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A comienzos del año 2000, Raúl Horacio Campodónico se topó con una pila de ejemplares de Leoplán en una librería de Salta al 700. Buscaba información sobre cine argentino pero encontró otra cosa en aquellas revistas: artículos, traducciones y cuentos de Rodolfo Walsh. El descubrimiento siguió a un par de hallazgos previos: Lo que la noche revela (Hachette, 1946), compilación de relatos de William Irish traducidos por Walsh, comprado por un peso en otra mesa de saldos, y “El pájaro de las islas” (1950), un cuento encontrado también sin querer en la revista El Hogar. “Ahí decidí comenzar este trabajo con la certeza de que era mucho lo que se desconocía sobre su obra”, cuenta Campodónico.
Con el subtítulo de “La escritura del oficio”, su libro Enigma Walsh reconstruye un itinerario desconocido: “El rol de Walsh en tanto trabajador de la industria editorial, eslabonado al impacto que estos oficios han tenido en su producción literaria”. En esta perspectiva Operación masacre no es un punto de partida sino una bisagra: culmina un ciclo en el que las traducciones, los cuentos policiales y el periodismo de divulgación convergen para iluminar la irrupción de Walsh en el campo intelectual e introduce a otra etapa en la que la poética del relato testimonial se enlaza con los guiones de Héctor Germán Oesterheld y con el cine militante de la segunda mitad de los años ’60.
El propio Walsh rechazó el valor de aquella etapa inicial. “No le concedo mayor importancia”, declaró en una entrevista publicada por la revista Mayoría en 1958, y en el prólogo a la tercera edición de Operación masacre (1966) pormenorizó: “Mi primer libro fueron tres novelas cortas en el género policial, del que hoy abomino”. La investigación de los asesinatos de José León Suárez le cambió la vida, pero la maduración del escritor no fue repentina y sus huellas fundamentales se encuentran en ese pasado desmerecido.
Campodónico hace honor a Walsh en el rigor extremo de su construcción. El libro reinterpreta y arriesga claves de lectura donde todo parecía estar dicho, sobre la base de un caudal extraordinario de información. Si lo literario, lo testimonial y los textos del “violento oficio de escribir”, como se llama a los periodísticos, suelen ser examinados por cuerda separada, Enigma Walsh los integra y analiza en el contexto cultural, histórico y político en el que aparecieron, para finalmente desbaratar consensos de la crítica especializada.
Hay cursos secundarios en el recorrido: entre otros, Walsh como actor en un conjunto vocacional; el punto de inflexión de su vida enmarcado por los vínculos con Marcelo Sánchez Sorondo, primer editor de Operación masacre e hijo del ministro del Interior de José Félix Uriburu, y con Piri Lugones, “hija del torturador” según sus célebres palabras; el primer viaje a La Habana y la organización de una oficina de Prensa Latina en Río de Janeiro; la edición pirata de las notas sobre el crimen de Marcos Satanowsky bajo el título Operación homicidio. Nacido en 1961, Campodónico es profesor de Teorías Audiovisuales en la carrera de Imagen y Sonido de la Facultad de Arquitectura y Diseño de la UBA y tiene publicados tres libros sobre cine argentino; Enigma Walsh aparece con el sello de Refucilo Editora.
VARIACIONES EN NOIR
Walsh trabajó como corrector, traductor, antólogo y escritor en Hachette, donde ingresó cuando tenía diecisiete años. Recién salido del internado irlandés de la localidad de Moreno, se convirtió en un asalariado en el momento de mayor desarrollo de la industria editorial argentina. Su trayectoria como periodista estuvo marcada en cambio por la colaboración eventual, externa a la redacción y a distancia de las empresas, con la excepción de la experiencia en el diario Noticias (1973-1974).
Hachette publicaba colecciones juveniles y de bolsillo, textos de divulgación científica y literatura policial, primero con la Serie Naranja (1941) y más tarde con Evasión (1951). Al recomponer el mapa histórico del policial, Campodónico muestra que la difusión de la novela negra en Argentina fue muy anterior a la colección dirigida por Ricardo Piglia para la editorial Tiempo Contemporáneo: ya en 1933 la revista Magazine Azul publicó por entregas Cosecha roja, de Dashiell Hammett, y a partir de la década de 1950 los autores norteamericanos conformaron el catálogo de Malinca, una editorial muy poco considerada en las revisiones del género y reprobada por la carga erótica de sus portadas.
