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El sol lo abrasa todo y la transpiración corre por la piel en torrentes nítidos. Los únicos abrigos del calor son el diminuto cuarto de hotel con su ventilador y alguno de los bares visitados asiduamente por los falsos parroquianos, esos expatriados que llegaron del otro lado de la frontera por alguna razón sensata u obligados por las circunstancias. Hay algo de zoológico humano en la variopinta selección de especímenes que pululan por el lugar, entre ellos William Lee, el narrador. Hay universitarios y exsoldados, la mayoría de ellos favorecidos por la “G.I. Bill”, la Ley de Reajuste de Militares que apoyaba a los veteranos de la Segunda Guerra Mundial con becas y pensiones para estudios. Lee es queer, una “marica”, y sus constantes paseos en alto estado de embriaguez lo ayudan a ponerse en contacto con algún posible amante de ocasión, cuando no está intentando conseguir una dosis de morfina a través de algún médico dispuesto a falsificar el diagnóstico. Entonces aparece Allerton, un joven que lo atrae, mucho más que los otros jóvenes universitarios que recorren las mismas calles y tugurios que él. Más tarde, cuando la ciudad de México quede atrás y el viaje por Sudamérica lo lleve a otros parajes, Lee intentará dar con la ayahuasca, convencido de sus capacidades para liberar la telepatía.
William S. Burroughs escribió Queer (en algunas ediciones en español el título se tradujo como Marica) entre 1951 y 1953, mientras atravesaba el juicio por el homicidio accidental de su pareja, Joan Vollmer. Una novela corta, de menos de cien páginas, que funciona como secuela de su anterior Junky, publicada bajo el pseudónimo William Lee. Queer permaneció inédita hasta 1985, cuando finalmente fue lanzada al mercado con una introducción escrita especialmente por el autor a treinta años de la confección del manuscrito original. Considerado usualmente un autor difícil de adaptar, el único de sus textos llevado a la pantalla de manera oficial había sido El almuerzo desnudo, el notable largometraje de David Cronenberg, aunque la figura del escritor ha sido presentada en diversos films documentales y de ficción. Con el estreno de Queer en salas de cine, semanas antes de su lanzamiento en Mubi, el cineasta canadiense ya no está solo en el difícil abordaje audiovisual al universo del autor de Los chicos salvajes y Exterminador. La nueva película del italiano Luca Guadagnino fue presentada en sociedad hace unos meses en el Festival de Venecia, y cuenta con la presencia central de Daniel Craig en el papel de Lee -un rol en principio muy alejado de sus papeles usuales, y más aún del testosterónico Bond-, acompañado por el joven Drew Starkey como Eugene Allerton, el origen de todos los deseos del protagonista. Guadagnino también convocó a Jason Schwartzman y a Lesley Manville para darle vida a sendos personajes secundarios, e incluso llamó a un par de amigos cineastas para gestar pequeñas apariciones de relevancia: el estadounidense David Lowery y el argentino Lisandro Alonso.
BAJO EL CIELO DE MÉXICO
“Siempre quise adaptar el libro, desde que lo leí por primera vez a los quince años, en 1988, en Palermo, Italia. Al leerlo, de inmediato sentí el deseo instintivo de que fuera una película. A tal punto que, muchos años después, sin poseer los derechos de adaptación ni nada por el estilo, escribí un guion para una película posible. La verdad es que no sé cómo será ese guion porque no lo he leído desde que lo redacté, hace un par de décadas”. Luca Guadagnino conversó en exclusiva con Radar semanas antes del estreno local de Queer y contó, entre otras muchas cosas, esa fascinación temprana por la obra de Burroughs en general y esa breve novela en particular. Cuando se encontraba trabajando en su película previa, Desafiantes, el cineasta conoció al guionista Justin Kuritzkes, quien terminó aceptando el desafío de llevar el texto original a un formato de guion cinematográfico. “En Justin encontré a un verdadero compañero en el arte de hacer cine y a alguien en quien puedo confiar por completo. Un creador con el que puedo conectarme profundamente en términos de estructura narrativa, en la manera de contar una historia”. Guadagnino también recuerda que Kuritzkes no había leído el libro hasta ese momento, y que luego de hacerlo comenzaron a conversar sobre los desafíos y ambiciones de la adaptación.
