EN VIVO
“Yo aprendí a ser popular”, admite Diego Bulacio, el mashupero que unió a Los Redondos con el reggaetón, a 50 Cents con The Smiths o a Gustavo Cerati con De La Soul. Cuando empezó con esto de la música hubiera querido que el punk rock que él escuchaba cuando vivía en Lanús se mantuviera como para un ghetto, el secreto mejor guardado de un puñado de seguidores de verdad. Pero después de posicionarse detrás de las bandejas y probar el efecto de la droga que es hacer bailar a una audiencia, Villa Diamante se volvió adicto. “Elisa era una señora que vivía atrás de mi casa que escuchaba cumbia clásica, de esas viejas románticas, y la cantaba a los gritos mientras yo escuchaba Fun People”. Los teclados le destruían los oídos, pero después, con el tiempo, fue entendiendo. Ahora se la pasa investigando cumbia santafesina. “Me vuelve loco”, dice y hace el gesto del tiki tiki, de apretar sin parar el mouse de la computadora. No puede creer que haya unos señores cumbieros haciendo covers de Spinetta Jade y otros clásicos del rock nacional. “Si vos escucharas la voz, ¡y cuando entra el punteo de la guitarra!”. La mezcla y la sorpresa, lo popular y el ritmo, los cuatro puntos cardinales de su vida.
Villa Diamante es tal vez el DJ más popular de la Argentina, aunque su nombre no está asociado directamente con una pista de baile de un boliche de electrónica, sino con la cumbia, el rock nacional, el folclore y el hip hop. Al principio de los 2000, cuando no se mezclaban esos géneros musicales ni las clases sociales que representaban, ahí apareció él para incomodar a la pista de baile de las fiestas. La gente quería mover el cuerpo, ¿por qué tenía que escuchar una canción de Soda Stereo en el ritmo de una bachata? ¿Qué tiene que ver? “Su propuesta fue muy transgresora e hizo que se abra mucho camino al mestizaje musical. Fue un educador de oídos para una Buenos Aires que no estaba preparada para esa propuesta”, cuenta desde Jujuy el músico electrónico y ladero del DJ, Chancha Vía Circuito.
La incomodidad que generó en la pista de baile, la tensión que sentía el público cuando no entendía lo que estaba escuchando con esas mezclas de ritmos, de géneros que eran pecado mortal cruzar, que nadie admitía escuchar, lo hacían sentir como en el día de la marmota. Una y otra vez, cada vez que estaba detrás de las bandejas, tenía que enamorar al público. Era una cuestión de supervivencia incluso laboral: en poco tiempo tenía que lograr que se olviden de la extrañeza y se entreguen al experimento sonoro: dejar de resistirse, de buscarle una coherencia y dejarse llevar por la música. “Había un momento en que entendían y ahí se prendía la fiesta”. Pero para eso tardaba como 45 minutos de un set de una hora y media. Como cuando vivía en Valentín Alsina y no entendía a su vecina.
El ritmo es como un virus para el cuerpo, primero se manifiesta moviendo la patita o sacudiendo la cabeza, y una vez que entra no se puede sacar hasta que se está bailando. Da lo mismo si le pasa a un par de personas en una fiesta o a una multitud en un evento público, a todos les llega la hora de bailar si Villa Diamante está empecinado en lograrlo. Y lo hizo en todos los escenarios posibles: tocó antes que Charly García en la Fiesta Patria Popular el 10 de diciembre de 2012 ante “un manto infinito de gente” en Plaza de Mayo. Llevó a 25 mil personas a bailar gratis durante dos temporadas en Por amor al baile, su ciclo de los jueves en la barranca de plaza Francia organizado por el Centro Cultural Recoleta, donde llegó a tocar con Duki, YSY A, Ca7riel y Paco Amoroso, entre otros. Fundó el Zizek Club, la fiesta de culto de los miércoles de principio de siglo en Niceto Club. Hizo ZZK Records, donde proyectó la cumbia electrónica al mundo. Sacó varios discos, colaboró con muchísimos artistas. Armó una banda con Pato Smink en percusión, Miloo Moya en beatbox y él con el sampler. Hizo bailar al Combinado Argentino de Danza y logró que raperos improvisaran sobre La vuelta del malón, la pintura de Ángel Della Valle que está en el Museo Nacional de Bellas Artes. Tocó en Creamfields, en el Sónar, en festivales de rock como el Pepsi Music o más modernos como el Lollapalooza. Después de una vida dedicada a la música y a la gestión cultural, Villa Diamante festejó al aire libre el domingo pasado sus 20 años de carrera, tocando gratis en Ache, al lado de la Facultad de Derecho sobre la avenida Figueroa Alcorta en Buenos Aires. “Fueron 20, pero en la autogestión argentina se sintieron como 50 años”, dice el eterno joven, el Dorian Grey de la noche. Ahora, por la paternidad, no tan trasnoche.