El cambio en la actitud del público destacado por Walsh en el prólogo a su antología Diez cuentos policiales (1953) –“se admite ya la posibilidad de que Buenos Aires sea el escenario de una aventura policial”- tampoco era tan reciente ya que fue precedido por una exitosa saga del detective Sexton Blake ambientada en la ciudad y publicada por la Editorial Tor. Lo que resultó novedoso fue la ampliación del mercado editorial argentino, en una coyuntura que no volvió a repetirse.
La influencia de William Irish, seudónimo de Cornell Woolrich, y en particular los temas que introduce “El pájaro de las islas” tienen proyecciones que Campodónico detecta en las posteriores obras testimoniales y hasta en la carta escrita después de la muerte de María Victoria Walsh. Traductor de cinco libros de cuentos y dos novelas del escritor norteamericano, Rodolfo Walsh asoma como “un joven nacionalista argentino de antepasados irlandeses, que trabaja con el idioma inglés y opera sobre la obra de un neoyorquino que implica a un irlandés en su seudónimo”.
El nombre de Daniel Hernández, seudónimo del autor y a la vez personaje de los cuentos de Variaciones en rojo (1953), representa una cifra que por un lado remite a un personaje bíblico en el que Walsh reconoce al primer detective de la historia y por otro al autor de Martín Fierro y de “Revelación de un crimen” (1863), el texto sobre el asesinato del caudillo Ángel Vicente Peñaloza que articula por primera vez periodismo y denuncia a través del contraste entre distintas fuentes y del examen de sus contradicciones.
Empleado de la ficticia Editorial Corsario, Daniel Hernández surge como un detective aficionado e integra una pareja de investigadores con el comisario Jiménez según el modelo de la novela anglosajona. Campodónico destaca que en “La aventura de las pruebas de imprenta”, el primer cuento de Variaciones en rojo, la pista para resolver un asesinato surge de la incorrecta escritura de la palabra “nacional” en una prueba de galera y que este término orbita en lo sucesivo: “Daniel Hernández parece estar saliendo en busca de las fronteras del género y, simultáneamente, proponer un alejamiento de las pautas clásicas, punto de inflexión desde donde lo “nacional” orientará el resto de los relatos” hasta dar con los sobrevivientes de los fusilamientos de José León Suárez y con sus voces.
ANATOMÍA DE UN OFICIO
El contexto que repone Enigma Walsh es fundamental para comprender las decisiones iniciales. Entre 1951 y 1956, cuando Walsh publica sus primeros cuentos en libros y revistas, transcurre el momento de mayor producción de las editoriales argentinas; si este dato puede resultar conocido, es mucho menos observada la articulación entre literatura y cine nacional que Campodónico puntualiza a través de adaptaciones cinematográficas y de voceros de la industria. “A menudo discutí con usted si fue la caída del peronismo lo que acabó con el fervor de las novelas policiales”, escribe luego Walsh en “Nota al pie”, el cuento que retrata a otro asalariado de la industria, el traductor León de Santis, y añora la presencia de Rastros, Evasión y “tantas buenas colecciones” que fueron “arrasadas por la ciencia ficción” según el narrador.
Walsh ingresa como autor al circuito editorial con su primer libro y la antología Diez cuentos policiales argentinos. Está al tanto de las demandas del público y del mercado por su experiencia en Hachette y ese conocimiento se vislumbra en la correspondencia que mantiene con Donald Yates (recopilada en 2021 por Juan José Delaney) y en el proyecto que concibe a continuación: una novela de espionaje ambientada primero en Asunción del Paraguay y después en Bolivia.
Walsh le explica a Yates en sus cartas que la historia podría adaptarse como guion cinematográfico; con el trasfondo de un golpe de estado en Bolivia planificado por militares, el protagonista llevaría sin darse cuenta una información determinante para el desenlace. Campodónico señala la influencia de las novelas del británico Víctor Canning (también traducido para Hachette), enhebra como un orfebre meticuloso un conjunto de textos y referencias complementarias de Walsh alrededor de Bolivia y traza una línea que corre con sorprendente nitidez desde aquel proyecto frustrado hasta Operación masacre: el thriller boliviano emerge como un boceto, no en el plano anecdótico sino en la combinación de materiales de diferentes tradiciones para producir un efecto de lectura movilizador.
Walsh vio en “La muerte y la brújula”, el cuento de Borges, “un ensayo sobre las posibilidades últimas del género policial” pero en menos de tres años perdió el interés por el modelo deductivo. Las traducciones para Leoplán registran ese cambio con “De rodillas ante el sol naciente”, de Erskine Caldwell, al que presenta como “el relato más minuciosamente feroz de toda la literatura”. En vez de la novela de enigma, el objeto de búsqueda es un tipo de ficción que recrea hechos de la vida real y tienta los límites de lo que se considera publicable: “No se trata tan solo de novelas o memorias testimoniales, sino de textos de circulación observada o impugnada por diferentes razones de Estado. Periodismo, ficción, testimonio y fronteras jurídicas forman parte de este último ciclo”, escribe Campodónico.
