Una útil y amarga controversia sobre ética de la fotografía y el valor del archivo sacudió hace una década a ensayistas y especialistas sobre el Holocausto en Francia. Participaron de ella los psicoanalistas Gérard Wajcman y Élisabeth Pagnoux y el cineasta Claude Lanzmann, realizador del gran fresco testimonial Shoah, y, en el campo contrario, el estudioso de iconografía Georges Didi-Huberman, quien relevó el debate en su libro Imágenes pese a todo. Memoria visual del Holocausto. En el centro de la disputa se encontraba el valor testimonial de la imagen, en competencia con el relato del testigo presencial. El objeto que ordenaba las posiciones era la interpretación de los únicos cuatro contactos que existen de Auschwitz en pleno funcionamiento, tomadas en 1944 en forma clandestina por una víctima.
Es que si bien hay una gran cantidad de fotografías del Holocausto, reproducidas aquí y allá con mero espíritu ilustrativo, pertenecen en su totalidad a los pocos registros de experiencias “científicas” de las SS que no fueron destruidos por ellos mismos a comienzos de 1945, cuando la suerte estaba echada en su contra, o bien fueron tomadas por el ejército soviético tras la liberación. La totalidad fueron tomadas en los campos de concentración pero no en los centros de exterminio como Auschwitz, aquellos en los que se ejecutaba la “Solución final”. Estas cuatro imágenes, las únicas hasta hoy, fueron tomadas por un Sonderkommando, un prisionero joven en condiciones de peligro que apenas podemos concebir. Su valor es inseparable de esas circunstancias extremas, que dejan huella en la imagen. La escena está enmarcada por la abertura desde las puertas de la cámara de gas norte.
No se trata de rollos ni de negativos, sino de apenas cuatro copias de 6 x 6 cm, exhumadas por la resistencia polaca en 1945 tras la liberación de Auschwitz por el Ejército Rojo. Debemos asumir que fueron un tesoro de estado -o que, por el contrario, quedaron veladas y sin importancia por el pudor que rodea lo siniestro- porque su exhibición fue muy restringida durante décadas, hasta que en 1985 fueron entregadas al Museo de Auschwitz, que no las expuso al público. Por entonces, Polonia seguía bajo el férreo control soviético directo pero Karol Wojtila ya se había convertido en Papa y pugnaba, sin éxito, por establecer un convento de monjas en Auschwitz. Por muchas razones, se trata de una secuencia única en su aporte a la memoria de la humanidad. De hecho, el poder incriminador de esas fotos se mantiene tan intacto que en abril de 2019 fueron censuradas y cubiertas en una muestra del Museo del Holocauso de Ámsterdam, que desplegaba la persecución de judíos holandeses entre 1940-45.
Fuente: http://www.clarin.com/cultura/unicas-fotos-sonderkommando_0_j_DZk0GW.html