El escritor Willy McKey proponía alejarse de "la trampa de la nostalgia". "Para mí, la nostalgia es un fingimiento", nos dijo a comienzos de abril. Emigrado a Buenos Aires desde 2018, el venezolano McKey (1980-2021) se suicidó este jueves al lanzarse desde un noveno piso, en un predio de Recoleta.
Esta noticia provocó grandes olas, un día después de que fuera denunciado por abuso sexual de una menor en Venezuela (la adolescente tenía 16 años y él, 20 más). En Caracas una Fiscalía abrió una investigación y emitió orden de captura internacional. Lo habíamos entrevistado para la revista Ñ dos semanas antes, cuando no se conocían las denuncias.
El mismo día de su salto al vacío, Willy McKey se despidió en las redes sociales, donde tenía más de 98 mil seguidores: “No sean esto. Crece adentro y te mata”.
De verbo y pluma sobresalientes, McKey escribía sobre distintos temas para el reconocido portal venezolano Prodavinci, clave dentro del país y en la diáspora; apoyaba una formación para mujeres líderes comunitarias, y asesoraba campañas electorales en Ecuador y República Dominicana como semiólogo político.
Narró el documental Crónicas, sobre la vida de Franco de Vita y tenía en ciernes otros proyectos musicales. Mckey era, sobre todo, poeta, artífice de la palabra, prestidigitador lingüístico. Esto le valió dos destacados reconocimientos del ámbito literario local: el premio Fundarte, y el premio de poesía joven Rafael Cadenas.
En sus perfiles de redes sociales se presentaba como amaxofóbico (miedo a conducir vehículos) y fotofóbico (intolerante a la luz por el dolor o molestia que produce), pero sobre todo, se definía como un “agitador cultural”.
Se enorgullecía de su origen humilde: “Vengo de una familia de clase vulnerable, de una parroquia populosa de la ciudad (Catia, al oeste de Caracas), decía siempre.
Estudió en la educación pública y en la Universidad Central de Venezuela cursó la carrera de Letras. Era nieto del dirigente político José Lira (conocido como “El cojo Lira”), del partido Causa R. Siempre estuvo vinculado a la política, más recientemente, trabajó en el equipo de Juan Guaidó, opositor a Nicolás Maduro.
Hace unas semanas, antes de que estallara el escándalo que lo llevó a quitarse la vida, la revista Ñ dialogó con McKey. Entonces argumentó que si bien Venezuela tuvo una época pujante con instituciones que marcaron hitos como Monte Ávila Editores, el Ateneo de Caracas o el Festival Internacional de Teatro, creado por el argentino Carlos Giménez en 1971, hay que cerrar ciclos: "No solo murió Hugo Chávez, también murieron los ex presidentes Rómulo) Betancourt y Rafael Caldera. En esa dirección de la nostalgia no hay ningún hallazgo porque si recuperamos el país que teníamos va a volver a venir este de nuevo; el país que teníamos es la causa cronológica del país que tenemos".
–¿Cómo subsiste la cultura de un país sin políticas públicas eficaces?
–Puede parecer de perogrullo, pero creo que una de las cosas que nos malcrió de los 40 años de democracia fue darnos una idea de la cultura como acto cultural, esto que criticaba tanto (José Ignacio) Cabrujas (intelectual y dramaturgo). Cultura era aquello que empieza y termina y que tiene un presupuesto que alguien firma y que eso además es un territorio. Esto generó unas dinámicas muy nocivas en cuanto al intercambio de eso que Jorge Carrión llama el objeto cultural, incluyendo el libro. Por ejemplo, pasaban cosas como que si tú eras autor y publicabas un poemario en Monte Ávila ya te dabas por publicado porque como ese libro había sido financiado por la estructura del Estado petrolero. No necesitabas publicitarlo porque no le daba pérdidas a nadie.
Sin embargo, cuando sucede el cambio político en 1998 (ascenso de Hugo Chávez) y se empieza a seccionar ideológica y políticamente el hecho cultural, surge una cantidad de maneras de hacer cultura con algunas empresas que incluso ya existían, como editorial Alfa. Entonces empieza el escritor a trabajar su libro, la compañía de teatro independiente empieza a preocuparse por la taquilla, el cantautor, el músico o la banda de rock empieza a organizar sus toques; la radio empieza a generar contenidos atractivos a esas otras iniciativas.
–¿Es mejor para el arte vivir sin mecenazgo, sin el apoyo coherente del Estado?
–Cuando empiezas a entender que la cultura no es solamente un hecho identitario, sino que es un hecho de consumo, variamos nuestra manera de entenderla. En nuestros países latinoamericanos sucede algo terrible: las políticas culturales de Estado suelen atender a la parte vulnerable de la sociedad, de bajos recursos, mientras que hay otra parte pudiente que tiene colegios con bibliotecas y acceso a internet.
Pero el que queda en el medio, el desatendido, es el que compra la entrada para ir al cine, paga el Spotify, compra el libro, lleva a sus hijos a música, al ballet o que organiza las clases de piano por Zoom con el profesor que ya no está en Venezuela. Ese es quien sostiene la industria cultural, justamente quien no es atendido por las políticas culturales. Ese territorio es el que de verdad sostiene la industria cultural.
–¿Qué iniciativas destaca en este momento, de esos creadores que permanecen en el país y en resistencia?
–Por un lado está La Poeteca, una iniciativa brillante, que conecta a Team poetero, que conecta a Autores venezolanos, que además ha logrado captar a profesionales que siguen allá como Ricardo Ramírez Requena, Dajanida Hernández, todos de mi generación. Estuvimos vinculados en esa transición de empezar a actualizar la manera de entender la producción del hecho cultural.
–Usted se define como "agitador cultural", ¿cuál es su concepto de agitación?
–A quienes terminamos vinculados con la cultura, a veces nos da miedo tener que ser acompañantes de una transformación y una agitación. La cultura no debe anquilosarse ni momificarse, sino transformarse. El artista debe ser agenciador y generar proyectos sostenibles en el tiempo, crear comunidad, organizar actividades, no solo cultivar el talento sino promover los frutos de este. De eso va la agitación cultural.
–¿Se puede avizorar un desarrollo cultural en el contexto económico y político del régimen venezolano?
–Pero claro, lo que pasa es que tienes que ser el agenciador. Una de las trampas de la polarización es que cuando un territorio está polarizado eso no significa partido por la mitad. Desde hace rato los gobiernos totalitarios no son la mitad del país, la dictadura en Venezuela no es mayoría, la dictadura en Cuba no es mayoría, la de Nicaragua tampoco, ni las dictaduras de Myanmar, Uganda o en Bielorrusia. Puedo tener alguna duda sobre la Rusia de Putin y sobre Arabia Saudita.
Con la polarización pasa que si yo decido apoyarte a ti, como a la otra opción, en el momento en que comienza la demanda política voy a exigirte lo que me prometiste. En esas dinámicas, los padecimientos nos llevaron a un territorio donde la única solución es la atención de las distintas individualidades. Es no aceptar la generación de esperanzas. ¿Qué carajo son la democracia o la libertad para Venezuela si yo no sé qué es libertad?