No está escrito en ninguna parte, pero es sabido que el Premio Cervantes, que entrega el ministro de Cultura y Deporte de España y que este año lleva un reconocimiento de 125.000 euros que quedaron en manos del catalán Joan Margarit, alterna ganadores americanos una vez y españoles la siguiente. Donde no hay alternancia alguna es en el género de los ganadores: aunque en 2018 fue para la poeta uruguaya Ida Vitale, las autoras apenas acumulan cinco distinciones en cuatro décadas: antes de Vitale, fueron María Zambrano (1988), Dulce María Loynaz (1992), Ana María Matute (2010) y Elena Poniatowska (2013). Y en los rankings posibles, los argentinos no están demasiado bien ubicados: solo cuatro autores lo obtuvieron: Juan Gelman, Ernesto Sábato, Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares. Un podio demasiado esquivo.
En esa alternancia, los premios parecen conservar, eso sí, la paridad continental, una especie de culto a la diplomacia que parece reproducir el esquema colonial entre el reino y sus antiguos dominios. Hasta el momento, la mitad de los galardones fueron para escritores españoles y la otra mitad se la repartieron entre nueve países hispanoamericanos: en primer lugar están los autores de México; detrás vienen los cuatro de la Argentina, seguidos por los creadores de Chile, Cuba, Uruguay, Colombia, Nicaragua, Paraguay y Perú.