Todavía le transpiran las manos cuando vuelve al recuerdo de ese Peugeot 504 que un día de 1976 surcaba el cemento en velocidad, rumbo a Ezeiza. Lo manejaba rumbo al aeropuerto para transportar al amigo al que había escondido en su casa. Exponiendo su vida, le estaba salvando la suya al artista al que amenazaban con "chupar" por sus "canciones de protesta". Finalmente, Piero tomó el avión a salvo rumbo a España, y Arturo Puig pagó el precio de esa ayuda en dictadura: dos años sin trabajar, prohibido.
Más "derrumbes" que hicieron de ese señor un señor irrompible: 1994. Si se lo hubieran advertido, habría saltado igual, pero mejor preparado para amortiguar el golpe. La experiencia, ese peine que Ringo Bonavena definía como un regalo cuando ya no tenemos más pelo, fue tan dolorosa como aleccionadora. Venía de un grado descomunal de éxito que era difícil imaginar que el día después serían tres años sin trabajo.