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8/12/2024

Los discos de María Ezquiaga y Martín Caamaño encuentran un territorio común

Ella publicó su segundo álbum solista, Toco y canto: un álbum de canciones lleno de orgullo y vindicaciones. Él debuta en solitario con Sonámbulos: una suite instrumental centrada en la guitarra. 

Ezquiaga y Caamaño tienen nuevos discos como solistas. (Foto: Nora Lezano)
Ezquiaga y Caamaño tienen nuevos discos como solistas. (Foto: Nora Lezano)


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En sus trabajos solistas pervive el espíritu de Rosal

Los discos de María Ezquiaga y Martín Caamaño encuentran un territorio común

Ella publicó su segundo álbum solista, Toco y canto: un álbum de canciones lleno de orgullo y vindicaciones. Él debuta en solitario con Sonámbulos: una suite instrumental centrada en la guitarra. 

Una pareja se separa. Una banda hace otra cosa. Poco antes de la pandemia, Rosal anunció la edición de un EP, un concierto y una despedida por tiempo indeterminado. Quince años de trabajo. Cinco discos de estudio. Un inolvidable disco en vivo. Mil recitales, videos, giras. Apoyaron las valijas en el andén, se dieron un abrazo y cada uno tomó su tren. María Ezquiaga siguió cantando sus canciones. Ezequiel Kronenberg produjo y aisló el sonido del siglo nuevo. Caamaño tradujo y escribió guiones, publicó la novela Oslo y se fue a tocar la guitarra con Santiago Motorizado. Las valijas, hasta donde se sabe, quedaron exactamente ahí. En semi-círculo, sobre el andén. Nadie pasó a buscarlas.

Ahora, casi en simultáneo, Ezquiaga y Caamaño acaban de publicar flamantes discos como solistas. Por un lado, Toco y canto: un álbum orgulloso de canciones. Cruzado, de una punta a la otra, con reivindicaciones del oficio, de una generación, de la soberanía emocional. Esas cosas. Por otro lado, está Sonámbulos: una suite instrumental que parece el soundtrack de Cae la noche tropical o alguna otra novela del estilo, capaz de hablar de la metafísica de la vida aunque nunca la mencione. Son los dos lados de una misma moneda. El espíritu de Rosal, parece decirnos la encrucijada, habla en dos lenguas. Por lo menos.

Ezquiaga compuso buena parte de su disco entre una ruptura y su proyecto de musicalización sobre los poemas del cordobés Ricardo Cabral. Así, mientras supuraba el dolor con la heladera vacía y algunos dardos envenenadísimos (verbigracia, “sos un sampler de frases que hay que decir”), agarraba los versos ajenos y se los adueñaba de taquito. “Lluvia”, la milagrosa pieza de apertura, es el final de la parábola para la larga noche del corazón roto. Apoyada contra la ventana, Ezquiaga llega a su revelación con los ojos húmedos: “no hay nada que apagar/ hay que dejar arder”. La voz es intransferiblemente personal pero son versos que musicalizó para un laburo. Ergo, la catarsis y el oficio no son opuestos.

“A diferencia de Interacción, el disco anterior, las canciones son un poquito más lo que sale ahí directo, sin mucho enrosque”, dice. “Yo suelo quedarme bastante con cada tema. Vuelvo a las armonías, muevo las partes. Acá iba escribiendo la melodía y los acordes en un cuaderno pentagramado o metía el cifrado en un documento de Google. Y ya. No le di mucha vuelta. De hecho, hay mucho rasgueado de guitarra. En la siguiente etapa, lo empecé a abrir a los amigos y se volvió algo más colectivo. Ahí apareció esta idea de que quería que sea un disco de mis compañeros de ruta. En ese sentido, hasta me da cosa decir que es un disco solista”.

Producido por la propia Ezquiaga y Manu Caizza, Toco y canto no tiene feats sino convidados. Pol Nada mete su voz de fantasma en “Lluvia” y, en sólo dos minutos de palmas y ajustes de cuentas, Mariana Bianchini oficia de cómplice o confidente. Pablo Dacal canta mirando las nubes y Lucas Martí entra en el disco para terminar una canción abandonada. Hay un tema de Alfonso Barbieri que pide pista como standard y, por aquí y allá, un puñado de audios de whatsap entretejen el relato subterráneo. “Nadie puede solo”, dice Marcelo Zanelli, sobre el final del disco. “La dependencia tiene mala prensa, pero la realidad es que sin dependencia no hay ser humano. No hay humanización. Lo humano depende de lo humano. Todos necesitamos. Nadie se hace solo”.

