El culto a la delgadez –¿al raquitismo?- y la “perfección” de los rasgos estéticos, que durante las últimas décadas promovieron la industria de la publicidad y de la moda –con pasarelas y anuncios dominados por mujeres mayoritariamente blancas, altas, presumiblemente heterosexuales, por poner una imagen gráfica-, parece tener los días contados: en una época en que las mujeres se empoderan detrás de las reivindicaciones de género y reclaman por la ampliación de sus derechos, las revistas femeninas se atreven a flexibilizar los estereotipos históricos y varían las formas de belleza que exhiben en sus tapas. Una apertura que merece ser celebrada, incluso si se produce porque la diversidad –de talla, étnica, racial, sexual, estética- se acepta mejor socialmente y, por ende, vende más y mejor.
Un ejemplo contundente en este sentido es la última tapa de Vogue, que celebra la dualidad sexual, en este caso de un muxe (o muxhe): hombres de una localidad mexicana que se visten con atuendos coloridos y floreados y ejercen su rol –masculino o femenino- dependiendo de las circunstancias: puede ser que en ocasiones se vean como varones y en otras como mujeres. Este autodenominado ‘tercer género’ vive y se expresa libremente en el estado de Oaxaca.
La modelo de tapa se llama Estrella Vázquez y es originaria de Juchitán: en las fotos porta orgullosa su traje zapoteca y se niega a ser encasillada como integrante de un único género. Y Pedro Enrique Godínez Gutiérrez, uno de los retratados en esta edición, que coprodujeron la Vogue inglesa y la mexicana, también puede pasearse por las calles de Juchitán como La Kika, de acuerdo a lo que le venga mejor en determinado momento.
Otro caso histórico para las revistas femeninas fue el de la actriz oaxaqueña Yalitzia Aparicio –protagonista de la película Roma, en la que encarnaba a una empleada doméstica-, que alcanzó el mismo status en la tapa de Vogue, con sus rasgos indígenas, acaparando la atención del mundo en diciembre de 2018.