igual. Hacía, creo que todos los jueves, un vivo de Facebook. Charlaba con sus seguidores como si fueran amigotes. Gobernaba para ellos, y descalificaba a todos los que no estaban entre sus seguidores. "El otro no solamente no me importa, lo ignoro y lo descalifico por casi ser inhumano." Es un enemigo digno de ser eliminado. No es figurativo, se intentó hacer, hay una violencia explícita y literal con la decisión de liberar armas. Digo que hubo todo un entrenamiento en esa manera de sociabilizar en Internet, que no es solo un estilo de pocos caracteres, publicitario, que implica decir la última palabra con un estilo grosero o irónico, dejando al otro mudo, haciéndole bullying. Este tipo de actitudes que fuimos aprendiendo muy rápidamente no es sólo un estilo, sino también una manera de vivir. Así se configuran los modos de ser.

 

-¿Qué consecuencias trae esto?

 

-La cantidad de seguidores que tengo le pone valor a lo que digo, cuánta gente me sigue, cuánta gente comparte lo que digo, y también yo voy aprendiendo cuáles son los mensajes que repercuten y la lógica del algoritmo. Voy en ese sentido de subir cada vez más el tono. Se hace una crispación de la discusión pública y estos personajes se adaptaron especialmente ahí también porque probablemente no tenían este lastre de un compromiso por ciertos modos, estilo y valores que venían junto con la manera de sociabilizar en el debate público burgués ilustrado, que consiste en proponer discusiones con argumentos racionales. Sacaron a relucir otras armas, no solamente las armas literalmente sino también "vamos a dar más celular", insultos, fake news, las mentiras más aberrantes sin sentir el compromiso de justificar o cambiando de conversación si se les señala que no hay fundamento. Hay una lógica de mercado: lo que determina qué es verdad o mentira no son las fuentes, las evidencias o los criterios modernos, sino el rating que tuvo lo que dije, la repercusión, el hecho de que lo haya dicho yo, que soy yo, comparado con vos, que sos vos. Otra categoría de personajes especialmente adaptados son estos súper millonarios de la big tech de Sillicon Valley, como Elon Musk, Sam Altman o Mark Zuckerberg.

 

-¿Ya no hay límites?

 

-Nos hemos compatibilizado con artefactos de uso individual que están todo el tiempo conectados, sin límites de horarios y días como había en la era moderna (días hábiles, fines de semana, vacaciones, noche y día). Las redes, la Internet obedecen a otra lógica que ya es indicio de esta transformación de los modos de vivir: no hay límites. Cuantas más transgresiones parece que más éxito se tiene, y esto tiene que ver con algo que no se refiere sólo a las tecnologías, pero que en las tecnologías se ve muy bien, que es el hecho de que no hay límites con la cantidad de oferta, por ejemplo, de todas las películas que tenés a tu disposición o todos los novies que tenés en Tinder. Hay algo del orden de lo ilimitado, por lo tanto también la experiencia que yo puedo tener en mi vida también lo es. Se abre un horizonte ilimitado, se puede todo, yo debería poder todo, y claro que no puedo todo, pero ahí aparece el "yo me lo merezco". Debería poder, porque me lo merezco, porque soy yo y cuando veo que hay un límite, porque lo hay, porque no puedo todo, no puedo casi nada en realidad... Ahí se produce un resentimiento. Además de frustración. Y la culpa no la tengo yo evidentemente porque yo soy yo; la culpa la tienen los demás. Jubilados, zurdos, inmigrantes, los otros. Yo tengo derecho a cierta felicidad y no me dejan, entonces hay algo que tiene que cambiar y yo tengo derecho a hacerlo cambiar porque hasta ahora lo tenían los demás, los débiles. Ahora tengo figuras que me representan, con las cuales me identifico y que me habilitan a desafiar esos límites que son morales o éticos. 

 

 

 

El mercado sin Estado

 

"El mundo moderno, que además de industrializador y mecanizador era colonizador y tenía un montón de suciedad abajo de la alfombra, tenía también una propuesta de humanismo universal. Estaba ese horizonte. Los derechos humanos eran indiscutibles. El cinismo contemporáneo habilita a abandonar esa máscara. Ya no hace falta fingir que vamos hacia allí. Se abre una especie de lucha, y no por casualidad es el mercado la institución que organiza este nuevo mundo en vez del Estado. Es todos contra todos y gana el que logra hacerse rico, y el pobre que se muera, prácticamente", explica Sibilia. 

 

Es que la crisis del suelo moral moderno obedece, también, a un "descrédito de la propuesta y el relato de igualdad, fraternidad y democracia". "Ese modelo de mundo mostró que, sobre todo en los últimos años, en vez de estar avanzando hacia una gradual igualdad y fraternidad, la desigualdad está naturalizada. Y el Estado dice bueno, no puedo hacerme cargo de esto, es demasiado; los Estados se desresponsabilizan cada vez más. Todo esto tiene mucho que ver también con el neoliberalismo y el hecho de que se transfieran al mercado y la iniciativa privada muchos compromisos que antes asumía el Estado. Se asientan valores neoliberales del emprendedurismo, cada cual tendría que responsabilizarse por su éxito personal, no sería el Estado el que tendría que ocuparse de dar las condiciones", postula.

 

Desconfiar del yo

-¿Por dónde se puede comenzar a pensar una alternativa por fuera de la hipocresía o el cinismo?

 

-Creo que se puede empezar por desconfiar de ese yo omnipotente, poniéndose en duda quizás. ¿Por qué tengo que tener una opinión sobre todo o una opinión tan segura y confrontativa con la opinión del otro, sin matices, sin dudas, pura certeza, con un yo que no tiene relieves ni zonas oscuras? Desconfiar de ese yo empoderado me parece que puede ser una buena clave, o sea, no tomarse tan en serio ese yo y esa autoestima. Se entiende el empoderamiento porque responde a un modelo anterior que te ponía necesariamente en segundo plano y te sometía. Pero ante la deriva de la situación actual, puede ser saludable tomarlo con humor también, permitirse equivocarse, dudar, escuchar al otro, cambiar de opinión, que nos cuesta muchísimo, porque parece que eso es una debilidad, cuando toda la filosofía está construida sobre la posibilidad de dudar. Uno pensaría que es imposible el diálogo pero no sé si es tan así. En las redes sociales o en Internet todo es "sí o no" y exagerado. Después, cuando te encontrás en lo cotidiano, en vivo, necesariamente hay una cierta posibilidad. Con los que están híper radicalizados y con mucho odio no sé, pero esos no son la mitad del país. Aflojar un poco con el yoísmo y estoy completamente segura de lo que pienso y las cosas son así, y qué barbaridad lo que piensa el otro y qué horror: algo de eso me parece recomendable en sí mismo, por más que no se logre la hermandad universal. Hay muchas verdades que no nos atrevemos a admitir. Quizás tengan razón en algunas reivindicaciones y quejas, en algunas propuestas incluso, y por ideología o porque no estamos dispuestos a admitir...  esta actitud nos sacaría a los progres de esa situación incómoda de tener que defender las ruinas de las instituciones que veníamos criticando hace un montón (la democracia, la prensa, la escuela) y nos permitiría lanzarnos a este debate con otras formas, que no sean aniquilar al otro y reforzar las burbujas.

 

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Fuente: https://www.pagina12.com.ar/790841-paula-sibilia-hay-un-suelo-moral-en-el-que-se-atropella-todo