CUATRO PUNTOS CARDINALES
Ese chico tímido del sur del conurbano, que hizo la escuela técnica y le gustaba armar y desarmar circuitos electrónicos, el que se descomponía de los nervios antes de subir a la tarima, que estudió cine en Avellaneda y fue de oyente a las clases de Daniel Link en Puan en “su año con la literatura”, llegó a la cumbia por Pablo Lezcano. “También por las cosas más experimentales, por la cumbia digital, los productores”. En la época de la prehistoria de internet, cuando conectarse significaba anular el teléfono de línea durante unas horas, se la pasaba navegando por foros mundiales donde se compartían mashups y remixes de todo tipo, andaba en la búsqueda desesperada por una canción conocida que tuviera el ritmo distorsionado, que algo del tratamiento posterior que le hiciera algún DJ o un productor resuene en la pista como una explosión de entusiasmo. Un día conoció a Sonido Martínes, un DJ argentino que vivía en Bolivia y pasaba música en vinilo. “Hace casi 20 años él pasaba cumbia colombiana, sonidero mexicano, chicha peruana, santafesina. Cuando te metés en los matices y en la dimensión que tiene la cumbia en toda Latinoamérica, y descubrís los sentimientos de cada lugar a través de ella, yo flasheé. Empecé a investigar, investigar e investigar y sigo prendido fuego por las capas que se abren”. Es como un explorador de internet con millones de pestañas abiertas que no se pueden cerrar porque una está vinculada con la otra. Una trama musical y social al servicio de hacer bailar a la gente
“Es un muy buen animador de masas, sabe leerlas muy bien”, dice Gabriel Plaza, periodista y ex-programador del Centro Cultural Recoleta. Fue él quien lo llamó para pasar música durante el verano en la fachada del Centro Cultural, un poco porque estaba al tanto de su carácter popular y otro porque sabía que Diego entendía el delicado equilibrio que implica trabajar en el espacio público (con la particularidad de ser un día de semana en un barrio paquete), hacer una buena fiesta para muchas comunidades y que esté enmarcada en una iniciativa estatal. “En Recoleta era la primera vez que salíamos al espacio público, a ocupar el territorio que estaba más allá del portón de entrada”. A medida que pasaban los jueves se iba corriendo la voz y la gente se acercaba más. El ciclo se consolidó, dice Gaby, cuando aparecieron los vendedores ambulantes y cuando la gente empezó a llevar sus propias heladeras portátiles para pasar la noche en la barranca del parque. El primer jueves eran 100, después mil, y terminó siendo un ciclo que llevó a 25 mil personas a bailar sobre el pasto.
“Hubo un cambio de público también, del núcleo que lo sigue a él, más moderno, se empezó a ver grupos de amigos bien cumbieros, que no lo conocían a Diego pero empezaron a venir y se armó una fiesta ATP con la convivencia armoniosa de públicos socialmente distintos”, cuenta Gaby Plaza. El círculo empezó a cerrarse: él llevó la cumbia a espacios de las clases más altas, y en sus edificios o parques coquetos llegaron los verdaderos cumbieros.
