Si todos tenemos un doble, el de Roberto Mosca es uno de los personajes que más ha marcado el siglo XX: León Trotsky. La actriz Maia Francia tuvo que apelar a una peluca castaña y a maquillaje para resaltar los rasgos que la acercaran a Frida Kahlo. En ambos casos, el parecido con esas dos figuras históricas es impresionante. Y es lo que se aprovecha muy bien en el escenario de El Tinglado, una sala del Abasto, para recrear la historia de amor oculta (ella estaba casada con el muralista Diego Rivera y él, con la revolucionaria Natalia Sedova) que vivieron en 1937, en México.
Los amantes de la casa azul, dirigida por Daniel Marcove, reconstruye por la pluma de Mario Diament un romance inesperado, fugaz, intenso y dramático en un contexto histórico marcado por el exilio del político ruso. A ellos se suman David di Napoli (Rivera) y Silvia Kanter (Natalia).
Tanto Mosca, nacido en Italia hace 77 años, como Francia, nacida en Uruguay hace 38, llevan una trayectoria teatral importante en la Argentina, Ambos trabajaron en decenas de producciones, algunas en el Teatro San Martín, además de hacerlo en cine y televisión.
-¿Es cierto que Diament escribió los personajes ya pensando en ustedes como intérpretes?
Francia: Es así. El escribió la obra conociéndonos porque nos había visto actuar. A mí, en Moscú, que era una versión de Tres hermanas, de Chejov, también dirigida por Marcove. Es algo que no suele suceder, y para mí es un regalo inmenso.
Mosca: A mí me contó que aún no tenía pensada esta historia cuando me vió en otra obra, El diccionario, donde uso una boina. Y cuando vio el parecido, le dieron ganas de escribir una obra en la que León Trotsky fuera uno de los protagonistas para que yo hiciera el papel.
-¿Cómo era su relación con estos personajes antes de que les ofrecieran hacer esta obra?
Mosca: Yo lo conocía un poco por encima nada más. Pero unos meses antes me había entrado la curiosidad y me había comprado unos cuantos libros sobre este hombre tan particular. Incluso había viajado a Europa y me interioricé sobre aspectos de su vida. También vi la serie de Netflix, Trotsky, pero no me gustó para nada. Después llegó la propuesta. Y cuando uno comienza a crear un personaje, lo empieza a defender a ultranza para que sea creíble.
Francia: En mi caso, antes de abordar obra sentía una admiración profunda por Frida Kahlo. Y como soy una gran consumidora de arte -me encanta la pintura-, este proyecto me permitió acercarme de otra manera a su vida y a su obra. Si en cualquier artista ambas cosas están muy unidas, en el caso de Frida son directamente lo mismo de una manera muy poderosa.
-En el caso de Kahlo, su figura ya trascendió lo artístico y se conviritió en un ícono popular. Me imagino que habrá sido un mayor desafío recrearla.
Francia: Sí, totalmente. Acepté enseguida porque soy una kamikaze. Me dio terror y una enorme responsabilidad, porque a Frida la hicieron decenas de actrices en distintas circunstancias. Pero me gusta elongar cada vez más mis posibilidades creativas. Frida es alguien que forma parte del imaginario colectivo y por eso no puede ser defraudado. Así que lo que hice fue meterme en una investigación rigurosa, y después me alejé para poder trabajar y permitirme hacer mi propia Frida. Puede gustar más o menos, pero es algo intransferible.
-La obra, por la historia de amor que ellos viven, se enfoca más en la versión íntima que en la pública de cada uno de ellos; además, entre los dos había una diferencia de 30 años.
Mosca: Ese es uno de los puntos más interesantes de la obra. No vemos tanto al político sino más al hombre. En el caso de Trotsky, me conmueve profundamente porque es un hombre grande, que se está acercando a la muerte y que viene escapando porque Stalin mandó a matarlo. Y sabe que tarde o temprano eso va a suceder. El amor que vive con Frida, en su edad madura, lo devuelve algo a la vida. Por otra parte, cuando el romance ya no puede continuar, eso lo termina de abatir. No le quedan más batallas.
Francia: Para Frida, el amor con Trotsky no fue una aventura cualquiera. Fue algo importante. Su relación con Diego Rivera, que creo fue su gran amor, era un vínculo muy poderoso pero también atravesado por el dolor, y en cierta forma un poco violento, emocionalmente. Rivera le fue infiel muchas veces, pero para Frida el punto máximo fue la relación que tuvo con su hermana. Ahí no pudo controlar los celos. Por eso encontró en Trotsky algo que la pudo sacar de ahí. No sólo los separaba una gran diferencia de edad, sino que pertenecían a mundos completamente distintos: Rusia y México. Sólo los unía la ideología. Creo que basaron su pasión en una profunda admiración. El resto era todo diferente y, finalmente, eso atrae. Todo parece una ficción pero fue muy real.
Así lo entendió el autor cuando emprendió el proyecto. “¿Era verdad que fueron amantes o se trató meramente de un rumor? Esta pregunta fue la semilla”, dice Diament. Y explica: “Trotsky y su mujer llegaron a México el 9 de enero de 1937. Fue la culminación de un largo exilio impuesto por Stalin, que comenzó cuando Trotsky fue expulsado del Partido, en 1927, diez años después de la revolución que lo tuvo por principal protagonista”.
Antes de llegar al DF pasaron por Kazajistán, Turquía, Francia y Noruega. Fue la intervención de Diego Rivera la que ayudó a León y Natalia instalarse en México. “Las dos parejas se veían con frecuencia y la comunicación entre ellas era compleja y políglota. Trotsky y Diego hablaban en francés. Trotsky y Frida lo hacían en inglés, un idioma que Natalia no entendía y Diego chapuceaba. León le prestaba libros a Frida, donde solían incluir pequeñas notas o cartas”.
“El romance duró unos meses y las sospechas de Natalia y Diego creaban un a atmósfera tensa”, agrega. “La similitud física con los personajes y un talento excepcional de los actores hacen todo natural y creíble”.
"Los amantes de la casa azul", de Mario Diament, con dirección de Daniel Marcove y con Roberto Mosca, Maia Francia, Silvia Kanter y David Di Nápoli, va los viernes a las 20 y los sábados a las 22.15, en Teatro El tinglado, Mario Bravo 948. Entradas: $500.