El título, en ese sentido, juega a dos puntas. Por un lado, es un guiño generacional para todos aquellos guitarreros de fogón que sumaron páginas y páginas de repertorio con los viejos cancioneros de la editorial Magendra. Por el otro, es un estatement absolutamente personal. El mundo tal como lo conocemos hace agua y, en una hipotética pero nada descabellada escena de emergencia, somos llamados para auxiliar a nuestra comunidad. ¿Qué es lo que usted sabe hacer? ¿Lo que puede ofrecer? Ezquiaga saca pecho: Toco y canto. “Me sigue sorprendiendo”, dice Caamaño. “No sólo somos amigos, sino que trabajamos juntos mucho tiempo y estuve ahí cada vez que llegó a Rosal con una música nueva. Pero se sienta, me muestra un tema como ‘Lluvia’, y se cae toda mi teoría sobre las canciones”.

FRAGMENTOS DE COSAS INDEFINIDAS

Diez o quince días antes de que salga Sonámbulos, Caamaño viajó hasta Río de Janeiro para pasar unos días. No era, como dice Charly, un extraño. Su padre vivió más de la mitad de su vida en Río y Martín recorre esas mismas calles desde que tiene unos ocho años. La música popular brasilera es parte de su folklore tanto como el rock argentino. Sin embargo, a pesar de que su disco incluía un sample de Baden Powell y una de los tracks se llama “Saideira”, se resistía a reconocer la filiación carioca.

“A veces uno tiene tan cerca las cosas que ni las registra”, apunta Caamaño. “‘Ciego de tanto verlas’, como diría Caetano”. Yo había pensado en algo más invernal y centroeuropeo, pero salí a caminar con el disco en los auriculares y me sorprendió que pegara con el ambiente. Había un contraste que funcionaba. Yo soy bastante de controlar lo que hago, pero cada vez que suceden estos giros inesperados se te demuestra que algo así tiene independencia. Que está vivo”.

Publicado por el sello Metamúsica, Sonámbulos se inscribe en una saga apenas visitada en la tradición popular argentina: la música instrumental mayormente guitarrística, capaz de manejar conceptos del ambient (el foco, los planos) pero incapaz de pedir otra cosa que no sea atención.

La misteriosa pieza de apertura, titulada apenas “...”, arranca con un acorde pellizcado que cae como una piedra sobre el lago. El eco de la madera no mide la profundidad: la crea. Después la armonía quiere avanzar pero una nota pedal (un silbato lejanísimo) la hace girar en círculos. Como una milonga. Como un caballo vareado en círculos sobre el fondo del lago. Es familiar y no es familiar. Como si Brian Eno hubiera producido un disco de Yupanqui.

“Si bien hice la gran mayoría del disco en pandemia, no quisiera catalogarlo como un disco del encierro”, dice Caamaño. “Más que nada tiene que ver con mi trabajo y mis hábitos. Yo escribo y siempre tengo la guitarra al lado. Cuando uno está trabado, por lo general frena y se prende un cigarrillo o se hace un mate. Yo agarro la guitarra. A veces me pongo a tocar canciones de otros que canto como si fuese un fogón solitario y en otros momentos me pongo a tocar cualquier cosa. Fragmentos de cosas indefinidas. Algo que hace todo el mundo. La diferencia es que, poco a poco, fui dándole una coherencia. Sumando partes. Y, en algún momento, se fue delimitando una zona. Apareció la idea”.

La idea. En uno de los momentos centrales de La notte, la película de Antonioni, el personaje que interpreta Monica Vitti lee la trilogía de Los sonámbulos de Hermann Broch. Seducido históricamente por la escena, Caamaño compró el libro pero recién se lanzó a leerlo durante la Deep Cuarentena. Las cosas necesitan su tiempo. O su entretiempo. “El libro trata de miles de cosas, pero plantea esta idea del sonámbulo como el hombre que no se puede adecuar a los cambios de siglo: desde el fin de la aristocracia hacia la llegada de la burguesía”, dice Caamaño. “Mientras lo leía, yo estaba armando los temas del disco y cumplía 40 años. Sentí que, con mis compañeros de generación, éramos una suerte de sonámbulos. Divididos entre dos tiempos. Conocimos otro estilo de música y otro estilo de vida, pero participamos del presente y el mundo que nos toca. No somos viejos, pero criticamos algo y somos acusados de viejos chotos. No somos pendejos, pero estamos siempre mirando el celular como los pibes”.