“Fuera, el barrio parecía ahora encantado”, escribe Burroughs en la introducción de Queer. “Pequeñas farmacias en un mercado, delante cajas y puestos, una peluquería en la esquina. Quioscos que vendían saltamontes fritos y caramelos de menta negros de moscas. Niños del interior del país vestidos con impecable ropa blanca de hilo y alpargatas, con caras de cobre bruñido e intensos ojos negros e inocentes, como animales exóticos, de una deslumbrante belleza asexuada. Ahí hay un chico de rasgos angulosos y piel negra, que huele a vainilla, con una gardenia detrás de la oreja. Sí, has encontrado una perla, pero para encontrarla tuviste que atravesar Villamierda. Siempre es así. Cuando crees que la tierra está exclusivamente poblada por Mierdas, encuentras una perla”. ¿Cómo crear una película que fuera profunda y devotamente fiel a Burroughs sin ser literal? Para el director de Suspiria y Llámame por tu nombre la clave estaba en preguntarse qué significaba que Queer fuera un libro inacabado. “¿Cómo acabarlo? Esa era una cuestión central. Finalmente, si bien leímos el libro de manera independiente, los dos sentimos que no se trataba de una novela sobre un amor no correspondido, sino una historia de amor completamente redonda, emocionalmente bella y, desde luego, muy complicada. Y eso es exactamente lo que queríamos filmar”. No es casual entonces que la placa publicitaria y los posters en español no señalen que se trata de “Un film de...” o “Una película de ...” sino de “Una historia de amor de Luca Guadagnino”. Desde luego, algunas de sus imágenes pueden hacer pensar al espectador que se trata simplemente de la descripción de una pasión erótica, un metejón sexual al cual el maduro Lee no puede resistirse. Pero, fiel a su estilo, el realizador utiliza esos mecanismos más crudos -el sexo urgente en una cama de hotel de una plaza, los recelos y celos del hombre mayor antes las actividades privadas de su “protegido”- para sentar las bases de esa crónica de un amor bajo el cielo de México y otros parajes más tropicales. Tal vez el término ternura no sea el primero que viene a la mente al pensar en la obra de W. S. Burroughs, pero Guadagnino y Kuritzkes exploran el texto como si se tratara de una mina, hallando en el proceso ese metal precioso llamado amor.
Las imágenes diurnas de Queer están revestidas de una capa de luz radiante, los amarillos, ocres y naranjas explotando en la pantalla. De noche, en cambio, la polifonía de pequeñas luces ilumina los ambientes dejando amplio espacio a la oscuridad, claroscuros que rodean y abrazan a los personajes como si se tratara de una criatura más. El responsable de esos logros visuales es el director de fotografía tailandés Sayombhu Mukdeeprom, compañero de viaje de su coterráneo Apichatpong Weerasethakul, quien también ha colaborado con Guadagnino en varios proyectos desde los tiempos de Llámame por tu nombre. El otro detalle, nada menor, que le regala a Queer una cualidad extrañada a pesar de su aparente naturalismo, es el rodaje en estudios, tanto en las escenas de interiores como en aquellas que transcurren en las calles mexicanas o la selva tropical. “Sólo filmamos dos secuencias en locaciones reales, una en un jardín botánico y la otra en una playa. El resto del film, incluida la jungla, todo fue rodado en Cinecittà. Desde el primer momento, cuando leí el libro, sentí que el texto no me estaba hablando literalmente de una etapa en la vida de Burroughs, sino que era esencialmente acerca de un estado de mente. Su estado mental. Siempre estuvo la certeza de que no haríamos un drama de época sobre el paso de Burroughs por la ciudad de México en aquellos años. En cambio, la intención fue crear una representación de su estado mental, siguiendo los lineamientos del libro. Cuando hablamos con el académico Oliver Harris, un gran estudioso de la obra de Burroughs, nos dijo que algunos de los lugares descriptos en el libro ni siquiera estaban en México. Uno de los bares, por ejemplo, es en realidad un local que surge del recuerdo de los días que pasó en Austria, unos veinte años antes. Son recuerdos recreados a partir de sus propios parámetros. Y si bien en Queer no está presente de manera literal, ya puede intuirse la existencia de Anexia y de esa suerte de ‘interzona’ que sólo aparecerán más tarde en su obra”.
Yendo aún más allá en términos del diseño de producción del film, Guadagnino cree que lo que logró el “gran diseñador Stefano Baisi fue conjugar la posibilidad de que la película sea la proyección de la mente y la escritura de Burroughs, pero al mismo tiempo reflexionar sobre esa misma representación, de manera similar a cómo lo han hecho grandes cineastas como Michael Powell y Emerich Pressburger. Podría decirse que toda la película funciona como un sueño enfebrecido de Burroughs. La puesta en escena intenta reflexionar sobre sí misma. Es un poco como la India de Powell y Pressburger en Narciso negro o el mundo del ballet en Las zapatillas rojas. Al hacer eso uno se libera y rompe los límites del cine, llegando a un lugar que no es una representación histórica sino emocional. Por eso el diseño de producción, el maquillaje y el vestuario son emocionales. El color, las curvas de los espacios, tienden a ser proyecciones y reflexiones de Burroughs y del estado emocional de los personajes”.