La serie incluye la traducción de Anatomía de un crimen, del periodista Joseph F. Dinneen, primero resumida en la revista y después íntegra en libro, y la adaptación de La ley me quiere muerto, de Caryl Chessman, condenado a muerte en Estados Unidos por robo, secuestro y abuso sexual. El primero refería a un robo millonario en Boston y el segundo a la prolongada confrontación del reo con la justicia norteamericana hasta su ejecución en la cámara de gas en 1960. Ambos libros comparten observaciones que Walsh verifica alrededor de los fusilamientos de José León Suárez: la ilegalidad de los procedimientos policiales y judiciales, la administración rutinaria de la violencia en las burocracias estatales, la escritura como acto de resistencia. De otra traducción realizada en 1956 provendrá la inspiración para el título de su libro más conocido: Operación desengaño, novela de espionaje del político británico Duff Cooper.
En el mismo número que incluye el texto de Chessman, Leoplán inaugura su correo de lectores con una carta en la que Walsh arremete contra Ricardo Balbín por declaraciones de coyuntura; a esta publicación le sigue otra carta, ahora destinada a la revista Qué y a polemizar con Héctor A. Murena sobre la política petrolera, el tema dominante durante la presidencia de Arturo Frondizi. Esta forma de intervenir en debates públicos remite a “El genio del anónimo”, una nota previa en la que Walsh relata el caso de un corresponsal no identificado que “tuvo en jaque a la nobleza y al gobierno británico” hacia fines del siglo XIX, y culmina con la Carta abierta de un escritor a la Junta Militar.
El nombre y el seudónimo cambian de posición en relación a los textos y en esos desplazamientos habría una estrategia sobre el lugar que se desea ocupar en la esfera intelectual. Daniel Hernández firma como periodista y autor de cuentos; Rodolfo Walsh como periodista, traductor y escritor que debate en público. “Su nombre y apellido ahora pasan a encuadrarse en la exclusiva producción de textos periodísticos y puntuales intervenciones sobre las relaciones entre el campo cultural y el político”, afirma Campodónico. “En esta intrincada coyuntura de reconfiguración autoral, se encuentra con la noticia de los fusilamientos de José León Suárez”.
POR OTROS MEDIOS
El pie de imprenta de la primera edición de Operación masacre está fechado el 30 de noviembre de 1957. En mayo del mismo año Héctor Oesterheld comienza a publicar Ernie Pike en la revista Hora Cero, ilustrado por Hugo Pratt, y en septiembre El Eternauta, con dibujos de Francisco Solano López. Campodónico pone el foco en las historias del corresponsal de guerra y en el modo en que Oesterheld plantea preocupaciones coincidentes con las de Walsh: la resistencia de las editoriales a propuestas reactivas al canon, “una textualidad con diferentes registros que persiguen un efecto de extrañamiento en el lector, sumado a una crítica a las instituciones” y la representación del periodista como eje de la narración.
Operación masacre fue en principio el libro que no encontraba editor, según la publicación por entregas en Mayoría, y también la historia que Walsh escribió de un tirón porque creía que se la iban a disputar los grandes diarios. Esta revelación sobre el periodismo y sus operaciones de censura y autocensura inaugura otro recorrido que Campodónico asocia con las exhibiciones clandestinas de cine militante inauguradas en Argentina en 1965.
El punto de encuentro es el sindicalismo combativo y la CGT de los Argentinos: el semanario CGT y los Cineinformes reúnen a Walsh con Octavio Getino y Nemesio Juárez. En sus papeles ya había anotado el impacto que le provocó La hora de los hornos: “La película de Getino-Solanas señala la ruta que yo empecé a transitar hace diez años”.
Si se sabe que Walsh anticipó en una década a Truman Capote, Campodónico agrega que su obra, con la de Oesterheld y el cine político de los ’60 realizan un programa cultural que Hans Magnus Enzensberger postuló contra la esclerosis de la izquierda: “un empleo alternativo de los medios a través de la descentralización y transformación del tradicional receptor pasivo en un potencial emisor”. En esa encrucijada se tramaron “estrategias y formas de construcción de una voz colectiva” que siguen abiertas.
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Fuente: https://www.pagina12.com.ar/783271-rodolfo-walsh-como-trabajador-de-la-industria-cultural