La pista de baile cambió en estos años. Post 2001 y con Cromañón fresco en la memoria, la noche se presentaba más furiosa. Diego cuenta que en los años kirchneristas lo que vivió fue una seguidilla de fiestas multitudinarias y la posibilidad de llevarla a lugares que no vibran en la frecuencia del neón porteño. “Ahora todo es más rápido. La gente escucha música por Spotify y TikTok y ya no me permito la experimentación en el set, es un hit detrás del otro, que no haya un minuto libre”. Estimulo, estimulo, estimulo. Y también el perreo levantó la temperatura de una pista que años atrás se movía distinto. Villa Diamante tiene RKT para los pibes jóvenes, algún clásico para los mayores de 30, una perlita vintage para los más rockeros, siempre hay reggaetón y un hit para que los bailarines profesionales hagan un rato su show en el círculo de amigos que siempre tienen el teléfono a mano.
–Me divierte mucho leer más en detalle la pista de baile.
Si está en la fiesta La Grande, un clásico de los martes en Chacarita, donde hay gente entre 30 y 40 años, más artística, juega con Rosalía pero también con Los Redondos. Si hay muchas chicas mete un Shakira. Si hay pibes les da Duki y un remix de “Macarena”, inexplicable pero efectivo.
La mezcla está en su adn musical. Cuando lo conoció a Pity Álvarez y le contó de sus discos de mashups (que no están publicados de manera digital por los problemas de derechos de autor que tienen los remixes), como el Bailando se entiende la gente (2007), Por amor al baile (2013) o en Lanús Oeste (2016), donde había hecho uno de Intoxicados con una canción de Gorillaz, a él le encantó. “Estaba en su etapa El Exilio de las especies, flasheando con los monos, entonces esa unión que hice yo le gustó por el gorila”.
Debe ser una conjunción de su cara de bueno y su pinta de que no-me-va-a-cagar que hace que a Diego le pasen cosas todo el tiempo que estimulan estos cruces. Porque cuando empezó a tocar más seguido, y ZZK Club se estableció como la fiesta de los miércoles en Niceto, donde él era residente, su público ya lo iba a ver sabiendo lo que iba a encontrar y se abrió un portal de exploración. Un día tocaba Toy Selectah, un DJ mexicano parte de la banda Control Machete, y alguien le avisó a Diego que en la puerta estaba Pablo Lezcano. No se conocían, pero fue a remediar eso de inmediato y a llevarlo al camarín para que vea a Toy. “Tocó con él ese día y ahí pegamos buena onda, empezó a venir los miércoles a bailar con su mujer porque si bien todo el mundo sabía quién era, nadie lo jodía demasiado, era un buen lugar para él, y un día quiso tocar con Damas Gratis, era la primera vez que lo hacía en un lugar que no fuera una bailanta, que no fuera del palo”. Pablito se lo tomó como lugar de experimentación también para él, y en vez de empezar con sus hits lo hizo con un tema largo de plena panameña, un género desconocido en Argentina, que es la génesis del reggaetón. Arrancó su set con eso, que nadie identificaba, pero hizo explotar la pista y estimular la cumbia en Villa Diamante.
LAS DOS PERSONALIDADES
“Yo agarro viaje pero quiero ser parte, organizar. No quiero ser un DJ que va a tocar y nada más”. Eso que le dijo Diego a Grant C. Dull y a DJ Nim, sus socios en Zizek Club allá por los 2000, es algo que siguió repitiendo a lo largo de estos 20 años. Villa Diamante es el DJ y Diego Bulacio es el agitador cultural. Son indivisibles, una especie de señal conjunta en la noche.
Lo que Diego quería era programar y producir. Llamó a toda la gente con la que le interesaba trabajar para que toquen en su fiesta, para establecer vínculo y darles un espacio de difusión. Eso mismo lo llevó en el 2008 a armar el sello ZZK Records que puso a la cumbia y el folclore electrónico en un lugar visible para la escena internacional. El Remolón, Tremor, King Coya, Dat García, Uji, Nicola Cruz, Fauna, solo por mencionar algunos de los artistas que publicaron y son conocidos en el mundo.
“No es alguien que trabajaba sólo para sí mismo”, dice Pedro Canale, el hombre detrás de Chancha Vía Circuito, ese proyecto exitosísimo que llegó hasta una escena clave de la serie Breaking Bad con un remix de “Quimey Neuquén”, una canción clásica neuquina interpretada por José Larralde. “A un pulso muy constante y perseverante, fue tallando el lugar desde donde generar espacios culturales, lugares donde poder experimentar con lo que estábamos haciendo. Nos alimentaba a todos los productores que estábamos necesitando mostrar nuestra música, por eso yo le tengo tanto respeto y agradecimiento”.