El VIAJE DE YAGÉ
“Después de eso, Lee se encontraba con Allerton todos los días a las cinco en el Ship Ahoy. Allerton estaba acostumbrado a escoger a sus amigos entre personas mayores que él, y esperaba con ilusión cada encuentro con Lee. Lee conversaba de cosas que Allerton nunca había oído. Pero a veces se sentía oprimido por Lee, como si la presencia de Lee excluyera todo lo demás. Creía que estaba viendo demasiado a Lee. A Allerton no le gustaban los compromisos, y nunca había estado enamorado ni tenido un amigo íntimo. Ahora se veía obligado a preguntarse ‘¿Qué quiere él de mí?’ No se le ocurría pensar que Lee era marica, pues asociaba la homosexualidad con por lo menos cierto grado de afeminamiento declarado. Finalmente llegó a la conclusión de que Lee lo valoraba como público”. El estilo en proceso de Burroughs ya muestra algunas de sus constantes en Queer, esa cualidad sucinta no exenta de brusquedad que describe sin desvíos, mirando y apuntando hacia al blanco sin merodear. El film de Guadagnino se apoya en un romanticismo formal que no parece descender precisamente del autor homenajeado, aunque curiosamente llega a tocar varias de sus fibras esenciales transitando caminos divergentes. No es un logro menor.
En términos de dirección actoral y de la respuesta de los actores a las directivas del realizador, Guadagnino cree que “estábamos en un sitio desde el cual podíamos ir a varios lugares sin hacernos demasiadas preguntas”. Daniel Craig ha dado infinidad de entrevistas desde el estreno del film en Venecia, y la mitad de las preguntas han girado alrededor de su persona cinematográfica, ligada a una imagen de macho arquetípico, llegando al ridículo de preguntarle si alguna vez imaginó que podía interpretar a un James Bond gay. Es cierto que algunas de las escenas de sexo de Queer son relativamente jugadas, al menos cuando se las compara con el grueso de la producción de Hollywood, pero respecto de lo desafiante del rol por esas mismas razones, el británico ha respondido usualmente con un “Para eso me levanto todas las mañanas: para actuar”. Respecto de Drew Starkey, cuyo personaje es esencial a la trama y a los deseos del protagonista, Guadagnino afirma que “una de las cosas que realmente me gustaron de su participación es que nunca puso en duda el hecho de que su personaje podía sentirse pasivo, porque no hace ni dice mucho en un sentido tradicional. Pero Allerton tiene una habilidad profunda de habitar cualquier lugar y controlarlo”.
La ecléctica banda de sonido es típicamente guadanigniesca: además de la música compuesta especialmente por Trent Reznor y Atticus Ross, los integrantes de Nine Inch Nails, diversas escenas son atravesadas por melodías como All Apologies, aunque en la versión de Sinéad O’Connor, Come As You Are, ahora sí por Nirvana, Begin The Beguine, Sin Ti, por el Trío Los Panchos, Musicology y 17 Days, de Prince, y Leave Me Alone, de New Order. Salvo los temas cercanos al cancionero latino de los 40 y 50, la mayoría de las canciones aportan fuertes dosis de anacronismo, pero para el realizador eso está en perfecta sintonía con las intenciones creativas. “Llámame por tu nombre era un drama de época, por lo que la música que se escuchaba allí llegaba hasta 1983. En este caso, tratándose de un sueño enfebrecido de amor, el de dos personas que se conocen vistas a través del prisma de ese autor sublime que es Burroughs, teníamos que rodear el concepto en términos musicales. Tanto en la banda sonora original, compuesta por Reznor y Ross, que trabaja el canon del romanticismo sinfónico previo a la crisis económica de los años 20 del siglo pasado, como en las canciones. En ese último caso tuvimos que buscar analogías con la proposición candente que Burroughs llevó adelante para muchas generaciones venideras. No es algo novedoso decir que él es una figura constantemente descubierta por los lectores jóvenes, y por esa razón nos parecía que Nirvana o Prince o New Order eran algo así como puentes emocionales que unen las distancias con ese gran padrino de la generación beat”.
>Fragmento de la introducción a Queer
EL CAOS DE UN SUEÑO
Por William S. Burroughs
Ciudad de México, cuando viví en ella a fines de la década de 1940, era una ciudad de un millón de habitantes con aire claro y brillante y un cielo de ese tono especial de azul que tan bien combina con los revoloteantes buitres, la sangre y la arena: el puro, amenazador y despiadado mexicano. Me gustó Ciudad de México desde la primera vez que la visité. En 1949 era un lugar barato para vivir, con una enorme colonia extranjera, fabulosos burdeles y restaurantes, peleas de gallos y corridas de toros y cualquier forma imaginable de diversión. Un hombre solo podía vivir bien allí por dos dólares diarios. El juicio en Nueva Orleáns por tenencia de heroína y marihuana parecía tan poco prometedor que decidí no acudir a la cita del tribunal, alquilé un apartamento en un barrio tranquilo de clase media de Ciudad de México.
