El hombre está maniatado y bañado en combustible. Y el que mantiene un diálogo con él enciende un cigarro y se lo pone, de prepo en la boca. Le aclara: si consume el tabaco hasta el final, tal vez sólo se queme la cara.
¿Se acuerdan cuando las películas violentas que protagonizaban Sylvester Stallone, Chuck Norris o Steven Seagal no duraban más de una hora y media? Seguramente era para que tuvieran más vueltas, más proyecciones en los cines en el mismo día.