Esa red que tejió para los demás y para potenciar también su lugar le abrieron puertas a lo desconocido. Un buen día, alguien lo recomendó a él. La coreógrafa Andrea Servera lo llamó porque estaba buscando un DJ para un proyecto. Lo que quería hacer era unir bailarines de hip hop, danza contemporánea y folclore para hacerlos coexistir en un medio híbrido. El Combinado Argentino de Danza lo marca como una experiencia que le cambió la vida. “Un bailarín te puede bailar un silencio, un ruido, puede modificar intensidades con su cuerpo”, relata con entusiasmo sobre la belleza de ese trabajo que duró un par de años, cuando también se sumó el manager Ale Mazzei y llevaron el espectáculo y las clases de gira por Estados Unidos, Colombia y Sudáfrica. “El cuerpo de bailarines cambiaba, pero los fijos eran más o menos diez, y se empezaron a compartir códigos. Ver a un pibe del mundo del hip hop bailar una chacarera es increíble”.
Villa Diamante tejió un mapa de acción con artistas que se fueron convirtiendo en sus socios, como el rapero CH Respira, Wen de Hueste, el músico electroinstrumental Ale Lauphan, o Rumbo Tumba, quien trabaja con capas que va loopeando hasta armar una canción donde su charango predomina la melodía. “Cuando me llaman y me preguntan si quiero pasar música en algún lado yo siempre digo que sí y también pregunto si puedo invitar más gente. Mis amigos dicen que soy un dealer de artistas. Si no puedo, le sugiero otro DJ o recomiendo otra cosa. Es lo que me gusta hacer, estar en el escenario pero también detrás, en el armado”.
El summun de eso fue el ciclo Bello Jueves durante 2014 en el Museo Nacional de Bellas Artes. Durante un jueves al mes se abrían todas las salas del inmenso edificio que está sobre avenida del Libertador y convocaba a artistas para que toquen: unas coplas de Mariana Baraj en tal sala, en la otra un productor de música experimental, en la otra el electro pop de Coiffeur. “Me quemaba los pelos porque yo veía que la gente no miraba los cuadros. Venía, se llenaba de hipsters como se decía en esa época, pero no interactuaban con el entorno”.
Pero encontró una salida, el freestyle. Así nacieron las visitas rapeadas.
Les propuso a un par de MC que eligieran los cuadros que más les gustaban, que se aprendieran su historia junto a los guías del museo, y que después la contaran frente al público con su herramienta, las rimas. El resultado fue fascinante. Para el público y para él, que aprendió de la gestión de artistas y de espacios
Todas esas vidas dentro de un mismo hombre, todos esos ritmos en una misma computadora, en horas y horas de internet para darle a la gente una noche de movimiento en sus cuerpos. Diego viene del rock y del punk, pero dedicó su vida a evitar eso que se preguntó 20 años atrás en un show de Babasónicos: ¿Por qué la gente no baila? La cruza de esas canciones populares, del adn del consumo argentino, tanto el snob como el culposo, lo pone al servicio del cuerpo. ¿Qué pasa cuando uno baila? Se produce una armonía con la música y el entorno capaz de darle un rato de endorfinas al corazón. No es poco en este país, en estos tiempos.
Conocé todas las opciones del contenido que podés recibir en tu correo. Noticias, cultura, ciencia, economía, diversidad, lifestyle y mucho más, con la calidad de información del Grupo Octubre, el motor cultural de América Latina.
Este es un contenido original realizado por nuestra redacción. Sabemos que valorás la información rigurosa, con una mirada que va más allá de los datos y del bombardeo cotidiano.
Hace 37 años Página|12 asumió un compromiso con el periodismo, lo sostiene y cuenta con vos para renovarlo cada día.
Fuente: https://www.pagina12.com.ar/779542-villa-diamante-el-dj-que-proyecto-la-cumbia-electronica-al-m