Sabía que por la ley de prescripción yo no podía volver a los Estados Unidos durante cinco años, así que solicité la ciudadanía mexicana, y me matriculé en algunos cursos de arqueología maya y mexicana en el Colegio de Ciudad de México. La pensión me pagaba los libros y las clases, y me dejaba una mensualidad de setenta y cinco dólares. Pensé en dedicarme a la agricultura, o quizás abrir un bar en la frontera con los Estados Unidos.
La ciudad me atraía. Los barrios bajos no tenían nada que envidiar a los barrios bajos de Asia en cuanto a suciedad y pobreza. La gente cagaba en la calle y después se acostaba encima mientras las moscas le entraban y salían de la boca. Algunos emprendedores, entre los que no eran infrecuentes los leprosos, hacían fogatas en las esquinas de las calles y cocinaban unos revoltijos horribles, apestosos, indescriptibles, que ofrecían a transeúntes. Los borrachos dormían directamente sobre las aceras de la calle principal, y ningún policía los molestaba. Me pareció que en México dotados dominaban el arte de no meterse en las cosas de los demás. Si un hombre quería llevar un monóculo o usar bastón, no vacilaba en hacerlo, y nadie se volvía para mirarlo. Los niños y los hombres jóvenes andaban por las calles del brazo y nadie les prestaba atención. No era que a la gente no le importara lo que pensaban los demás; pero a ningún mexicano se le ocurriría aceptar la crítica de un extranjero, ni criticar el comportamiento de los demás.
México era fundamentalmente una cultura oriental que reflejaba dos mil años de enfermedad y pobreza y degradación y esclavitud y brutalidad y terrorismo psíquico y físico. Era siniestro y sombrío y caótico, con el caos especial de un sueño. Ningún mexicano conocía de verdad al prójimo, y cuando un mexicano mataba a alguien (lo que ocurría a menudo), era por lo general a su mejor amigo. Todo el que quería llevar un arma, y leí acerca de varios casos en los que policías borrachos, al disparar a los asiduos de un bar, eran a su vez tiroteados por civiles armados. Como figuras de autoridad, los policías mexicanos estaban a la misma altura que los conductores de tranvía.
Todos los funcionarios eran corruptibles, los impuestos sobre la renta eran muy bajos y los cuidados médicos muy económicos porque los médicos se anunciaban en los periódicos y hacían descuentos. Podías curarte de una gonorrea por 2.40 dólares o comprar la penicilina e inyectártela tú mismo. No había normas que restringieran la automedicación, y se podían comprar agujas y jeringuillas en cualquier parte. Ésa era la época de Alemán, cuando reinaba la mordida, y la pirámide de sobornos iba desde el policía que hacia la ronda hasta el presidente. Ciudad de México también era la capital mundial del asesinato, con el índice de homicidios per cápita más alto.
***
Cada país tiene sus propias Mierdas especiales, como el agente del orden sureño que hacía una muesca por cada negro que mataba, y el burlón macho mexicano no se queda atrás en cuanto a violencia. Y muchos mexicanos de clase media son tan horribles como cualquier burgués del mundo. Recuerdo que en México las recetas para narcóticos eran de un amarillo brillante, como un billete de mil dólares o una baja deshonrosa del ejército. Una vez el viejo Dave y yo tratamos de llenar una receta, que él había obtenido del gobierno mexicano de manera bastante legítima. El primer farmacéutico donde probamos retrocedió soltando un gruñido: “¡No prestamos servicio a los viciosos!”
Caminamos de una farmacia a otra, sintiéndonos cada vez peor. “No, señor…” Debimos andar varios kilómetros.
-Nunca había estado en este barrio.
-Bueno, probemos en una más.
Finalmente, entramos en una pequeña farmacia, un verdadero cuchitril. Saqué la receta y una señora canosa me sonrió. El farmacéutico miró la receta y dijo: “Dos minutos, señor”.
Nos sentamos a esperar. Había geranios en la ventana. Un niño me trajo un vaso de agua y un gato se frotó contra mi pierna. Después de un rato el farmacéutico regresó con nuestra morfina.
-Gracias, señor.
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Fuente: https://www.pagina12.com.ar/787773-se-estrena-queer-de-luca-guadagnino-basado-en-un-libro-tardi