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Treinta y cinco años de vida de músico. Un corte de tiempo que comenzó en Cosquín en enero de 1989 y culminará el miércoles, a las 20, en el Teatro Colón. La proyección en su plenitud. Chango Spasiuk regresa al escenario más prestigioso del país para dar cuenta del largo y articulado camino recorrido, detrás de una idea de música templada en sus raíces y abierta en sus destinos. “Estoy muy feliz de que este concierto en el Colón coincida con una fecha simbólica, los 35 años del premio 'Consagración' en el Festival de Cosquín, y también con la salida de mi primer disco”, dice Spasiuk al comenzar la charla con Página/12. “La música en mi vida está de antes, por supuesto, pero acá se trata de celebrar un período en el que estuve continuamente generando proyectos, persiguiendo sonidos, buscando mi rostro dentro de la tradición. Buscándome a mí mismo, en definitiva”, define. Las entradas están agotadas desde hace días, pero queda la posibilidad de seguir el concierto a través de la transmisión por streaming del Teatro en su página web y en sus redes.
Partidas y regresos, transiciones y persistencias, fundaciones y apropiaciones, encuentros y despedidas, apuntalaron desde sus comienzos el estilo de Spasiuk , un sonido en movimiento, comprometido con la tradición y sus diálogos posibles, en la delicada tarea de avivar su fuego y despejar sus cenizas.
Spasiuk tocó por primera vez en el Colón en 2013, y de aquel concierto queda un excelente disco en vivo como testimonio. La presentación del miércoles será distina. Se articulará en tres partes: una intimista, en la que su acordeón dialogará con pianos y percusión; una central en la que se encontrará con el noneto de cuerdas SurdelSur Ensamble -con arreglos y dirección de Guillermo Rubino-; y el final al frente de un septeto dispuesto a encuentros e intercambios, integrado por Pablo Farhat (violín), Eugenia Turovetzky (cello), Diego Arolfo (guitarra y voz), Marcos Villalba (percusión y guitarra), Enzo Demartini (acordeón diatónica y guitarra) y Juan Pablo Navarro (contrabajo). Se sumarán invitados como el violinista Rafael Gíntoli y la cantante Ligia Piro. “Se trata de compartir miradas posibles, que mi música respire de diferentes formas”, observa el compositor.
En el segmento inicial, Spasiuk tendrá a Matías Martino –notable pianista, arreglador y productor– como interlocutor principal. "Martino viene trabajando en un songbook, un libro con su música arreglada para piano. Con él, que conoce mi música y que sabe cómo tocar chamamé en el piano, y con Matías Villalba en percusión, tocaremos algunas de esas piezas que se hicieron conocidas en otros formatos. También elaboramos versiones a dos pianos y percusión, un poco emulando la sonata de Béla Bartók (Sonata para dos pianos y percusión). Y sumamos a Sebastián Gangi, otro pianista notable de esta generación que transita la escritura académica y a su vez conoce la transmisión oral”, anticipa Spasiuk. “Lo interesante de hacer un songbook es poder dejar constancia escrita de obras de raíz folklórica, forjadas en la oralidad. Hay una generación de músicos que desde la formación tienen un pie en lo oral y el otro en lo académico, entonces pueden mejor que nadie documentar esa música de tradición oral, para trazar un mapa que sea útil para que otros músicos de otros lugares puedan acercarse a estas tradiciones”, enfatiza el músico.
También el encuentro con SurdelSur Ensamble va en este sentido. “Yo tenía el repertorio que en su momento hicimos con el maestro Gíntoli y el ensamble Estación Buenos Aires, con los arreglos de Popi Spatocco, pero cuando hace un tiempo Guillermo Rubino me propuso hacer algo juntos, pensé que sería bueno elaborar otras músicas mías. Así surgió Búsqueda, Seis pequeños movimientos, que grabamos en una iglesia”, cuenta Spasiuk y agrega: “Acá también redoblamos la apuesta y tendremos otras obras arregladas para cuerdas en la segunda parte del concierto”.
En la tercera parte del concierto se resumirán las obsesiones tímbricas de Spasiuk: la percusión entendida como color más que como impacto, el trabajo del violín, el violoncello y el contrabajo, entre otras cosas que cuidadosamente incorporó a su música a partir de trabajos como La ponzoña (1996) y más decididamente Chamamé crudo (2001), Tarefero de mis pagos (2004) y Pynandí (2009). “Con este grupo, que es con el que vengo tocando por ahí, logré una sonoridad que todavía no está en mi discografía”, reflexiona Spasiuk y destaca el acordeón “verdulera” de Enzo de Martini, un color fundamental en la tradición del chamamé.