El concepto no fue una mera palabrita. Como la humedad, permeó cada estrato del disco. Tímbricamente, por ejemplo, el disco pendula entre las programaciones y un viejo afinador de silbato con historia familiar. Extática, la guitarra cruza estas siete músicas como si fuera una pasajera en trance: de un siglo al otro y al otro. “Ponés el disco y te sentís acompañada”, dice Ezquiaga. “Está muy vivo. Lo retrata muy claramente a Martín. Ponés el disco en tu casa y sentís la presencia. La presencia de algo”.

EDUCACIÓN SENTIMENTAL

Cualquiera puede vestirse más o menos bien con una Mastercard Gold, pero la verdadera elegancia se lleva en la ruina. En algún punto del 2002, Ezquiaga y Julieta Ulanovsky salieron a tocar sus canciones acústicas sobre paseos por la avenida Corrientes, películas francesas y chicos irresistibles. Se armaban clubes de trueque y ya se llamaban Rosal. Se cobraba en patacones, se cortaba la luz. Las bandas barriales llegaban a los estadios. ¿Les suena? Entonces, apenas terminaron de grabar Educación sentimental, Ulanosky anunció que se bajaba y el baterista Sebastian Ostolaza se tomó el proverbial avión de la crisis. El concierto despedida de aquella formación era el sueño húmedo de los perdedores: tres entradas vendidas. Pero tres personas no son público. Son personas.

“Una de esas personas era una diseñadora y quería vestirme”, recuerda Ezquiaga. “Fui a la casa y, mientras charlábamos, me dijo que tenía un amigo con un programa de radio. Esto parece gracioso. Fui a la casa del amigo que tenía el programa de radio y el chico me dice que conoce a un baterista que podría hacer un remix de ‘Bombón’. Llamé al baterista y quedamos en un bar de Palermo. Le di mi disco y, cuando tuvo listo el remix, me pidió que fuera a su casa. Ese baterista era Juan Jacinto. Vivía con su hermano Hernán y con Ezequiel Kronenberg. ¿Cómo es tu banda?, me preguntaron. No tengo banda, respondí. Bueno, me dijeron, nosotros podemos ser tu banda”.

El centro gravitacional llamó otras partes. Todos eran músicos buenos camino a muy buenos caminos prestigiosos. Venían del jazz o del soul o de lo que sea. Estudiaban con algún Fattoruso o con discos de Jarrett. “En el primer ensayo, yo estaba un poco abrumado”, dice Caamaño. “¿Qué hago acá? ¿Por qué me llamaron a mí? Pero toqué el primer tema y María ya elogió alguna cosa y si no podía tocar algo me decían que lo toque a mi manera. Creo que era importante el entusiasmo: no sólo por la música que uno hace sino por la que uno escucha. Los discos. Algunos libros. A partir de ahí se abrió un canal que empezó a trascender lo musical. Nos hicimos amigos”.

Así, en la tierra baldía del post-Cromañón, Rosal adquirió espesor como banda y habilitó una escena. Cancionistas que podían tocar sin amplificación. Chicos de veintipico con sacos de segunda mano y discos de Mateo o Leonard Cohen. Chicas que tocaban el cello o el clarinete pero querían salir a tomar vino tinto en un patio o donde fuera. Cosas así, gente de ese tipo. Rosal abrió ese camino pero, merced a sus intenso movimiento interno, hizo la suya. Kronenberg impuso su “temple prusiano” y Ezquiaga sus canciones. Caamaño era el vector. “Siempre fue la persona que logró el equilibrio”, dice Ezquiaga. “Enseguida se entusiasma y, cuando ve alguna falla de comunicación, logra saldarla. Es una persona muy vital y, a la vez, maneja una cosa súper-conceptual. Su fuerte es entender las limitaciones, desechar lo que ya se hizo e inventar algo”.

Pronto, cuando quisimos acordar, la presión había generado un núcleo imposible e indivisible de tres átomos. Nocturno. Volado, sujeto a la fluctuación meteorológica del romance o del cuerpo. ¿Es amor o sólo subió la presión sanguínea? ¿Control o no control? En abril de 2013, Rosal sacó un disco titulado Un fuerte en el corazón y zanjó la discusión con esa música geométrica y melodramática que aspiraba a la disolución. Como un buda.

Una pareja se separa. Una banda se une. 

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Fuente: https://www.pagina12.com.ar/788081-los-discos-de-maria-ezquiaga-y-martin-caamano-encuentran-un-