“Hacía mucho que ese color no estaba en mi música. Sí está, desde hace mucho, el violín, también el violoncello y el contrabajo, como parte de una reflexión sobre el sonido. Antes de tocar acordeones y guitarras, los guaraníes tocaron violines y cellos, instrumentos que los jesuitas les enseñaron a tocar y construir. En este caso con Pablo (Farhat) vamos en busca de otra sonoridad en el violín, la que representa el cacique guaraní Lorenzo Benítez, ‘Geniolito’. Es una manera de tocar con cuerdas al aire, que marca el origen de una genealogía del violín en la música del Litoral”, explica Spasiuk. “Lorenzo Benítez ‘Geniolito’ me evoca un momento de la película La Misión”, continua Spasiuk, y recuerda la escena de la expulsión de los jesuitas, cuando los pueblos guaraníes vuelven a la selva para vivir como vivían antes. “Ahí un niño encuentra flotando sobre el río un violín, lo agarra y se mete al monte. ¿Qué salió de ese monte 250 años después? Posiblemente Lorenzo Benítez es la respuesta a esa pregunta. Farhat va a tocar un chamamé tradicional al estilo de Lorenzo Benítez. Hacerlo en el Colón me parece un gran gesto”, continua.
La búsqueda sonora del intérprete coincide en Spasiuk con el desarrollo del compositor. “El compositor apareció cuando el intérprete no alcanzaba a decir lo que quería decir con la obra de otros. Es claro que no hay jerarquías entre uno y otro, simplemente necesité complementarlos, buscar una unidad del concepto estético y de lo que uno llama el estilo”, asegura el músico. “Desde mis primeros discos incluyo cosas mías, pero creo que el compositor se consolida a partir de Chamamé crudo y Tarefero de mis pagos. Ahí sentí que encontraba una manera de crear otras texturas, explorar otros acentos, de lograr una música en la que por momentos parece que me alejo de la tradición, pero al final siempre prevalece un centro de gravedad que me devuelve al lugar donde nací”.
Spasiuk recién llega de otro viaje por Cuba, “un lugar de una musicalidad inspiradora”, define. Rodrigo Sosa –quenista misionero desde hace años radicado allí– lo invitó el año pasado para tocar en el Festival de Jazz de la Habana. "Tocamos tres conciertos, uno de ellos con Omara Portuondo como invitada, y eso quedó grabado. Pero nos quedamos con ganas de más”, relata. “Volví para grabar en estudio y fue formidable poder tocar con un pianista como Rodrigo García y otros músicos, poder encontrar puntos de contacto y escuchar cómo suena mi música con la impronta cubana, cómo se cruzan los tambores y los cueros con el acordeón. Aprendí muchísimo de estos encuentros que pronto escucharemos”, anticipa.
“Con esto de que no existe el disco en formato físico, es como que de alguna manera uno graba cosas y enseguida la comparte en las plataformas”, dice Spasiuk. Recientemente subió a las plataformas una versión de “Tristeza”, con Tin Gardil, “Traumerei”, un momento de Escenas infantiles, de Robert Schumann y The Vigeland Mausoleum Experience, un álbum de una sustancia musical muy particular, grabado en vivo en Oslo junto a Per Einar Watle, el guitarrista noruego con quien ya había colaborado en Hielo azul Tierra roja, de 2019.
Después del concierto del Colón Spasiuk volverá a viajar a Noruega, y al regreso retomará las giras por Argentina con el septeto, el proyecto “Taco y Suela” –con músicos jóvenes de chamamé– y Enramada, la versión en vivo del programa que tuvo hasta el año pasado en Radio Nacional. “Esto es sorprendente. Hicimos ya varias Enramada en distintos lugares y es conmovedor como el público viene al teatro para que de pronto uno les lea a Antonio Esteban Agüero o a Leila Guerriero, y haga música con algún invitado”, dice Spasiuk.
“Como herramienta de saber, de construcción y de diálogo, la música es un gran antídoto para este momento global, de tanta insensibilidad, dispersión y superficialidad. Vivimos tan hipnotizados con las redes y con los teléfonos, que no podemos entender que la realidad no está en una pantalla sino en un semejante que camina al lado nuestro por la calle”, asegura el hijo del carpintero violinista de Apóstoles, el que aprendió a tocar el acordeón tocándolo. El que casi adolescente se fue a Posadas a estudiar sociología y terminó llegando a Buenos Aires con su instrumento. El que sin perder la coherencia, con sus discos cruzó sonidos y latitudes para mover las fronteras sonoras y sentimentales del chamamé. El que con Pequeños universos –el ciclo documental de Canal Encuentro– reveló las raíces del imaginario sonoro argentino y americano. El que siempre dialoga hacia adelante sin dejar de mirar atrás. “Miro hacia atrás y veo que sí, que hice muchas cosas, tratando de vivir para tocar y de tocar para vivir, en este lugar del mundo en el que, como los obreros que somos, todos los días hay que salir a trabajar”, concluye.
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Fuente: https://www.pagina12.com.ar/769921-chango-spasiuk-la-musica-es-un-gran-antidoto-para-este-momen